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Los restos de Sigfrido Maximiliano Moroder, el padre Chifri, descansan en paz en la humilde capilla de adobe de El Alfarcito. Ayer, después del mediodía, el féretro envuelto en la bandera de Salta recorrió la pequeña placita de animales del paraje precordillerano y el silencio de los cerros sólo fue interrumpido por las autóctonas melodías salidas del erke emocionado de un lugareño.
Se fue físicamente, aunque su presencia espiritual se siente en cada rincón de esta ignota geografía salteña. Miles y miles de peregrinos desandaron las estrechas callecitas del sitio, donde con 40 mil adobes el cura levantó unos de sus proyectos más anhelados: el primer colegio secundario de Montaña del Noroeste.
En la despedida brotaron lágrimas, emociones, congoja y hasta júbilo. No hubo quien no se acordara de alguna anécdota con Chifri, de los proyectos que se compartieron y principalmente de sus sueños hechos realidad.
A un costado de la pequeña capilla, entre tantos asistentes un maestro llegado desde muy lejos recordó: “Vengo del otro lado del cerro. De allá por Tirao, donde Chifri llegaba caminando. Gracias a su intervención ante el Gobierno de la provincia se construyó la ampliación de la escuela. En su visita al paraje, el gobernador se comprometió por pedido del padrecito a terminar los albergues que están muy estropeados. Increíblemente desde hace treinta años aproximadamente la escuela de Cerro Negro de Tirao no tiene nombre. Vamos a imponerle el nombre de “Padre Chifri” si el Ministerio de Educación nos autoriza”. Es el homenaje de esa comunidad expresada por el maestro Jorge Chiliguay.
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En otro sector, bajo los fuertes rayos del sol, se cubrían varias mujeres a la sombra de un álamo. Eran de un grupo parroquial de Santa Rita en Rosario de Lerma. Hablaban en voz baja sobre lo que fue el comentario del pueblo. “Alguien vaticinó hace muchos años atrás que un hombre muy bueno iba a llegar a Salta a recorrer los cerros evangelizando y protegiendo a los humildes”, contó una de las mujeres.
Al preguntar quién era, respondieron: “Eso le dijo Gladys Motta a una hermana de la parroquia Nuestra Señora del Rosario de Rosario de Lerma. Fue hace muchos años en San Nicolás antes de la venida de Chifri a Salta. Lo analizamos y no podemos creer en esta coincidencia. Ahora nos damos cuenta de muchas cosas”.
Gladys Herminia Quiroga de Motta es la mujer a quien el 25 de septiembre de 1983, rezando en su casa de San Nicolás de los Arroyos, a orillas del río Paraná, con un rosario entre las manos, se le apareció la Virgen y, desde entonces, se convirtió en una especie de mensajera de María.
Destino o designio, dicen que esta hermana de Rosario de Lerma logró hablar con Gladys, pese a ser muy difícil poder hallarla. “Le dio ese mensaje y hoy recién lo entendemos”.
Bajo el techo de barro del albergue de montaña, dedicado a la Madre Teresa de Calcuta, muchos reconocieron en el curita Chifri, el don de poder unir comunidades y personas. De transformar lo dificultoso en sencillo, lo imposible en viable.
“Juntó las comunidades autóctonas de la Quebrada, que llegaron a portar las banderas de Argentina, de Salta, la Papal y la de los Pueblo originarios. Eso no lo hace cualquiera”, dijo un lugareño del paraje El Toro vestido con sus atuendos de suri para la tradicional danza ante el féretro.
La despedida concluye en la capilla de El Alfarcito y todos saludan a sus hermanas Ana y Gabriela. Más atrás está su madre, Ana María Fracasi, muy apesadumbrada. Entre la multitud, surge José Sigfrido Moroder, el padre de Chifri. Con un temple increíble, habló con palabras tan sencillas y profundas como las que usaba su hijo. “Chifri es de todos. Sembró en una tierra fértil. Eso es lo que debemos aprovechar. Esa cosecha de amor y ayuda al prójimo. La vida sigue, gracias a todos”.