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Por estos días, las mañanas nacen frescas en los Valles Calchaquíes. El viento roza las cumbres nevadas, antiguos santuarios de los originarios americanos, y baja como en tropel por el árido paisaje. Cuando se enfrenta la cuesta áspera y colosal del Nevado de Cachi, las manchas verdes en ese paisaje desértico van quedando atrás, como los rastros de humanidad. La naturaleza lo cubre todo y los hombres se entregan a su absoluta voluntad. Sintiéndose minúsculos e impotentes ante la inmensidad, los caminantes se entregan a la fe para alcanzar su destino. En los días previos, algunas excursiones habían tenido que regresar sin tocar la cima. Las ráfagas de aire seco y helado azotaban los cerros. Pero cuando la “Expedición Papa Francisco 2013” alcanzó la altura máxima de 6.380 metros sobre el nivel del mar, el viento nunca fue amenaza.
“Durante los cinco días que duró la excursión no tuvimos ni una gota de viento, cuando en las semanas anteriores otras excursiones no pudieron seguir por ese motivo. Cuanto bajamos empezó a soplar frío desde el cerro y se formó una tormenta, prácticamente sobre nosotros justo cuando retornamos a Cachi. Creemos que tuvo algo que ver el propósito de la expedición, que era dejar la cruz con el nombre del papa Francisco”, dijo Diego Patrón Costas, hotelero de Cachi y uno de los siete peregrinos que hicieron cumbre el último 17 de abril para plantar cerca del cielo una cruz con el nombre del sumo pontífice argentino. Lo acompañaron, su hermano Alejandro; Adolfo Arias Linares; Walter Tolaba; Matías Castillo; Carlos Luque Colombres; Ivo Curia y un perro llamado Jack.
El viento les dio tregua esos días
La caravana se detiene en un abra. En el montículo de piedras que llaman apacheta confluyen las plegarias de la América profunda con las de la fe católica. Todos piden protección. Algunos rezan un Ave María, un Padre Nuestro. Otros tiran sobre el cúmulo de piedras hojas de coca y chorritos de ginebra, antes de atacar la cumbre del imponente Nevado de Cachi. Todavía brillaban las estrellas, el sol pintaba sus primeras luces, la temperatura rondaba los 20º bajo cero. Diego llevaba sobre su espalda la cruz de madera tallada en pesado algarrobo y de casi un metro y medio. La trabajó con sus manos el comerciante Martín Oliver y en ella se puede leer: Papa Francisco 2013. “El escenario no podría haber estado en mejores condiciones para recibir a estos peregrinos. El cerro contaba con mucho hielo y nieve, pero las condiciones climáticas eran inmejorables ya que el viento casi no soplaba”, dijo Diego. El mediodía del 17, después de cinco largas jornadas, la excursión alcanzó la cima, el punto más cercano al cielo. El aire a esa altura es un bien escaso, las piernas pesan más que en el llano, cualquier mínimo esfuerzo es agotador e irritante. Todo eso tuvieron que pasar los peregrinos para inmortalizar la gesta, pero después de tanto esfuerzo, lograron afirmar la madera a ese techo de piedra y nieve, que fue también un altar Inca. Francisco hizo cumbre y vigila desde las alturas.