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Fotos: Javier Corbalán
Esta historia es larga y compleja, pero en las próximas ediciones se irá revelando una trama que involucra inacción de la Justicia y falta de presencia de las fuerzas responsables de proteger la vida de los ciudadanos argentinos. Habría un exgendarme involucrado; un supuesto policía; un fiscal federal que se negó a tomar una denuncia a quien le disparó a un narco; autoridades políticas de Bolivia; narcotraficantes detenidos en Buenos Aires; intentos de secuestro de menores; y rutas de escape para ladrones de camionetas y sicarios, uno de los cuales recibió un tiro cuando intentaba matar a un campesino salteño con un machete.
Cuenta la leyenda, según los antiguos vedas, que Arjuna estaba conmovido frente al campo de batalla. Entre los enemigos que deberían pasar por su espada distinguió a familiares y amigos. También encontró gente muy respetada entre las fuerzas que lo desafiaban. En ese momento, cuando faltaban segundos para que se desate la guerra, Arjuna padeció un brutal ataque de duda y las preguntas le invadían la mente sin dejarlo pensar en otra cosa “¿Por qué tengo que matar a gente que estimo?”, pensaba. Entonces bajó de los cielos el dios Krishna. “Arjuna eres guerrero: has de luchar”, le dijo la deidad al hombre soldado. Juan Pablo Moscoso (46) es un guerrero. Hizo lo que tenía que hacer, sin temor a las consecuencias. Nunca tendría que haber sucedido, pero en esta batalla contra el narcotráfico que se libra en la frontera de Salta, no todos hicieron lo que les correspondía y él no tuvo más opción. “Me defiendo a los tiros porque nadie más lo hace. Ellos quieren matarme y correr a mi familia, pero yo no puedo permitir eso. La próxima tiro a matar”, le dijo a El Tribuno en la finca que reclama como propia en Naranjitos, donde existe un pedazo de tierra argentina atrapada entre los ríos Bermejo y Tarija, a unos 25 kilómetros de la localidad oranense de Aguas Blancas.
Después de denunciar constantemente en los dos países los hechos; de haber filmado y publicado un apriete de narco guerrilleros armados, nunca un representante del Estado apareció por Naranjitos a investigar las graves acusaciones y mucho menos a proteger la vida del salteño y su familia. “Estamos solos. Nadie nos protege, pero yo tengo que defender a mi familia primero y a mi tierra después. Lo que necesito es poder trabajar, pero no puedo. Tenemos que estar atentos siempre, porque pueden aparecer de día o de noche, por el cañaveral o por los bananales. Sabemos que se vienen en cualquier momento y por cualquier parte. Pido que se acerque alguien para investigar y dejar asentado que la tierra me pertenece. Pero sobre todo necesitamos presencia de las fuerzas de seguridad, Gendarmería o Policía, pero alguien. Estamos totalmente desprotegidos y la vida de mi familia está amenazada”, dijo.
“El valor, el ardor, la firmeza, la destreza, el no huir en la batalla, la generosidad y el señorío son las acciones propias de los guerreros, nacidas de su naturaleza”, dice el texto hindú. A Moscoso no le faltó nada de eso el 10 de marzo último, cuando una patota de más de 20 hombres y mujeres se le acercaba con machetes y armas para matarlo. “No tenía miedo. Sabía lo que hacía. Tiraba o me mataban. No soy fácil de matar, soy del campo, conozco esta tierra palmo a palmo y sé que donde pongo el ojo pongo una bala. No se las voy a hacer fácil, pero ya estoy cansado. No puedo trabajar y estar relojeando el arma por si aparecen. Pueden llegar por cualquier lado y en cualquier momento, pero no puedo pasar toda la vida así. Tengo que trabajar, porque no siempre tenemos para comer”, contó Moscoso, nacido en Morillo, labrador de la tierra, padre de siete hijos, corajudo salteño.
La finca que reclama como propia, La Bolsa, son 150 hectáreas de tierra argentina a la que solo accede por Bolivia. Bananales, plantaciones de papaya y campos de cañas de azúcar. Se ven plantas de mangos y de paltas. El clima es selvático. De cuando en cuando corta el aire un tucán arrastrando su pesado pico. Los jejenes atacan en cuadrillas, particularmente a los visitantes. El machete es la herramienta por excelencia en toda la zona.
A los Moscoso le quemaron la casa dos veces, no le dejaron ni un plato entero. Ahora viven en las dos piezas de una casa de madera y piso de tierra, que tiene todas sus ventanas pintadas de celeste y blanco. De un mástil de caña flamean los harapos de lo que era una bandera argentina. El hermano topógrafo de Moscoso lo ayudó a delimitar y gestionar esas tierras fiscales que habita hace más de 26 años. Desde 2008 son objeto de deseo del narcotráfico, que desde entonces buscó sacar a su familia por todos sus medios. Hasta intentaron matarlo simulando un asesinato por conflicto de tierras. Pero nunca nadie llevó ese reclamo a los tribunales argentinos y Moscoso nunca fue notificado de que exista una denuncia en su contra.