Este 2012 se va sin llevar en sus alforjas una imagen favorable de la policía salteña. Una serie de episodios desdichados mostraron a varios (demasiados para la tranquilidad de la población) de sus efectivos, tanto en esta ciudad capital como en localidades del resto de la provincia, interpretando papeles absolutamente alejados de su cometido de supuestos guardianes del orden público y defensores de la integridad física de los ciudadanos.
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Este 2012 se va sin llevar en sus alforjas una imagen favorable de la policía salteña. Una serie de episodios desdichados mostraron a varios (demasiados para la tranquilidad de la población) de sus efectivos, tanto en esta ciudad capital como en localidades del resto de la provincia, interpretando papeles absolutamente alejados de su cometido de supuestos guardianes del orden público y defensores de la integridad física de los ciudadanos.
Por lo contrario, aparecieron con actitudes propias de matones y patoteros, actuando siempre en banda, contra personas indefensas, a las que agredieron y torturaron, tanto en la vía pública como en comisarías.
Desde el sonado caso de las torturas en una seccional de General Güemes, documentadas con fotografías que recorrieron el país, los hechos de esa naturaleza se sucedieron.
Aquí y allá las brutalidad policial se hizo presente. Y no fueron sucesos aislados.
Hay un hecho reciente que puede figurar como emblemático (como si todos los casos de violencia policial no lo fueran).
Gerónimo Saravia, jugador del Jockey Club y del seleccionado provincial de rugby, recibió una fuerte paliza por parte de policías uniformados en la madrugada del sábado 22 de este mes.
Saravia y tres de sus amigos regresaban en vehículo de una finca ubicada en La Isla, en la que participaron de una reunión privada. Saravia advirtió que lo seguía un automotor no identificado, e imprimió más velocidad al que él conducía, sospechando que se trataba de asaltantes. Durante dos kilómetros lo persiguieron los desconocidos hasta que Saravia advirtió la presencia de un móvil del 911, y se detuvo en busca de protección.
Sus perseguidores, que eran tres, también detuvieron la marcha del rodado y aseguraron ser policías. Le recriminaron por no haberse detenido antes y, sin más preámbulo, rompieron el parabrisas y la luneta del vehículo de Saravia. Este trató de impedir que continuara el destrozo y, como respuesta, sus perseguidores lo molieron a golpes.
La persecución alertó a otros policías, entre los que estaba el jefe de la unidad regional local, y 14 de sus subalternos. Saravia fue detenido, y liberado más tarde.
El gobierno separó provisoriamente al aludido jefe y a los 14 agentes, incluidos los 3 que participaron de la persecución en un vehículo no identificado. Hasta ahora tampoco se dio a conocer la identidad de los policías “rápidos y furiosos”, pese a que el gobernador Juan Manuel Urtubey, que habría viajado ese mismo sábado a Italia, con su familia, ordenó al ministro de Seguridad que inicie un sumario para individualizar a los responsables con el propósito de sancionarlos “con las medidas que correspondan”. ¡Un ejemplo de rapidez y diligencia la del señor gobernador!
Y como no hay dos sin tres, ayer los salteños se despertaron con la noticia de que Javier Lovaglio, de 61 años de edad, ex juez de Instrucción Formal, fue derribado, pateado en el suelo y arrastrado por seis policías en Cafayate, poco después de haber sido asaltado y robado por maleantes sin uniforme.
El ex juez fue, simplemente, a hacer la denuncia. Cosas que pasan.
Bien. Si es por eso de estar a tono con lo que ocurre en otras muchas partes de la Argentina, el gobierno de Salta puede estar satisfecho: ya tiene, sin desmerecer méritos ajenos, su propia Policía Brava. ¿El orsai? ¡Vamos! ¿Me lo van a cobrar por un par de costillas rotas? ¡Vamos!