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“Las naciones tienen intereses permanentes, no amigos permanentes o aliados”. Esta conocida frase, atribuida al primer ministro británico Benjamín Disraeli (1804-1881), define claramente cuáles son los parámetros que, en materia de amistades y/o alianzas, podría definirse la política exterior de los Estados Unidos de América. ¿Amigos o aliados permanentes?: ninguno; sólo aquellos intereses que, con el correr de las décadas y desde mucho antes de las dos grandes guerras mundiales han definido cuáles son los límites que cualquier país del mundo debería tener en cuenta al cerrar tratados o alianzas con la única superpotencia con poder global en el mundo actual.
El reciente acuerdo con Irán, en el que el resto de las potencias agrupadas en el Grupo 5+1 que acompañaron a los EE.UU. con un consentimiento no exento de resquemores, han sido un poco más que “convidados de piedra” frente a las fuertes presiones de la administración Obama, no es un “verdadero triunfo” de la diplomacia estadounidense.
Sólo debería definirse como un objetivo intermedio, muy parcialmente cumplido hasta ahora, en el marco de una serie de otros que constituyen eslabones de una cadena hacia la meta final deseada, que tampoco podría ser la definitiva.
Con la capacidad intacta
El presente acuerdo nuclear con Irán deja a este país con la capacidad industrial necesaria para fabricar en un futuro armas nucleares. De hecho, solo se amplía el plazo de alerta temprano, o ventana de tiempo entre la decisión política de fabricar artefactos nucleares y el lapso para concretarlos. Este tipo de alerta surgiría sin duda en caso de cambios sospechosos ante la vigilancia in situ y satelital de sus sitios nucleares y, de ser confirmada la intención, podría ejecutarse algún tipo de operación militar a gran escala para destruirlos, y avanzar probablemente a un intento de cambio de régimen.
Los “intereses permanentes” de los EE.UU. han primado sobre los de aquellos amigos o aliados “transitorios” que, durante décadas, confiaron plenamente en que su principal protector respaldaría sus principales imperativos estratégicos antes que los suyos propios. ¿Ejemplos?: Israel, Arabia Saudita y las monarquías del Golfo Árabe, principalmente, pero muy especialmente los dos primeros.
La primera pregunta que podría hacerse el lector y que no debería quedar sin respuesta, es el porqué de un acuerdo de los EE.UU. con un enemigo de décadas, a quien hasta hace no mucho tiempo se pensó en atacar militarmente, dejando de lado la protección a toda ultranza de aliados como Israel y Arabia Saudita.
Prioridades geopolíticas
La respuesta es que los imperativos y prioridades geopolíticas estratégicas de la superpotencia global parecen cambiar del gran teatro del Medio Oriente, del Levante y espacios adyacentes hacia la vasta región Asia-Pacífico, donde la presencia creciente de China presenta los grandes desafíos del mañana, que con la dinámica actual podrían hacerse presentes a corto plazo.
Además, está el resurgimiento de Rusia bajo la mano firme de Vladimir Putin quien, objetivamente, ha puesto de pie a su país con otras claves ideológicas, luego de la catástrofe geopolítica producida por la implosión del bloque comunista soviético.
El acuerdo llamado “interino” entre los EE.UU. e Irán es, salvo imponderables que nunca deben descartarse, un acuerdo diseñado cuyo principal objetivo primario no sería otro que la creación de un nuevo balance estratégico en la región y tal vez también en espacios circundantes.
Un balance quebrado con el derrocamiento del presidente iraquí Saddam Hussein, y la ocupación temporaria del país, dejando finalmente su gobierno central en manos de una coalición aliada a los intereses iraníes, convirtiendo al territorio de Irak en parte de un inmenso territorio dominado por el chiismo duodecimista, cuyo bastión sectario y militar más lejano está representado por el Hezbollah libanés, comprometido hoy de manera directa en el territorio sirio como uno de los respaldos más importantes con que cuenta el presidente Bashar Al-Assad.
La lectura de los sucesos actuales en torno del acuerdo nuclear con Irán, no aseguran que el Medio Oriente vaya a convertirse en un lugar más seguro, argumento hecho suyo días atrás por el Secretario de Estado norteamericano, John Kerry.
El diseño geopolítico estadounidense de cuál debería ser el balance estratégico del Medio Oriente y del Levante dejaría, de hecho, dos campos claramente delimitados: por un lado un Irán hegemónico, con o sin armas nucleares pero sí con la capacidad intacta para fabricarlas, y por el otro al campo de los estados sunitas de la región encabezados por Arabia Saudita y muy probablemente Turquía, y un Israel que deberá lidiar a su vez con un ambiente regional cada vez más hostil, aunque no le represente en este momento una amenaza existencial.
Ir más allá de este conjunto de presunciones cercanas a los escenarios posibles, pero al mismo tiempo más probables, sería como incursionar en especulaciones sin asidero, o en reduccionismos a los cuales se recurre actualmente en demasía para explicar decisiones estratégicas de tamaña envergadura.
Por último, debe dejarse muy en claro que el acuerdo en materia nuclear encubre otras negociaciones que siguen realizándose entre bambalinas, que no sólo podrían impactar las regiones del Medio Oriente y el Levante, sino también a países como Afganistán, Rusia y otros actores transregionales.
Se aleja la opción militar
Una invasión occidental, o tan solo un ataque militar occidental sin efectivos en el terreno a la región del Levante, como fue el prometido ataque por el presidente Barack Obama para castigar el presunto uso de armas químicas por parte del régimen sirio, habría desatado una conflagración militar sin precedentes más allá de esta región.
Fue ahí cuando apareció Vladimir Putin, ofreciendo a su par estadounidense una salida elegante del embrollo en el que él mismo se había metido como resultado de su usual y vacua retórica.
El acuerdo alcanzado con el régimen sirio para entregar y destruir sus armas químicas, presentado como fruto de una casualidad bien representada por el Secretario de Estado John Kerry, no fue sino una puesta en escena del resultado de negociaciones desarrolladas secretamente y durante un lapso prolongado de tiempo entre EE.UU., Rusia, Irán y el mismo régimen sirio.
Esto jamás podría haberse concretado sin que Irán presionara fuertemente a Siria, conjuntamente con Rusia. Sobre todo por Irán, que conjuntamente con el régimen sirio y el movimiento Hezbollah libanés, constituye la parte más importante de un tridente geopolítico de larga data que otros actores, y sobre todo Arabia Saudita e Israel, pretenden desmembrar desde hace mucho tiempo, con la diferencia de que este último país considera una pesadilla imaginar una Siria dominada por sectores yihadistas enroladas en la red Al Qaeda.
El acuerdo entre EE.UU. y el resto del Grupo P5+1 con Irán no se limita a la cuestión nuclear, deja a este último país con el aparato industrial intacto para decidir en un futuro la fabricación de un artefacto nuclear, más allá de que decida hacerlo o no y aceptar sus consecuencias.
En definitiva, se ha dejado en manos de fanáticos religiosos la capacidad de fabricar un artefacto nuclear, cuando la decisión más sabia hubiera sido impedirlo, y promover una región libre de ese tipo de armas de destrucción masiva, sin excluir a ningún estado de la región, incluyendo a Israel que de hecho las posee.
Las consecuencias del desatino cometido y su impacto en la región y más allá de ella podrán tal vez verse en un plazo de tiempo no muy prolongado.