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Es evidente que hay cosas que Cristina no está dispuesta a dilucidar antes del momento en el que ella lo decida.
Hasta ahora, la inmovilización popular era una constante y el relato oficial una especie de biblia incontrastable; ya no.
A excepción del sueño eterno del que no se despierta la oposición, en dos semanas parece haber cambiado todo en la política argentina. Así, de un plumazo, como la mayoría de las cosas que ocurren en este país.
Al compás de un lento pero sostenido decrecimiento de la economía, Cristina se dio en los últimos quince días los dos más crudos baños de realidad que haya vivido desde el “voto no positivo” de Julio Cobos. Hasta ahora, la inmovilización popular era una constante y el relato oficial una especie de biblia incontrastable; ya no.
Las cacerolas dejaron de ser solo un recuerdo de diciembre de 2001 y una imagen asociada netamente a la Plaza de Mayo: ahora hasta van a domicilio a la casa de jueces y funcionarios, provocando en ellos renuncias y exabruptos que perjudican aún más a su propia imagen. Esta semana le tocó a Norberto Oyarbide y a Guillermo Moreno, mañana puede ser a cualquiera. Justamente ese, el de la manifestación y el escrache, es el temor más grande y difícil de controlar que tiene todo poderoso. ¿Cuánta capacidad de daño real tiene ahora la protesta social? Aún poca, pero se instaló definitivamente como método de repudio, lo que no deja de ser mucho de cara al corto y mediano plazo.
Quién piense que está blindado de eso se equivoca. Los gobernadores más alejados del kirchnerismo como Daniel Scioli, Mauricio Macri, José De la Sota y Antonio Bonfatti saben a la perfección que pueden caer rápido en la volteada. Lo mismo que los intendentes kirchneristas, los sindicalistas y los empresarios formadores de precios. Cuando la movilización no tiene cara visible, nadie está del todo a salvo.
De todos modos, darle más magnitud a los sucesos de lo que estos tienen puede generar un incorrecto análisis de la realidad. Muchos pensaban que la Presidenta había frenado su proyecto reeleccionista con el cacerolazo del 13-S, en una visión exultante y desproporcionada de aquella masiva concentración. Sin embargo, si algo quedó en claro de las definiciones de Cristina en Harvard, es que la mandataria estuvo a años luz de desechar esa alternativa para 2015. “Depende de otros”, dijo. A buen entendedor, pocas palabras.
Una gira reveladora
Cuando ocurre algo que uno no espera, en general, suele responder de la forma más impredecible y acorde a su verdadero modelo mental. Allí desaparecen las formas y la diplomacia, porque lo que reina es la improvisación y el nerviosismo. Exactamente eso le pasó a la Presidenta en las dos universidades de Estados Unidos donde aceptó preguntas, dejando al relato kirchnerista con un dote cierto de inconsistencia en temas clave como la relación con la prensa y la manipulación del Indec.
¿Sobre qué pensaba Cristina que la iban a interrogar si todos sabían que había muchos asuntos en el candelero sobre los que no se había pronunciado? ¿Tan difíciles de prever eran las preguntas de estudiantes menores de 30 años que recibió la jefa de Estado en Georgetown y Harvard? A la distancia pareciera que no. Teniendo en cuenta que la última conferencia de prensa que brindó fue hace más de un año, todo ese tiempo de preparación debió haber sido suficiente para ensayar respuestas sin caer en agresiones desprestigiantes para si misma como las que exhibió.
Fue increíble, pero Cristina transformó una simple conferencia académica en un campo de batalla frontal. Mostró enojo, agresividad, nerviosismo, falta de precisión en las respuestas principales y una permanente sensación de que tenía enfrente a sus peores enemigos. Nunca quedó tan claro como esta semana el verdadero porqué de la falta de diálogo de la Presidenta con los medios. Por lo que se vio en Estados Unidos, es evidente que hay cosas que Cristina no está dispuesta a dilucidar antes del momento en el que ella lo decida. ¿Aún si ese día no llega nunca? Parece extraño, pero aún así. De hecho, ¿alguna vez explicó detalladamente porqué el Indec falseaba sus cifras? ¿Si era para ahorrar plata con menores intereses en el pago de deuda, como muchos sostenían, o simplemente porque los datos anteriores a la intervención no eran reales? Nunca lo explicó con claridad. Por el contrario, prefirió cargar contra la inflación de Estados Unidos, Grecia, España y Portugal. No hubo más que eso, por lo que cuando la vuelvan a interrogar -que seguramente será dentro de mucho tiempo- no sorprenderá a nadie que esa pregunta reaparezca. El repetitivo argumento del complot internacional contra el Gobierno ya suena demasiado estrambótico y difícil de sostener para la nueva realidad política argentina.