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India ayer hambruna, hoy potencia

Martes, 15 de noviembre de 2011 22:23
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Cuando en la década del 80 llegué a Nueva Delhi, eran las 3 de la madrugada. El olor de la atmósfera era otro, diferente al que estámos acostumbrados. A esta hora, aún el calor era insoportable, y el aeropuerto de una pobreza franciscana. Con solo salir a la vereda, mi visión sobre este subcontinente despertó una curiosidad sin límites.

Por aquí una multitud que vendía de todo, a toda hora. Por allá, centenares de perros, vacas y bueyes acostados en la calle sin que nadie los incomode. Repuesto del asombro, lo primero que hice fue tomar un rickshaw, es decir, una pequeña moto de tres ruedas. Había también otros transportes con la misma forma, pero sin motor, llevados por hombres de una delgadez angustiante.

Por supuesto que no había autopista alguna, sino que todo el tránsito, intensísimo todavía a esa hora, se focalizaba en una sola calle angosta y llena de pozos. Estaba con el conductor en búsqueda de mi hotel, que él no conocía, y por eso nos llevó dos horas encontrarlo.

Esta visión, plena de miseria y abandono, cambió radicalmente en los últimos años. India, con más de 1.200 millones de habitantes, no es solo el segundo en población después de China, sino que también en la última década tuvo un avance económico tan extraordinario que creció a niveles prácticamente iguales a los del gigante asiático: 9% anual en el PBI.

Primero en el trabajo

Desde 1991 hubo un cambio económico esencial en el país de Mahatma Gandhi. Es actualmente el país con mayor cantidad de trabajadores en el mundo: 520 millones. Tiene 40 ciudades de más de un millón de habitantes, pero en ninguna de estas se habla el mismo idioma, ya que hay 1.652 dialectos; y al inglés, pese a que Gran Bretaña dominó durante un siglo, lo habla apenas el 5% de la población.

Una de cada tres personas no sabe leer ni escribir, 900.000 mueren por año por agua contaminada, la malaria es un mal endémico y las pandemias y la desnutrición afecta, todavía, al 25% de ellas.

Recuerdo que cuando estuve en la India, allí por 1984, fue asesinada de 31 balazos la primera ministra Indira Gandhi, provocando una conmoción única. De inmediato se cerraron todas las vías de comunicación por tres días, por lo que recién pude embarcar, en un avión de la desaparecida Pan-Am, en la cuarta madrugada. El camino desde el hotel al aeropuerto fue otra odisea, ya que las fuerzas armadas pararon al taxi seis veces, requiriendo una y otra vez mi pasaporte.

De Bombay a Mumbai

La otrora Bombay, rebautizada cinco años atrás como Mumbai, en un intento de desterrar todos los nombres británicos, es la mayor megalópolis de la nación, con 22 millones de habitantes. Es, también, la sede de Boliwood, nombre popular que se utiliza para denominar a la mayor industria cinematográfica del planeta, por encima, aunque resulte extraño, del mismísimo Hollywood.

Una de sus producciones más galardonadas fue “¿Quiere ser millonario?”, que arrasó con los premios Oscar en 2008, consiguiendo ocho de las diez estatuillas a las que estaba nominada, incluyendo los dos premios más importantes: a la mejor película y al mejor director.

Su andar político no tiene nada que ver con el de su vecina China. Mientras que en la patria de Mao se impone el totalitarismo, en India rige la democracia, con dos cámaras en el Parlamento y la votación cada cuatro años.

Según la CIA, en el 2020 este país será la tercera economía del mundo. Hoy ocupa el lugar 12. Y si bien todavía el 25% de la población vive en la indigencia, en la última década 100 millones salieron de la pobreza. Además, la clase media se multiplicó en el período precedente por cuatro, constituyendo un sector de 250 millones de personas.

Hay más, las multinacionales de Estados Unidos y Europa, instaladas en la India, ya producen la mitad del total de las manufacturas. En el plan de reformas hubo un ejemplo que lo diferencian de los países Latinoamericanos: a pesar de que muchas empresas estatales fueron parcialmente privatizadas, siguen en actividad compitiendo con los nuevos dueños privados, con el fin de que no se convierta en un monopolio, como en algunos casos sucede en nuestro país.

Nehru, el gran conductor

Nehru, primer ministro desde 1947 a 1964, fue el visionario que entendió que la India se debía grandes reformas sociales. Pero como estado socialista que era y es, advirtió que los pobres no debían quedar desprotegidos, sino que necesitaban asistencia del estado.

Entendió, además, que la base del cambio, tantas veces proclamado y pocas veces cumplido, era la educación. Por eso puso énfasis en la creación de exigentes institutos, en donde los tecnológicos y científicos eran claves. No es casual, por este motivo, que en los Estados Unidos haya 120.000 indios estudiando. Y recordemos que de las 17 mejores universidades del mundo, 15 se encuentran en la potencia norteamericana.

En Bangalore, en el centro de la India, existe una ciudad tecnológica donde están ubicadas las principales filiales del planeta. Ese polo es, después de Palo Alto, en California, el más importante. ¿Por qué? Muy simple: el nivel intelectual de los ingenieros indios es muy superior al de los de cualquier otro país asiático. Además, un ingeniero gana aquí 3.330 dólares mensuales, diez veces menos de lo que gana su colega en Silicon Valley.

Salario cuatro veces superior

Aunque aumentó mucho, el salario promedio del país es de 100 dólares mensuales. Pero según el Banco Mundial en el 2020 este salario se cuadruplicará. Otro adelanto: la India, que es potencia nuclear desde 1974, en cuatro años enviará una misión a la Luna con una tecnología totalmente propia.

Las universidades estatales cobran 650 dólares al año, porque se entiende que nadie puede ingresar sin demostrar su inteligencia. Es más: créase o no, hay examen de ingreso hasta en los jardines de infantes de escuelas privadas. Y en las casas de altos estudios, solo ingresa el 11% de los alumnos.

Como ve, hay mucho por hacer, pero la potencia no solo está en marcha, sino que promete ser una superpotencia en apenas una década.

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