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Salta: una provincia, todas las naciones

Miércoles, 04 de septiembre de 2013 01:32
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Rendir homenaje a los inmigrantes es entender que son parte de nuestra propia cultura. La identidad se construye desde la pluralidad de voces, desde el trabajo mancomunado de todos los que bregaron por el desarrollo de un país, por el crecimiento de esta nación.

Hoy se conmemora el Día del Inmigrante. Por eso se realizará un acto a partir de las 11, al pie del monumento al General José San Martín (en el parque homónimo), con la participación de la banda de música municipal 25 de Mayo. Organiza la Dirección General de Asuntos Extranjeros, conjuntamente con la Unión de Colectividades Mediterráneas (Uncome), integrada por inmigrantes españoles, helénicos, italianos y sirios libaneses. Además, la parroquia San Jorge de la Iglesia Católica Apostólica Ortodoxa de Antioquia, invita a la jornada de oración y ayuno por la paz en la República Arabe de Siria. El templo estará abierto todo el día. La liturgia será a las 20.

“En Argentina el 90 por ciento de la población es descendiente de inmigrantes”, dijo Esteban Dagum, presidente de la Unión de Colectividades Mediterráneas.

“Las distintas colectividades que conviven colaboraron para construir Argentina. Por eso en un día como este agradecemos al país por haber abierto los brazos a la gente de otros lugares y por permitirles establecerse y constituir sus familias. El agradecimiento es muy profundo”, expresó el presidente de Uncome.

El Tribuno buscó cuatro historias de personas que eligieron nuestro país para construir su vida. Georgette vino desde Siria, José desde España, Mena y Nino desde Italia y Fanor desde Bolivia. A continuación, resumidas, breves reseñas de esas vivencias de desarraigo, amor y culturas que se entretejen y enriquecen.

Decidir no tolerar una guerra

Muy jovencita escapó de la guerra. Ella es Georgette de Hadad, quien con su marido y sus dos hijos de un año y medio y tres años de edad, se despidió de Siria hace 60 años. Llegaron a Argentina, a Salta, puntualmente a Rosario de Lerma, de donde no se fueron más. Antes habían pasado por Bolivia, pero no se acostumbraron al clima y alguien terminó aconsejándoles que se vinieran aquí. Hoy tiene 82 años y disfruta mucho de la vida en el pueblo, con la gente que la quiere.

Georgette nos abrió la puerta de su casa. La primera impresión: es una gran charlatana y magnífica cocinera. A las empanadas árabes le siguió el café y la conversación, risueña, transversal a toda la visita.

Le costó el desarraigo. Contó Georgette a El Tribuno que la despedida de la familia fue lo más triste, pero dice también que rápidamente se encariñaron con Salta. “Siempre, desde que llegamos, hemos estado cerca de gente que nos ha tratado muy bien y que ha sido muy buena con nosotros”, expresó. Siente que es un lugar muy parecido a Siria, tanto el clima, como el trato de la gente, la amabilidad y la cordialidad.

Gabriel, su esposo, trabajó en política. Fue concejal por Rosario de Lerma. Ella se dedicó al comercio. Tenían un negocio en el pueblo en el que se vendía ropa fina, entre otras cosas. Los regalos más lindos que les dio la vida fueron los hijos, luego los nietos, y ahora los bisnietos.

“Hay dos lugares a los que quiero mucho: el país en el que nací y Argentina. Porque yo como acá y me recibieron muy bien. Estoy muy agradecida”, enfatizó.

La casa de Georgette está llena de recuerdos. Hay fotos en portarretratos en todas las paredes y álbumes que atesora con retratos de su familia siria. Los recuerdos de su origen se traspapelan con los del país que eligió para el resto de su vida. Hay espacio para todos. En imágenes, sentimientos y objetos es que conviven ambas culturas, entre las paredes de la casa rosarina. Georgette cocina empanadas árabes, kuppi, niños envueltos en hojas de parra... Pero también toma mate con hojas de cedrón todas las mañanas y en su alacena comparten espacio varios mates y un narguile, por ejemplo.

La partida fue muy triste, la llegada hermosa. Volvió tres veces a Siria a visitar a sus hermanos, familiares y amigos. Piensa volver. Está convencida de que su país saldrá victorioso de la guerra y es ese momento el que le parece más indicado para el reencuentro. Por las dudas, ya renovó el pasaporte.

José, desde España, con filosofía propia

Hizo falta un contenedor que trasladase la biblioteca de José Rodríguez de Rivera, un señor español, madrileño, que un día vino a Salta para quedarse. Tiene 83 años. Es filósofo, teólogo y comunicador humano; también hace trabajo social en la Villa 31 Bis en Buenos Aires, a través de la Fundación Saberes sin Fronteras, y dice que encontró en Argentina un cálido sitio, un lugar muy interesante. “América Latina está creciendo mucho. Aquí hay mucho por hacer”, dice convencido. El tiene muchos proyectos. Llegó a Salta en octubre del 2004, pero conocía la provincia desde antes. En 1996 había venido a dar cursos en la Universidad Nacional de Salta. Conoció las fiestas del Milagro y de Güemes. Lo sedujeron.

A Argentina vino por primera vez en marzo de 1993, a Techint, a dar una maestría para el personal. Se hicieron tan frecuente sus viajes a nuestro país que un día decidió quedarse. En el 2000 se jubiló en la Universidad de Madrid, en España, y sabía que el contexto social en Argentina se venía complicado. Ya se lo habían comentado, entonces esperó a que pase la peor parte y en el 2004 ya se instaló definitivamente en una casa en Tres Cerritos.

“El nivel de vida es completamente distinto en España. Hay una crisis financiera de la que se está saliendo. Las cosas no están mal como creen. Pienso que acá está más complicado. Igualmente creo que en América Latina hay mucho que hacer y hay mucho futuro. Es el continente que más sube actualmente, más que Asia, inclusive”, dice José.

“Lo que me gusta mucho de Argentina es la vida familiar, la amistad, los contactos humanos y las tradiciones que prevalecen por sobre lo profesional. Allá andan todos apurados”, remarcó José. ¿Lo que más extraña? “Bueno, que allá todo funciona. No hay filas para todo en los bancos y en todas partes. Además, es todo más barato”, dice.

“Tengo muy buenos amigos acá en Salta, pero también en Buenos Aires, Rosario de Santa Fe, Córdoba y Villa Gesell”, relata José. Es muy risueño, disfruta mucho de sus horas de estudio y de lectura y dice ser una persona de muchos proyectos.

Acaba de volver de España. Estuvo visitando a su familia durante tres meses. Al regresar un amigo le preguntó si se había deprimido mucho allá, por la crisis. Contestó que no. Volvió contento al ver que la realidad española no se parece a la catastrófica que se transmite por televisión. Pero también le gusta volver. Salta también es su casa.

Casados por poder, enamorados siempre

Historias de amor e inmigrantes hay muchas, pero ninguna se parece. La de Mena y Nino Passamai se ha contado muchas veces. Ellos protagonizan cada reunión familiar cuando se rememora la historia de dos personas jóvenes, que llegaron al país con un año de distancia temporal, pero que una vez juntos formaron una gran familia, hoy con 21 integrantes entre los bisabuelos, los nietos y los bisnietos.

Antonio es Nino. Y Filomena es Mena o Menita. Italianos, de Potenza.

Nino vino a Argentina buscando a su papá, a quien quería conocer porque mucho tiempo antes había tomado la decisión de dejar su país. Nino estaba de novio con Mena y le prometió que no demoraría más de un año en regresar, para casarse. Pretendía volver a Italia con su padre. Pero él no quería volver y luego Nino tampoco. Así que convenció a su novia para que venga a vivir con él. Ella aceptó. Antes de emprender el viaje, se casaron por poder. Un matrimonio “a distancia”, hasta tanto pudiese concretarse el encuentro.

Pasaron tres meses. Mena se despidió de su familia y subió a un barco que en 18 días la encontró con su marido. Llegó a Argentina el 26 de julio de 1952, el día de la muerte de Eva Perón. Este acontecimiento hizo que el puerto esté revolucionado. A los familiares que esperaban el desembarco no los dejaban ingresar. Mena estaba preocupada porque no sabía hablar español. “Gordo” y “flaco” eran las únicas palabras que conocía. Pero él pudo colarse y se encontraron.

Se dedicaron a la gastronomía. Primero tuvieron una hamburguesería que se llamaba “El Plato Volador”, cerca del Colegio Nacional, más adelante la “Chopería Nino”.

Tuvieron cuatro hijos que hoy son todos profesionales. Fueron criados bajo el mostrador de la hamburguesería o la chopería, luego. No querían dejarlos con desconocidos y tampoco tenían familiares con quien hacerlo.

“No nos podemos quejar de nada. Hemos hecho muchos sacrificios en nuestra vida pero por suerte Dios nos ha ayudado mucho”, dice Mena.

“Salta es lo más grande del mundo. Vivir en Salta es un lujo para mí. No me iría nunca más y agradezco haber llegado hasta aquí”, dice Nino.

Hoy, ella de 84 y el de 87, dicen que “el amor está firme”. Hablan del amor que se tienen el uno al otro y del que sienten por nuestra tierra, que también es la suya.

Coplas para hablar sobre una partida

Fanor Ortega Dávalos se autoexilió en Salta. Es de Tarija, Bolivia, y a los 25 años dejó su tierra. Fue durante los primeros años de la década de los '70, años de efervescencia revolucionaria.

En Bolivia ocurría el golpe militar que derrocó al gobierno de Paz Estenssoro, para el que militaba cuando joven Fanor, en el Movimiento Nacionalista Revolucionario. Fanor dice que haberse inclinado a una militancia de izquierda le valió una persecución política, la que lo obligó al autoexilio, al destierro y que bien supo expresar con sus sentidas coplas.

“La copla, lejos del pago / con su dolida presencia,/ se me ha vuelto la medida/ del tamaño de mi ausencia”, dice Ortega en versos de ocho sílabas. “La copla, lejos del pago” es el nombre de un libro que reúne varias coplas de ese sentir de lejanía que Fanor lo convirtió en la musa de su escritura.

“Esta tierra de Tarija/ siempre me hace regresar,/ para ausentarme de nuevo/ solo por verme llorar”. El vuelve a Tarija en cada palabra. Y, cada vez que regresa físicamente, le cuesta volverse, pero cada vez menos, porque a Salta hoy lo traen sus nietos (tiene tres), a quienes extraña mucho cuando están lejos.

Desde el principio, la historia de este señor boliviano es la siguiente: Fanor vino a Salta solo. En Tarija quedó su novia Inés, con quien se casó luego. El aún no podía regresar a Bolivia, por lo que se encontraron en la frontera y allí se casaron, en La Quiaca, en los días del carnaval.

Fanor e Inés estaban solos. Cuenta que un borracho que pasaba por la calle fue uno de los testigos, una secretaria del registro civil, la otra. El resto de su vida ocurrió aquí, en Salta. “La Argentina supo darme lo que mi propio país no me dio. Este es un país muy generoso”, dice Fanor. Más tarde volvió un tiempo a Tarija y estudió para contador, pero decidió regresar a nuestro país, a Salta, de donde ya no piensa irse.

Hoy tiene 68 años y aún trabaja como contador, en un estudio que tiene en el microcentro de la ciudad. Se dedica a eso y a escribir. También es secretario del Consejo Federal de Folclore de la República Argentina. Está por editar su cuarto libro de coplas.

Para resumir: “Es cierto que yo me fui/ aunque no era mi intención./ Acaso por eso mismo/ aquí dejé el corazón”, recita Fanor.

Su corazón lo dejó en Tarija. De a poco ha podido ir recuperándolo. Hoy está dividido entre los dos lugares.

 


 

 

 

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