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Lisardo te lleva a pasear en sus juguetes

Sabado, 10 de noviembre de 2012 22:54
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Su vida no puede ser contada como una historia de vida normal, sino que hay que recurrir a la locura y la irresponsabilidad de inventar un nuevo tiempo verbal y de relatarlo en un modo de “presente infinito”.

Todos lo conocen, pero nadie sabe quién es. Ningún vecino hasta ahora dilucidó qué extraño sortilegio hace que Lisardo Yapura saque todos los días un convoy de camioncitos de juguete por las calles quietas del barrio Vicente Solá.

Quizá nadie se atreve a interpelar su marcha enajenada con preguntas improcedentes pues él no habla con ninguno y nadie lo cuestiona.

Ese viaje irracional repetido hasta tres veces en el día constituye su periplo vital, su plexo de significaciones.

Lisardo tiene 59 años y une con alambres entre 15 y veinte rodados pequeños para salir a buscar elementos para construir más camioncitos.

En esa quimera infinita, irresuelta, incomprendida, el hombre se vuelve niño y decide salir sin resolución de continuidad en busca de chapitas, botellas, cables, alambres, cartones, bidones y todo aquello que sirva.

Resulta que Lisardo solo tiene unos cuantos camiones de esos que se consiguen en las jugueterías.

El resto son vehículos cargueros que construye la pericia manual de Lisardo y la ayuda de unos muchachos que trabajan en un taller mecánico que bordea la colectora de la avenida Bolivia.

Y sale Lisardo con el sol suave de la mañana, con un chaleco de agente municipal de Tránsito, aunque ni una simple llovizna, tormenta o nieve impida nunca su odisea.

Arranca de su casa en calle Balcarce al 2.200 y busca rápidamente la apertura de la avenida Bolivia. La sigue hasta el supermercado de la zona y dobla por la estación de servicio hasta la 20 de Febrero. De ahí vuelve hasta su casa.

Esa ronda puede variar, sobre todo si El Tribuno, o cualquiera, sale a perseguirlo.

Cada tesoro que encuentra Lisardo lo va colocando en los rodados de carga alineado con alambres que comanda.

Esa calesita cósmica termina y comienza en su casa. Si llega al mediodía, su hermano Cristóbal lo espera con comida; si es a la tarde con la merienda.

El hermano es un empleado municipal y maneja los pretéritos para explicar los por qué de Lisardo.

Dijo que se hizo cargo desde que su hermano tuvo un “enfriamiento extraordinario” y sufrió una casi fatal neumonía que lo dejó con un severo trastorno mental.

Cristóbal dijo que eso sucedió cuando su hermano mayor tenía 40 años. Fue dura la recuperación, pero Lisardo salió adelante con sus camiones como una metáfora de arrastrar siempre la carga de la vida.

Nadie lo detiene en su infinito deambular y como en la balada el semáforo del Salta Polo le da tres luces celestes a la vez, los vecinos se sacan el melón para saludarlo con una sonrisa y la vida le guiña un ojo sabiendo que le dio la yapa para enseñarnos a los “sanos” lo lejos que estamos de la realidad.

Un especie de amauta que nos quiere enseñar que lo realmente valioso es lo que llevamos encima; o mejor dicho lo que arrastramos en nuestros camioncitos imaginarios.

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