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A fines de enero asistimos a un cambio en la política económica, particularmente en materia cambiaria. Apremiado por la constante pérdida de reservas, el Gobierno abandonó su estrategia de “minidevaluaciones” para emprender una “maxidevaluación” en dos días. También se dispuso una leve flexibilización del cepo cambiario, dando lugar al atesoramiento de dólares para personas físicas, aunque con límites.
La estabilización del tipo de cambio en torno a 1 dólar a 8 pesos en las pasadas semanas indicaría que el Banco Central de la República Argentina ha decidido acelerar la depreciación del peso temporariamente, con el objetivo de mantenerla más tarde en ritmos inferiores (en particular, por debajo de la tasa de interés). Es que en los pasados meses la autoridad monetaria había sostenido en forma sistemática un ritmo de debilitamiento del peso muy superior a la tasa de interés, generando incentivos para que los exportadores demoren la liquidación de sus ventas externas y para que los importadores adelanten las compras antes de que suba la cotización. En este marco, una depreciación más abrupta, y su posterior estabilización por debajo de la tasa de interés parecería una estrategia preferible, dado que reduciría estos incentivos.
Pero el problema es que los efectos de esta estrategia podrían ser muy nocivos en el contexto actual de inflación elevada y dominancia fiscal de la política monetaria.
En primer lugar, dado que la aceleración de la tasa de depreciación ciertamente tendrá un traspaso a precios, que puede esperarse sea bastante alto en el escenario actual de elevada inercia inflacionaria, y de ausencia de un ancla nominal de las expectativas. Esto cobra particular relevancia en estos días, sobre todo considerando que en las próximas semanas comenzarán a negociarse los incrementos salariales de 2014. En este contexto, la estrategia del Gobierno de culpar a los empresarios por subir los precios en forma especulativa y la determinación de acuerdos de precios con distintas cadenas de valor no parece suficiente para contener una aceleración inflacionaria. Además, la mayor devaluación seguramente tendrá un efecto negativo sobre las cuentas públicas, dado que si bien mejoraría el valor de las exportaciones esto sería más que compensado por el incremento en el costo de las importaciones energéticas, el encarecimiento de la deuda pública (nacional y provincial) en dólares (o atada a su valor), y las mayores demandas salariales. Y, dado el régimen de dominancia fiscal en que se encuentra inmersa la política económica, se traducirá en una mayor emisión para financiarlo. Con lo que la presión sobre el mercado cambiario (oficial por las vías permitidas, pero también paralelo) y sobre la inflación permanecerán.
Obviamente, la única forma de que esta nueva estrategia adoptada por el Gobierno sea medianamente exitosa es que las autoridades hagan un esfuerzo mayor en el futuro cercano, por un lado, para reducir la incertidumbre y generar credibilidad sobre el rumbo de la política económica (en particular en materia fiscal), y en segundo lugar, y asociado en parte a lo primero, en limitar todo lo que se pueda el traspaso a precios (passthrough). En el último punto, será clave, además del manejo de expectativas, el sesgo de la política monetaria y lo que suceda en las paritarias que están por comenzar.
Por tanto, de cara al futuro, las señales otorgadas desde la política económica deberán ser contundentes si es que se desea mantener la situación bajo control.
Por el lado monetario, el BCRA se verá obligado a convalidar nuevos aumentos de las tasas de interés, hasta que esto ocasione un cambio de portfolio de dólares a pesos (obviamente, enfrentando un costo en materia de actividad). Pero, además, será fundamental que aparezcan señales de moderación desde el lado fiscal (de la mano de una corrección de las tarifas), que permitan reducir las presiones del Tesoro sobre la emisión monetaria.
Finalmente, también será un paso obligado diseñar una política antiinflacionaria (más allá de los acuerdos de precios), que permita anclar las expectativas de inflación en torno a un valor creíble y plantee metas realistas para desacelerarla. El tiempo corre y, si no se actúa rápido, será el mercado el que imponga las correcciones.