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Es una creencia generalizada que las situaciones de acoso laboral o mobbing consisten, únicamente, en la imagen de un jefe que acecha, persigue, hostiga a una indefensa empleada (se supone siempre un acechador masculino y una víctima mujer). En realidad, no es ese el origen etimológico ni el antecedente tenido en cuenta en el arranque del estudio de este fenómeno. Como se verá, la situación descripta en el primer párrafo sería mejor definida como “bossing” (de boss, jefe en inglés). La palabra mob, también proveniente del inglés, en la polisemia de este idioma puede significar: muchedumbre, populacho, pandilla, mafia, asalto, etc. Los distintos significados -de todas maneras- dan la idea de una multitud asediando (de hecho, este vocablo se utiliza en relación al asedio en los castillos). Pero el uso de esta terminología con el sentido actual comenzó con el análisis del comportamiento de las aves. El premio Nobel Konrad Zacharias Lorentz (discípulo de Karl Bhler), considerado el “padre” de la etología -disciplina que estudia el comportamiento animal-, fue uno de los primeros en analizar la conducta de un grupo de pequeños pájaros consistente en el atosigamiento continuado a un enemigo más grande, con frecuencia un ave rapaz. Estos comportamientos en la naturaleza terminan, frecuentemente, o bien con la huida o con la muerte del animal acosado. El científico sueco Heinz Leymann investigó el fenómeno en la década de 1980, y, por transposición antropomórfica, fue quien utilizó por primera vez el término “mobbing” para referirse al problema.
En la actualidad, encontramos que existe un común denominador entre el mobbing (en su versión primigenia) y los recientes saqueos y escraches que se han producido en nuestro país. En todos ellos advertimos un comportamiento que llamaremos “el síndrome de la manada” y el afloramiento de manifestaciones de la más vil cobardía. Escudados en el anonimato del chisme maligno (en el mobbing), de la piedra artera (en el saqueo) o en el grito en la muchedumbre (en el escrache); los humanos asumen esas conductas observadas, particularmente en aves y primates, cargadas de agresividad reprimida. El comportamiento de mobbing se ha registrado en una amplia gama de especies, pero está especialmente bien desarrollado en gaviotas y cormoranes, mientras los cuervos se encuentran entre los acosadores más frecuentes. Además de volar hacia el depredador y emitir llamadas de alarma, algunas aves, como los zorzales y las gaviotas, amplían la eficacia defecando o incluso vomitando sobre el depredador con precisión sorprendente...
Saqueos, escraches y boicot
Continuando con las etimologías, tanto el escrache como el saqueo presentan historias bizarras. Saquear proviene del latín saccus (bolsa, talego), vinculado con la idea del invasor que se lleva su botín en una bolsa. En la cultura occidental quedo grabado a fuego el recuerdo del “saco” de Roma, cuando en el 455 d.c. los vándalos (de allí la palabra vandalismo, también aplicable al tema que venimos analizando) redujeron a ruinas la gloriosa metrópolis. Mil años más tarde (1527), otro saqueo tuvo lugar por las tropas españolas e imperiales de Carlos I, que depredaron la ciudad, hasta la mismísima Basílica de San Pedro. Las tropas actuaron en forma “vandálica” y descontrolada, pues habían muerto en combate sus líderes militares.
Escrachar es una palabra ingresada a la lengua de los argentinos por la ventana del lunfardo. Tiene varios significados: de tal forma, se puede escrachar con una cámara fotografiando al sujeto subrepticiamente o se puede escrachar al miserable rompiéndole la cara. Sin embargo, la acepción que hoy parece más popular es la de poner a alguien en evidencia, delatarlo abierta y públicamente. No obstante, conviene no olvidar su etimología italiana (schiacciare) que significa destrozar.
Como contrapartida de estas formas violentas de presión social, tenemos la modalidad del boicot. Boicot es un epónimo y un anglicismo cuyo origen reside en el apellido del capitán Charles Cunningham Boycott, administrador, a mediados de la segunda mitad del siglo XIX, de las fincas de un terrateniente, el conde de Erne. En ese tiempo, la Irish Land League propuso una rebaja de los arrendamientos que el administrador rechazó, expulsando a continuación a los miembros de la Liga de las Tierras. Su presidente, Charles Parnell, sugirió una alternativa no violenta para obligar al capitán a ceder: suspender todo tipo de tratos con él. Los jornaleros se negaron a cosechar o trabajar en su casa, los comercios a venderle comida (que debió traer de fuera) y el cartero local dejó de depositarle su correo. Para recoger la cosecha trajo cincuenta trabajadores del norte de Irlanda y mil policías y soldados de escolta. Boycott, cada vez más aislado, se percató de que sus esfuerzos habían sido en vano, pues el coste de la cosecha fue de 10.000 libras, muy por encima de su valor. Al informar la situación, The Times utilizó por primera vez, para describir la novedosa forma de acción, el término “boycott”, que lo encontró más fácil de pronunciar para los aparceros que “ostracismo”. En 1880 el capitán Boycott huyó con su familia a Inglaterra, donde murió en 1897.
El boicot también resultó exitoso, seis décadas más tarde, para la revolución pacífica del Mahatma Gandhi y, en el ámbito laboral, fue ampliamente utilizada en EEUU, tanto por sindicatos como empresarios.
No sería mala idea repensar nuestra forma de agresivo comportamiento social: ¿qué tal si en vez de escrachar funcionarios, se los boicotea? Que la gente se aparte de ellos en las reuniones sociales, que no se les vendan anillos costosos, ni mansiones, que no se les hable (menos se los escuche, salvo si es por cadena nacional); en definitiva, que se los ningunee. Y en el terreno de las utopías, ¿qué tal que los bancos no acepten sus dineros mal habidos y las/los prostitutas/os les nieguen sus servicios?