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26 de Junio,  Salta, Centro, Argentina
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Una paradoja que puede definir las elecciones

Sabado, 29 de junio de 2013 22:52
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Las elecciones legislativas se encaminan hacia una importante paradoja en materia política. Según todas las encuestas, el Gobierno puede llegar a sacar más votos que cualquier partido a nivel nacional y, aún así, posicionar para 2015 a uno de sus contrincantes más encumbrados de la actualidad. ¿Cómo es eso? La lucha por la sucesión quedó tan instalada que ya importa poco quién gane los comicios, lo que importa es si habrá o no reforma constitucional. Por ahora, los números dicen tres cosas: la primera es que el kirchnerismo ganaría en la sumatoria general, la segunda es que no tendrá los dos tercios y la tercera es que Sergio Massa quedaría automáticamente lanzado. Los sondeos siguen marcando que Cristina Kirchner es la dirigente con mayor intención de voto, pero también alertan de que un triunfo oficialista será casi imposible en los distritos más definitorios.
¿A qué se debe semejante contradicción? Esto no ocurre exclusivamente por el alto nivel de desconocimiento que tienen candidatos como Martín Insaurralde o Rodolfo Urtubey, sino por la sensación generalizada de que el oficialismo no encontró la forma de sucederse a sí mismo en 2015, dejando en manos de opositores y pseudoopositores el protagonismo central de unos comicios legislativos que parecen ser mucho más que eso.
El discurso de ayer de Cristina -quien volvió a dar otra señal de que en 2015 no será Presidenta, al aseverar irónicamente que “será jueza” y que ya no puede pedirle nada más a la vida- confirmó lo que ya era un secreto a voces: la campaña electoral estará centrada exclusivamente en su figura, habrá una intensa participación de los gobernadores y no existirán grandes anuncios de proyectos a presentar, sino una feroz enumeración de todos los logros oficiales de la última década.
La estrategia, lógica para un movimiento sumamente verticalista como el Frente para la Victoria, tiene riesgos importantes que pueden debilitar fuertemente la imagen de la jefa de Estado. Una derrota del kirchnerismo será -en los hechos- una derrota exclusivamente de la Presidenta, quedándole aún dos largos años de gestión en el Gobierno y una encarnizada lucha por su sucesión. Exponerse tanto cuando uno cree que ganará trae grandes réditos, pero si no ocurre eso la pérdida puede ser mucho más grande de la esperada.

El mensaje

Cristina está intentando refutar la percepción de que la economía es uno de sus caballos de batalla más importantes, ya no crece como antes, y por eso fue ayer tan enfática al resaltar que la actividad se incrementó en abril siete por ciento. El número recuerda mucho a los períodos cuando el país crecía a tasas chinas, aunque no es extensible a otras actividades en las que no está ocurriendo lo mismo. En la mayoría de las provincias argentinas, por ejemplo, la generación de empleo se detuvo contundentemente.
No es una novedad que la gente está más interesada en su bolsillo que en cualquier avance oficial sobre la Justicia o los medios de comunicación. Una demostración clara de esa situación es que aún en los momentos de mayor virulencia contra los medios y la Justicia, el oficialismo tuvo buenos resultados electorales.
Eran tiempos en los que la economía solo daba buenos resultados: no había cepo cambiario, las reservas crecían y el rubro inmobiliario se dinamizaba.
Ese no parece ser el escenario actual, y por eso empiezan a percibirse dentro del electorado varias señales de fastidio.
Por ese motivo, Cristina se encargará personalmente de realizar anuncios de subsidios estatales, de aumentos jubilatorios y una excepción del pago de Ganancias en el próximo aguinaldo. Los candidatos opositores hablarán y criticarán al Gobierno; ella hará, esa es la táctica.
“No hay mejor campaña que la gestión. Los demás critican y hacen discursos para la barricada, nosotros trabajamos todos los días: esa es la diferencia”, decía un importante dirigente oficialista que estuvo ayer en el lanzamiento de los candidatos.
Si bien no habló específicamente de ninguno de sus rivales, elípticamente le tiró varios dardos a Sergio Massa, quien encabeza todas las encuestas en la provincia de Buenos Aires. Le endilgó que “con una sonrisa” no se gobierna y que el Frente para la Victoria nunca cambió su identidad.
Esto último es imposible de no reconocer, aunque tras la elección de 2011 hubo varias medidas que no formaban parte del corazón de la política kirchnerista hasta ese momento.
La indefinición de Massa busca quitarle votos al Gobierno y a la oposición, por eso el kirchnerismo lo vincula con los detractores del modelo y la oposición, con sus defensores. Lo cierto es que el intendente de Tigre tiene entre sus filas a macristas, sindicalistas tradicionales, exmilitantes de Elisa Carrió y peronistas bonaerenses. Ese coctel muy probablemente lo haga ganar las elecciones, pero también puede amenazar su futuro inmediato si se produce alguna ruptura en sus heterogéneas filas.

El rol de Scioli

El gobernador bonaerense, Daniel Scioli, parecía ayer uno de los kirchneristas más radicalizados. ¿Cómo se entiende si es, en realidad, el blanco preferido para los ataques de Cristina? Solo puede encontrase una explicación: el exmotonauta habría decidido buscar la candidatura presidencial por adentro del espacio oficialista, quizás previendo que puede haber otros competidores peronistas por afuera del kirchnerismo. Esa es una apuesta fuerte, ya que nada garantiza que el kirchnerismo duro lo acompañará, pero ese es un debate para más adelante. Hoy, la mira de Scioli está puesta en restarle votos a Massa, y casi en nada más.
Scioli sabe a la perfección que una victoria de Massa en Buenos Aires lo dejará automáticamente anotado para la lucha de 2015. Eso representa una preocupación para el mandatario, ya que el intendente muestra un perfil muy parecido al de Scioli pero algo más jugado, lo que no es nada raro si se habla de un dirigente naturalmente tibio como el gobernador.

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