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No hay con que darle. A la hora de los números su obra “Stravaganza” es un éxito que nadie previó. Ni siquiera el mismo creador. Cada noche pasan por la sala del Teatro Luxor no menos de 2.000 espectadores. En lo que va de la temporada ya vieron la obra más de 60.000. Semejante performance hace que lluevan las críticas de sus colegas. Ya se sabe que la envidia es una enfermedad incurable, progresiva y degenerativa. Pero Flavio, al menos hasta el día de hoy, parece inmune.
“Me resbala todo lo que digan -afirma-. Sé de donde salieron todos los que me critican como Florencia de V, por ejemplo. Una frase que me enseñó Cacho Castaña, a quien amo, dice así: “La fama y el dinero no te cambian, te delatan”. Mi único temor era que mis productores perdieran plata. Si yo perdía no me importaba porque toda la plata que gané, aparte de comprarle un departamento a mi mamá, la puse en “Stravaganza”. Si no lo hacía a esta edad ¿cuándo lo iba a hacer? Esa fue la fórmula del éxito: haber hecho lo que me dictó el corazón”.
Pero no solo el corazón puso Flavio sobre el escenario. A los 37 años, el esfuerzo excepcional que le exige realizar, cada noche, sus acrobacias tanto en el aire como en el agua, tiene su precio. Y es alto. Hoy tiene un codo fisurado, dos hernias de disco y vive acosado por un dolor permanente. Algo que nunca contó, ni siquiera a sus íntimos, por temor a que sus críticos de alguna manera utilizaran la información para boicotear el espectáculo. Pero como más allá de todo es un artista, confiesa que “estoy tan feliz que cuando salgo a escena debajo del agua los aplausos son para mí la mejor anestesia”.
Su éxito actual, incluyendo su actuación como bailarín y jurado de “Showmatch”, no se le subió a la cabeza. En ningún momento olvida que nació en medio de una familia circense con la que vivió tiempos duros. Tanto, que su padre debió vender las alianzas de casamiento para darle de comer a los animales del show. En ese momento Flavio tenía 10 años, llevaba una vida nómade, y le hizo una promesa solemne a su madre: le prometió que cuando fuera grande le iba a regalar una casa. Hoy, toda una vida después, cumplió.