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Mojar la oreja

Lunes, 29 de octubre de 2012 22:42
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 Esta locución empleada con el sentido de desafiar a alguien a pelear, es conocida y utilizada normalmente en Argentina. Así lo acredita el “Diccionario de americanismos en Salta y Jujuy” de Fanny Osán y Vicente Pérez Sáez. Tal como anota la frase “mojar el garguero”, otorgándole el sentido de ‘Beber generalmente poco para calmar la sed’, también se refiere a la locución coloquial “mojar la oreja” que explica como ‘incitar a la pelea, con un gesto que corresponde al significado de la frase’.
Por su parte, el “Diccionario del lunfardo” de Athos Espíndola, añade al respecto: “Desafiar a alguien a pelear. Era una costumbre antigua entre chicos y jóvenes mojarse un dedo de la mano con saliva y tocar con él la oreja del otro, lo que era señal de desafío a pelear. // Desafiar a alguien en cualquier sentido”.
A su turno, José María Iribarren declara la forma española de la frase: “Mojar la oreja de otro con saliva”. Sin embargo, no es difícil darse cuenta de que, dado el principio de la ‘ley del menor esfuerzo’ aplicada en el hablar espontáneo, también allá se emplean, únicamente, las tres palabras conocidas. “Acción denominada mojadilla define Iribarren, que es tenida por injuriosa. La amenaza ‘¿A que te mojo la oreja con saliva?’ y su realización da lugar -escribe Bastús (Sabiduría, 1.a serie, pág. 156)- a frecuentes lances y reyertas entre la gente baja en algunos puntos de España, particularmente en Andalucía”. El autor citado en primera instancia no se muestra convencido por Bastús, quien supone, según versiones recogidas, que esa acción es para humillar al que se provoca, parodiando el rito del bautismo en el culto católico. En él el sacerdote moja su dedo pulgar con saliva y toca la oreja del bautizando mientras pronuncia la palabra ‘éfeta’, que en hebreo significa ‘ábrete’, dando a entender la intención de que sus oídos se abran a las verdades de la religión. Pero Iribarren descree que el origen de la frase, una burla u ofensa, sea de ese rito. Se funda en que el “Diccionario de autoridades” de la Real Academia dice: “Frase que vale haber vencido a otro. Tiene principio de que cuando un muchacho ha derribado a otro, le moja la oreja por burla”.

Hay moros en la costa

El libro “Ciencia del lenguaje y arte del estilo”, de Martín Alonso, registra este entre sus locuciones y modismos, refiriéndose a “cuando hay personas extrañas a nuestro interés”. También Iribarren informa sobre él. Citando a Clemencín, dice que esta expresión de alarma se debe a la frecuencia con que, en la época de las invasiones arábigas, los árabes incursionaban por las costas del Mediterráneo, sorprendiendo a la gente y robándole el ganado y todo lo que podían quitarle. Con el grito ‘¡Hay moros en la costa!’, los litoraleños alertaban a sus vecinos sobre un peligro inminente, de modo que se armaran para la resistencia, si la cantidad de enemigos se lo permitía, o bien para que se retiraran tierra adentro, si estos eran numéricamente superiores.
Ante la frecuencia de tales incursiones, se construyeron, de trecho en trecho, torres o atalayas, a las que se accedía por medio de una escalera de cuerdas, la que luego se recogía o retiraba. En ellas, por otra parte, se colocaba una campana o instrumento similar para reforzar el aviso que a viva voz daba el centinela. Además de esto, se alertaba a las regiones vecinas por medio de columnas de humo, durante el día, o fogatas, por la noche. Esa alarma se difundía tanto hacia el interior, o tierra adentro, como también por toda la costa.
También el diccionario de María Moliner se ocupa de este dicho, “haber moros en la costa”, diciendo: “Haber motivos, por la existencia o presencia de alguien o de alguna circunstancia, para obrar con precaución”.
A pesar de que en todos los diccionarios que tratan sobre este asunto lo hacen desde el punto de vista positivo (Hay moros en la costa), tengo conciencia de que siempre lo he escuchado aquí en su forma negativa: “No hay moros en la costa”, tomando esa información como positiva para acometer determinada acción que no podría ser realizada si hubiera gente presente. De hecho, la palabra ‘moro’ en su sentido de ‘morocho’ o ‘moreno’ no existe en nuestro vocabulario. Sin embargo, es posible que, aunque parcialmente, el refrán se haya radicado aquí y quizá esté perdiéndose su uso.


</SUBTITULO>Volveré y seré millones
La mayoría de los argentinos está convencida de que esta frase fue pronunciada por María Eva Duarte de Perón. En la conciencia colectiva y ya como una tradición, siempre se sostuvo su autoría con respecto al dicho. Sin embargo, Zimmerman asegura que eso no es verdad. Cita a Tomás Eloy Martínez en su novela “Santa Evita”, quien pone en duda esa afirmación. Ese tema provocó un cambio de opiniones en la columna “Cartas de lectores” del diario La Nación. En una de ellas se recordaba que esas palabras figuran en la novela “Espartaco”, de Howard Fast. El las pone en boca de uno de los cabecillas de la rebelión de esclavos que enfrentó al Imperio romano en los años 72 y 73, anteriores a Cristo.
Otro lector, de la misma columna, sostenía que la locución “Volveré y seré millones y el temblor vendrá de abajo” habría sido pronunciada por un seguidor de Tupac-Amaru, llamado Julián Aspasa, el cual se autodenominó Capc-Catari. Este señor fue uno de los más feroces caudillos de esa rebelión, uno de los últimos en rendirse.
Entonces, aparentemente y de acuerdo con estos testimonios proporcionados por la columna de La Nación, sería esa la fuente de las palabras que Fast puso en labios del héroe de su novela. Y las mismas se las habrían adjudicado a Eva Perón, después de 1955.

Dónde me aprieta el zapato

Esta frase según el mismo Zimmerman proviene de una anécdota popular en Roma, en los primeros siglos de nuestra Era. Un conocido patricio estaba casado con una mujer adinerada, hermosa e inteligente. Cierto día, este patricio, en reunión con amigos, declaró su intención de divorciarse de ella, lo que los asombró ya que muchos de ellos envidiaban su matrimonio. Por eso trataron de disuadirlo, ponderando las virtudes de su esposa. Pero él los sorprendió, luego de escucharlos en silencio. Se quitó un zapato y les dijo: -¿Ven este zapato? Es nuevo, está hecho con los mejores materiales por el mejor zapatero de Roma. A la vista no tiene el menor defecto. Pero nadie que no sea yo mismo puede saber dónde me aprieta al caminar”. El mensaje era claro: únicamente en la intimidad de cada persona residen los motivos profundos que la llevan a actuar. Todos adolecemos de un punto débil que, como el zapato de esta historia, es capaz de producir dolor, a veces mucho dolor, sin que los otros puedan percibirlo en carne propia.

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