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Contra la indiferencia y la indolencia política, la fe más honda, la moral más alta, el ideal más puro, el sí más voluntarioso. La solidaridad de los salteños se abrió paso como un haz de luz y desde muchos barrios de la capital, localidades del interior como Joaquín V. González, General Gemes y La Silleta, y provincias como Buenos Aires y Entre Ríos, respondieron al pedido de ayuda de Adriana García, dueña del comedor “Jesús te Ama”. Su terreno de diez por veinte, ubicado en el barrio La Lonja, resultó pequeño para recibir a todos los que se acercaron con provisiones. Una cocina, tablones, utensilios, vajilla, carne, verdura, fruta, alimentos no perecederos, ropa, zapatillas, leña... Su teléfono no descansó de las cientos de llamadas que recibió para corroborar su dirección, proponerle proyectos o derivarla con fundaciones y profesionales que ofrecieron generosamente sus conocimientos y contactos. Todos se habían conmovido con las fotografías publicadas por El Tribuno en su edición del sábado pasado. Los niños cargando bancos de plástico, platos y cucharas para ir al comedor y luego almorzando sentados en el suelo, mientras otros esperaban que terminaran de alimentarse para relevarlos.
Llamado desesperado
Una semana atrás, Adriana había acudido a este medio con su férrea voluntad paralizada, al borde de suspender una de las tareas más nobles que pueden efectuarse: dar de comer a los niños para ayudarlos a crecer sanamente.
“Cada día vienen y vienen más chicos, y no les puedo decir que no. Vienen con su cuchara y su plato en la mano y no les puedo decir: "No hay comida' y ya no puedo, ya no tengo...”, relataba, sollozando. Combatía contra la incomprensión de su entorno familiar y la imposibilidad de continuar siendo el cobijo de quienes se sienten contingentes para una política que solo los escucha en tiempos de campaña. En octubre del año pasado ella había iniciado un comedor comunitario de la nada y lo estaba costeando con sus medios de vendedora ambulante, pero seis meses más tarde su solidaridad le dolía. Dominada por sentimientos de épocas “en que no tenía nada, yo la pasé y sé lo que es”, esperaba respuestas gubernamentales que no llegan con la celeridad que la urgencia amerita.
“Colmados de bendiciones”
Hoy ríe, habla incontenible, dice que quiere agradecer a los que ayudaron, con nombre y apellido. Abre un cuaderno, ve sus apuntes y arruga la frente, vencida por la desmemoria. El apremio por atender a todos se puede adivinar: en las primeras líneas con letra segura están escritos los nombres completos, productos que aportaron y lugares de proveniencia de los donantes. Luego los trazos se vuelven distorsionados y entonces aparecen nominalizaciones elocuentes: señor, comerciante, amigo, matrimonio amigo, vino recién operada, llegó en bicicleta, caminó desde lejos... Pero las citas rigurosas en esta historia no son prioritarias: todos pidieron mantener el anonimato. “Un modelo muy fino nos donó chocolate. Vino en una camioneta negra y grande como un avión, pero no me dio su nombre. Me dijo: "Tu comedor se llama Jesús te Ama, entonces tomalo en nombre de Jesús. Jesús te lo dio'”, recuerda.
También hubo quienes trajeron sus manos para preparar alimentos, para servir, como Alba, una profesora de Biología que vino junto a tres exalumnas, Sofía, Carolina y Ana. “Nos pareció hermosa la experiencia de trabajar para los chicos. Hay muchas necesidades en Salta”, dice Ana. “Vos aprendés que la gente es solidaria y cuando alguien los necesita se unen”, reflexiona Alba. Tres amigos trajeron tablones y leña en una camioneta. “Estamos muy contentos, pero como no tienen absolutamente nada ahora queremos ver la posibilidad de hacerles un techo”, expresa Ariel. Toda la ayuda es bienvenida, menos “la de la política, porque no la recibí cuando la necesitaba”, afirma Adriana.
La solidaridad también se trata de construir condiciones para una vida y un mundo dignos, por eso hubo quienes pensaron en la salud y recreación de los niños. “Nos llamaron desde un colegio de médicos para ofrecernos pediatras, nutricionistas, odontólogos. Van a hacernos una visita para asesorarnos”, se entusiasma Adriana y agrega que un profesor de folclore se comprometió a enseñar danza gratuitamente a los chicos y un hombre de Castañares les propuso armar un equipo de fútbol.
Ellos son algunos de los que harán soñar largamente a quienes, por lo general, ya no sueñan.
El miedo a la lluvia, el frío y el olvido
Los niños ya no almuerzan en el suelo, pero siguen comiendo a la intemperie. Unas lonas desiguales sostenidas por palos que les ofician de puntales los guarecen de la lluvia, el frío excesivo y el sol. “Cuando llueve muchos tenemos que salir con la olla casa por casa porque los chicos no pueden comer acá; si llovizna, nos amontonamos bajo la carpa; y cuando hace demasiado calor, algunos chicos se descomponen”, lamenta Adriana. El profesor Luis Chuquisaca, que enseña albañilería en la Fundación Roberto Romero, ofreció su mano de obra y la de sus alumnos, que suelen realizar las prácticas en distintos domicilios, para construir en el comedor “Jesús te Ama” una habitación de cuatro metros con dos puertas y dos ventanas, pero precisan materiales de construcción y elementos de albañilería. También es urgente la colocación de un inodoro y productos de limpieza como lavandina y fenelina. Además les vendría bien una garrafa de 15 kilos -hasta ahora cocinan a leña- y una heladera. Adriana y sus colaboradoras temen que el impacto de la nota decaiga y por ello solicitan padrinos que estén dispuestos a colaborar en forma permanente.
Para ayudar
Los lectores que quieran colaborar con el comedor “Jesús te ama” pueden comunicarse con Adriana García al (0387) 154875617 o concurrir a la manzana 142 C, lote 14 del barrio La Lonja.