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Santaolalla: ?La curiosidad está encarnada en mí y me mueve a hacer cosas?

Domingo, 21 de julio de 2013 19:15
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Gustavo Santaolalla tenía 16 años cuando firmó su primer contrato discográfico, en los 70, para grabar con su banda Arco Iris. Pero su relación con la música empezó mucho antes: tenía apenas cinco cuando abrazó su primera guitarra y a esa edad compuso su primera canción, una chacarera dedicada al cura de su ciudad natal, El Palomar (Gran Buenos Aires). Hijo único de un matrimonio de clase media, melómanos ellos (hasta el tuétano), Gustavo sintió desde un primer momento que la música fluía de él con la misma naturalidad que la respiración. “Prodigio”, adjetivan algunos a los chicos que tienen ese don. Antes de que su nave rockera de colores, Arco Iris, zarpara, al pequeño Santaolalla le brotó en la cabeza un anhelo místico que pronto sofocó: “De niño tuve cierta vocación por el sacerdocio -contó una vez-, pero a los 11 años tuve una crisis espiritual. No comulgaba con algunos preceptos de la iglesia. Para entonces ya estaba componiendo más seguido. Después escuché a The Beatles, y mi vida se revolucionó. Ya no tuve dudas. Supe que lo que deseaba hacer era dedicarme a la música, tocar en una banda, viajar, salir al mundo”. Haciendo cuentas así, rapidito, a Santaolalla parecen quedarle pocos deseos por cumplir. Es más, a algunos la vida se los concede con creces. Desde su casa en Los Angeles, el músico le contó a El Tribuno emocionado, días antes de su desembarco en Salta con su banda, Bajofondo: “Antes de ir a la Argentina para presentar en gira nuestro disco ‘Presente’, voy a ir a Londres a grabar unas cuerdas para una película alucinante. Y voy a grabar en Abbey Road, el estudio donde hacían sus discos The Beatles. Es alucinante. No ceso de maravillarme”, expresó desde el otro lado de la línea el hombre sesentón, fortachón, de pelo gris, que sigue haciendo del asombro el principal motor de su carrera.
Después de Londres, Santaolalla aterrizará en Buenos Aires y, desde ahí, vuelo directo a Salta, primera parada de la gira nacional que Bajofondo emprenderá con “Presente” (Sony Music). De esta genial banda nacida en el Río de la Plata, Gustavo ha dicho: “Bajofondo tiene que ver con eso que yo ya buscaba en Arco Iris, y que era hacer música que tuviera identidad y reflejara quién era yo y de qué lugar del mundo venía”. Objetivo cumplido, dicen los que saben.
El recital de Bajofondo será el 30 de julio, a las 22, en el Teatro Provincial. Un dato que Santaolalla tira al pasar, al inicio de la charla, podría servir, quizás, para dimensionar la estatura del músico que a fines de este mes subirá al escenario de Zuviría 70. “Antes de ir a Buenos Aires voy a ir a Londres a grabar unas cuerdas para una película alucinante. Voy a a grabar a Abbey Road, el estudio donde hacían sus discos The Beatles. El filme se llama ‘August: Osage County’ (Agosto: condado de Osage). Es una adaptación cinematográfica que hizo John Wells de la obra homónima de Tracy Letts, que en 2008 fue premiado con el Pulitzer y cinco Tonys. La película está producida por George Clooney y los hermanos Weinstein, y tiene un reparto de lujo: Meryl Streep, Julia Roberts, Ewan McGregor, Chris Cooper y Sam Shepard, entre otros”, detalló.
Gustavo Santaolalla, músico, compositor y productor, tiene más de 100 discos lanzados, más de 10 millones de copias vendidas, y un reconocimiento reflejado en dos premios Oscar, un Globo de Oro y dieciséis Grammys, entre otras estatuillas. A esta altura de su carrera, no es raro que lo llamen los directores de cine más prestigiosos, solicitándole que les dé un toque de magia y música a sus películas. Para prueba, este botón: los hermanos Weinstein, que lo acaban de convocar, participaron este año de la entrega de los Oscar con 17 nominaciones repartidas en tres películas.

¿Qué significa para vos hacer música?
Yo siento que la música es una parte mía, de lo que soy. Desde muy chiquito tuve conexión con la música. Mis padres eran melómanos, compradores compulsivos de discos. En casa siempre se escuchó de todo. Yo tuve mi primer guitarra a los cinco años, así que mi búsqueda empezó desde muy temprano. Y siempre encontré una conexión muy grande entre la música y lo espiritual. A la música la vivo como una extensión de mi persona.

¿Y cómo es que una persona como vos, con una agenda de trabajo tan cargada, decide un día dedicarle tiempo a un proyecto como Bajofondo?
Bajofondo, para mí, es una continuidad de la búsqueda que empezó con Arco Iris. En medio de la rutina que me armé de hacer multiplicidad de cosas, había dejado de lado esto de tocar en escenarios. Si bien de vez en cuando sacaba un disco solista, como fueron “Santaolalla”, “Ronroco” y “Gas”, había dejado de lado la experiencia de hacer discos con bandas. Me había dedicado fundamentalmente a producir a otros grupos. Después entré en el mundo de las películas.
Bajofondo me dio la oportunidad de volver a tocar. Empezó como un experimento de grabación. El primer álbum fue “Tango Club”, que hicimos con Juan Campodónico. Nació del proyecto de hacer música rioplatense moderna y contemporánea. En aquel momento, mucho de lo que hacíamos era programado e invitábamos a amigos y a colegas para que vinieran a participar. Algunos de ellos quedaron en la banda, como Luciano Supervielle y Javier Casalla. Cuando “Tango Club” salió tuvo tanto impacto, que nos impulsó a crear un grupo para poder tocar la música en vivo. Lo armamos, salimos a tocar y la música empezó a cambiar y a cobrar un carácter mucho más orgánico. Cuando se sumó Adrián Sosa en batería, metimos tracción a fondo y la banda empezó a funcionar. Ese proceso está capturado en “Mar dulce”, pero todavía contábamos con la participación de muchos invitados. Después de algunos años, nos enfrentamos al desafío de hacer nuestro tercer álbum. Para nosotros era muy importante, porque era de esos discos que definen si te volvés una repetición de vos mismo o te abrís a nuevos horizontes. Después de haber tocado tanto tiempo juntos -cumplimos diez años-, sentimos que habíamos desarrollado un lenguaje propio y tuvimos varias premisas para hacer este álbum. Una era que no queríamos que hubiera ningún invitado, queríamos que tuviera un carácter conceptual, como si fuera la trama argumental de una película.


El uruguayo Campodónico y Santaolalla se conocieron grabando, cuando el primero formaba parte de Peyote Asesino. En ese disco de estudio, la banda charrúa comenzaba a samplear vinilos de Astor Piazzolla y Alfredo Zitarrosa, fusionando tango y milonga y hip hop. Años después, en Madrid, Campodónico (que le estaba produciendo un disco a Jorge Drexler) y Santaolalla se volvieron a encontrar. Gustavo le contó una idea que le rondaba hacía tiempo: armar un sello de música electrónica con raíces latinas. Fue el comienzo de Bajofondo Tango Club. Hoy, la banda está presentando su cuarto disco,
‘Presente‘, un álbum con 21 canciones donde ellos mismos se hacen cargo de voces e instrumentos.

“Presente” es muy narrativo...
Exacto. Al escucharlo, cada uno se hace su propia película, pero es un viaje. Queríamos que, como en los grandes discos conceptuales que nos encantan, la orquesta nos sirviera para hilvanar todo el disco y para marcar esa cosa cinematográfica y visual que tiene la música de Bajofondo. Por último, lo que queríamos era terminar con el tema de las etiquetas, porque hace años que venimos diciendo que no hacemos tango electrónico. El que nos viene a ver se da cuenta de que en la banda confluyen muchísimos géneros. La única forma de describir la música de Bajofondo es como “música de Bajofondo”.

Si asociamos el vanguardismo con la multiplicidad de facetas que puede tener un músico, ¿Te reconocés como vanguardista?
Presiento que en mi trabajo siempre ha existido esa búsqueda. En su momento, lo que hicimos con Arco Iris fue mezclar folclore con rock. Era algo que no hacía nadie y nos miraban con mala cara. En Bajofondo está plasmada esa búsqueda. Siempre me gustó el tema de la identidad: reflejar quién soy y de dónde vengo.

¿En esa búsqueda de identidad está la clave para no ser una banda más del montón? Porque en el mundo globalizado es fácil parecerse a otros.
Y a eso lo ves en la reacción que genera la banda tocando por todo el mundo. Este año vamos por cuarta vez a Corea. Hemos estado en China y un montón de veces en Europa, en diferentes sitios, desde los países nórdicos hasta Turquía, Grecia, República Checa, Alemania, Austria, Eslovaquia, Francia, Italia, España, Inglaterra. También hemos hecho giras en Latinoamérica y Estados Unidos. Además, otra cosa que nos pasa con Bajofondo es que, donde vamos a tocar, no es que venga toda la colonia argentina y uruguaya. Siempre hay compatriotas, pero la masa es gente originaria de ese mismo lugar. Creo que eso habla de la universalidad de la música, que se da cuando ésta habla de un lugar determinado, en este caso, la región rioplatense.

Una vez te escuché decir una frase muy lúcida: “Estoy convencido de que, más allá de que los sistemas de producción y distribución cambien, siempre habrá necesidad de contenido. Y ese es mi negocio”. ¿Dónde buscás esos contenidos hoy? ¿Seguís el buceo que iniciaste con León Gieco en “De Ushuaia a La Quiaca”, por ejemplo?
“De Ushuaia a La Quiaca” nunca tuvo la intención de ser un proyecto cultural. Realmente fue producto de la curiosidad y del deseo de querer conocer más nuestras ráices. Esa curiosidad está encarnada en mí. Es lo que me mueve a hacer cosas todo el tiempo. La posibilidad de encontrar cosas nuevas y de experimentar es lo que me motiva a seguir adelante.

“De Ushuaia a La Quiaca” fue el sexto disco grabado en estudio por León Gieco, quien le propuso a Santaolalla hacerse cargo de la producción del material. Para grabarlo, ambos recorrieron Argentina de punta a punta, en el transcurso de un año y medio. “Hicimos 40 eventos musicales en esos 18 meses. Ese viaje me transformó. Conocí a cientos de artistas y de músicos que no les interesaba grabar discos, ni salir en televisión. Hacían música porque era una necesidad vital. Comprendí que debía poner mi talento al servicio de otra gente”, contó Santaolalla. El corolario de aquel viaje fue la reafirmación de los principios que han guiado desde siempre la carrera del músico y productor.

Sos un personaje bastante particular porque en el campo de los negocios te mantenés fiel a ciertas convicciones, como apostar a ese concepto de identidad por sobre eventuales modas. ¿Eso te sale caro? Monetaria y anímicamente hablando...
Me sale caro monetariamente, pero anímicamente me sale baratísimo. Lo que pasa es que uno tiene que decidir qué quiere hacer de su vida. Yo quiero ser feliz, pasarla bien. Y esa agenda incluye que los demás también la pasen bien. En Mendoza, por ejemplo, tengo un proyecto vitivinícola y quizás esa inversión me impidió mudarme, en Los Angeles, a una casa más grande, pero es algo con lo que me siento bien. Mi hija acaba de terminar el secundario acá y se va a una universidad a estudiar todo lo que tenga que ver con vitivinicultura. Es una pasión compartida. Y es un desangre de dinero, pero a esa inversión la estoy haciendo en mi país. Porque confío. También invierto tiempo y creatividad en Bajofondo. De hecho, en la banda yo no cobro más que los demás. Soy un integrante más. Además, hay gente que no está arriba del escenario que labura en este proyecto y es parte de la cooperativa.

Se te adjudica, como productor, haberle cambiado en su momento la fisonomía musical a bandas y solistas como la Bersuit Vergarabat, Molotov, Café Tacuba, Julieta Venegas, Juanes y Divididos. ¿Cómo se logra eso? ¿Por dónde pasan tus sugerencias?
El trabajo que hago tiene que ver con los artistas en sí mismos. Debo reconocer que se ve que tengo ojo para saber quién sí y quién no. Porque se me han presentado muchísimas propuseta y, obviamente, yo elijo. Hay productores que están en todo: hacen el track, arman el álbum y ponen un tipo delante del micrófono para que cante. Yo no soy así. A mí me gusta trabajar con artistas que tienen una visión clara, y conceptos y estéticas diferentes. Es decir, que traen algo nuevo a esta gran mesa que es la música. Todos los artistas con los que he trabajado son de ese corte, aunque sean muy diversos entre sí. Porque Julieta Venegas, por ejemplo, no tiene nada que ver con la Bersuit, y Divididos no tiene nada que ver con Café Tacuba. Lo que sí tienen en común es que todos son artistas con idiosincrasia y con opiniones muy fuertes. No es gente que me diga todo el tiempo “sí, Gustavo”. Al contrario, es gente de gran personalidad y vos, como productor, te tenés que ganar su confianza.

¿En algún punto tu tarea tiene algo de paternalismo?
De director técnico de equipo, más bien. Y también de psicólogo, a veces. Y de amigo. En realidad, la clave está en demostrarles que vos entendés su universo, y que podés ayudarlos para que ese universo se proyecte mejor. Cuando me conecto con el artista elegimos una disciplina de laburo que tiene que ver con elegir las canciones y trabajar en la estructura de los temas. Además, no es lo mismo un estudio de grabación, que es un lugar bastante frío y quirúrgico, que un escenario donde tocás en vivo y están las chicas y tenés un trago y luces. Entonces vos, como productor, tenés que ayudar a crear el ambiente para que estos artistas se luzcan en un estudio. A mí siempre me exitó el desafío de trabajar con gente así. En todo este proceso, el mérito mayor es de ellos, aunque por supuesto me siento parte de todo esto. De hecho, hay artistas con los que sigo trabajando desde hace más de veinte años, como Café Tacuba. Con mi hermano León (Gieco) también hacemos cosas juntos, aunque más esporádicamente.

Hoy en día algunos medios tachan de políticamente incorrecto a algunos artistas que toman partido y opinan acerca de la actualidad nacional. ¿Te importa recibir de vez en cuando ese rótulo?
Hay gente que necesita poner rótulos, como nos pasa a veces con esto de “tango electrónico”. Yo creo que un artista es un individuo como cualquier otro y es libre de decir o no decir. Si alguien tiene ganas de decir algo lo debe hacer, así sea un albañil, un chofer de colectivo, un ama de casa, un fotógrafo, un cineasta o un artista. En lo personal, vengo de una generación que vivió cosas horribles en mi país. Esos sucesos motivaron que yo me tuviera que ir en 1978. Así como yo cantaba y hacía música y quería cambiar el mundo -todavía lo quiero cambiar-, había argentinos que estaba aún más determinada en este sentido y lo pagaron con su vida. Yo a eso no me lo puedo olvidar. Tengo memoria. Por eso en algunos momentos me he manifestado en contra de esa época nefasta. Mi “ista” no pertenece a ningún partido. Mi “ista” es de “artista”. Igual, voy a apoyar las cosas que me parece que son buenas. Tengo buena memoria y conozco bien a personajes que, desde siempre, han estado involucrados en procesos que han sido desastrosos para nuestro país. Eso lo tengo claro. En este sentido, León y yo somos muy parecidos.

¿Está en un horizonte, aunque sea lejano, la posibilidad de volver a vivir en Argentina?
En este momento yo no podría vivir en ningún lado fijo. Porque en realidad vivo en la Argentina también. Allá tengo la casa de mi madre y una finca en Mendoza. Voy hasta ocho veces al año.
 

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