¿Quieres recibir notificaciones de alertas?

Su sesión ha expirado

Iniciar sesión
27 de Junio,  Salta, Centro, Argentina
PUBLICIDAD

Mi abuelo, el malo en la memoria 1

Lunes, 04 de junio de 2012 21:49
Alcanzaste el límite de notas gratuitas
inicia sesión o regístrate.
Alcanzaste el límite de notas gratuitas
Nota exclusiva debe suscribirse para poder verla

Si tuviera que confesar lo inconfesable diría que no hay día que no piense en mi abuelo el malo. Más precisamente cuando escribo en el pizarrón y merced al agotamiento de una tediosa jornada laboral, “ella” vuelve a presentarse. “Profe, ¿qué dice ahí?”, me apunta alguien y releo para ver que esa palabra que puse no pertenece a ningún idioma. “Tiene dislexia específica, superficial y moderada”, dijo la psicopedagoga en un tono neutro y eficiente, sumamente irritante en su perfección. Así daba el diagnóstico del porqué yo -a mis cinco años y medio- seguía desorientada y aparentemente catatónica el dedo de la señorita Norma pasando por los renglones, mientras mis compañeritas silabeaban: “Soo-laa-naa-aa-see-aa-suu-oo-soo-soo-laa”.

Había nacido en la época cuando don Rojas aún podía vivir entre los unos y los otros, tolerarlos y serles útil. Por eso meneó la cabeza y se opuso a una rehabilitación. Según él los especialistas no harían más que recortarme y aislarme para proceder a mutilarme y viviseccionarme. Así el peor empleador que alguien pudiera tener, el esposo y padre más intransigente, el hombre con poca cabeza para los negocios y que adeudaba una sola materia de abogacía (por no darle el gusto de tener un hijo doctor a su madre) se autoerigió en mi mentor. Me escuchó mientras narraba las circunstancias humillantes que había atravesado, parada al lado del banco de la maestra. “¿Qué te pasa? ¿Por qué no leés? ¿No los querés a tu papá y a tu mamá? ¿No los querés a tus abuelos?”. Su labio inferior temblaba de ira. “Vea, hay que tener un alcance muy corto para pensar que esas son las preguntas importantes. Pero sáquese todo eso de ahí -y hundía en mi frente un grueso anular con la uña amarilla- porque no vamos a rechazar esas ideas ni a refutarlas, porque aquí no se trata de consentir o disentir, de aceptar o no aceptar sino de conformarse o no conformarse”. Actué como si lo que acabara de decirme fuera una epifanía y tras un rudo entrenamiento de dos meses leía en voz alta sin silabear -con las entonaciones correspondientes- así como había caminado sin gatear.

Temas de la nota

PUBLICIDAD
PUBLICIDAD