inicia sesión o regístrate.
Sus detractores señalan en ella “defectos” que para la mayoría de los argentinos son irrelevantes. La “acusan” con resentimiento de haber renunciado a su ciudadanía argentina para adoptar la holandesa; y hasta le imputan -con cierto desdén- que en un reciente partido entre las selecciones argentina y holandesa, se mostró muy entusiasmada por la actuación de la segunda. Pero... ¿que pretendían que hiciera? Está claro que desde el momento en que Máxima Zorreguieta decidió casarse con el entonces príncipe Guillermo Alejandro, su “argentinidad” iba a ser parte de su pasado.
Su historia personal comenzó a escribirse el 17 de mayo de 1971, en Buenos Aires. Hija de una familia de clase media alta con pretensiones, creció en el coqueto barrio de La Recoleta, y es la mayor de cuatro hermanos. Durante su niñez, su padre, Jorge Zorreguieta, fue secretario de Agricultura del gobierno de Jorge Rafael Videla. Pese a que desde esa función no tuvo jamás ninguna responsabilidad en el secuestro o desaparición de personas, ni en ningún otro delito de lesa humanidad, ese cargo se convirtió luego en una mancha que afectaría en forma permanente el vínculo con su hija.
Máxima hizo la escuela secundaria en el Northlands School, un colegio adonde iban la mayoría de las familias acomodadas de Buenos Aires. Fue una alumna normal, y las características más destacadas de su personalidad en aquella época fueron su lucha contra la balanza y su rebeldía, en particular con su madre María del Carmen Cerruti. Sus biógrafos aseguran que se peleaban todo el tiempo, y que su padre era, en definitiva, el que debía poner orden en esas disputas.
Cuando terminó el colegio, ingresó en la Universidad Católica Argentina, donde se recibió de economista en 1995. Tras hacer sus primera armas laborales en empresas de bolsa de Argentina, en 1996 decidió viajar a Nueva York, el corazón financiero del mundo. Allí hizo carrera en algunos bancos de primera línea. No hizo fortuna; de hecho vivía en departamentos minúsculos y, como cualquiera, tenía problemas para llegar a fin de mes. En Nueva York se reencontró con una vieja compañera de colegio, Cynthia Kauffman, quien le dijo que tenía alguien para presentarle. En marzo de 1999 organizó un viaje a España, donde la argentina conoció a quien sería, en definitiva, su príncipe azul.
Dicen los testigos que Guillermo Alejandro de Orange Nassau quedó prendado apenas la vio. El la invitó a bailar y ella, muy divertida, le dijo que era “de madera”. Entre risas y bromas, se conocieron más y nunca más se separaron.
Mientras la relación progresaba, Máxima se mudó a Bruselas (Bélgica), donde siguió trabajando para el Deusteche Bank. En ese período tomó clases intensivas de holandés y se empapó de la cultura y la historia de la nación de su novio, que a comienzos de 2001 se convirtió en su prometido. Fue entonces cuando tuvo que renunciar a su ciudadanía argentina y volverse holandesa.
Una decisión traumática
Como ocurre en las monarquías parlamentarias, el Legislativo debía aprobar el matrimonio. Pese a que Máxima es católica y la familia real holandesa es protestante, el debate sobre las diferencias religiosas quedó opacado por la polémica en torno a la participación de su padre en un gobierno de la dictadura. El desenlace fue dramático para la familia de Máxima: el Parlamento accedió a aprobar la unión a cambio de que Jorge Zorreguieta estuviera ausente en la boda de su hija.
Aunque los detractores sigan buscan excusas, miles de argentinos se emocionaron el 2 de febrero de 2002, cuando Máxima y Guillermo Alejandro se casaron. Las lágrimas de ella cuando se interpretó “Adiós Nonino”, de Piazzolla, el tema preferido de su padre, dieron la vuelta al mundo y la mostraron tal cual es: espontánea, sensible y carismática.
Como princesa de los Países Bajos, Máxima ganó proyección no solo en su país sino a nivel internacional. Siempre sonriente, elegante y al filo del protocolo, se muestra espontánea y logra así una importante llegada en todos los que la conocen. Además, su profesión de economista le abrió muchas puertas. Se vinculó a varias instituciones que promueven el acceso al financiamiento a sectores postergados y hasta llegó a ser, desde 2009, asesora especial del secretario general de Naciones Unidas para las Finanzas de Inclusión para el Desarrollo.
El nacimiento de sus hijas Catalina Amalia, Alexia y Ariadna significaron nuevos desafíos en su vida, ya que ella se ocupa personalmente de su cuidado y educación. Incluso habla con ellas en castellano, aunque su idioma natal sea el holandés. Quiere, de esa forma, que tengan un contacto fluido con sus abuelos y tíos argentinos.
Camino a la corona
El anuncio de la abdicación al trono de su suegra, la reina Beatriz, que se rumoreaba desde hace varios meses, abrió la puerta para que Máxima llegue a ser reina de Holanda.
Durante casi tres meses se preparó una ceremonia espectacular, sin fisuras, que millones de holandeses disfrutaron el martes en Amsterdam, y muchos millones más siguieron por televisión en todo el mundo, pero en especial en Argentina.
La flamante reina argentina no desentonó en ningún momento. Los atributos que la convirtieron en el miembro de la familia real más querido por sus súbditos estuvieron presentes en cada etapa de la extenuante jornada, que comenzó con la abdicación de la reina Beatriz y concluyeron con un paseo por río Ij de la nueva familia real.
Su calidez, sensibilidad y simpatía arrancaron decenas de lágrimas de emoción entre los fervientes seguidores de la realeza de todo el país, y la catapultaron sin rivales a la categoría de personaje de la semana.
Una nota para destacar: analizando el árbol genealógico de Máxima es posible encontrar -por la rama materna- un lejanísimo parentesco con el general salteño Martín Miguel de Gemes. La nobleza, en todo caso, no le llega sólo por su marido. La propia, viene de Salta.