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Los canchales en el norte argentino

Lunes, 31 de marzo de 2014 04:35
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Las laderas de montaña del norte argentino suelen mostrar en ciertos lugares unas importantes acumulaciones de materiales pedregosos sueltos a los que se les da en forma generalizada el nombre de canchales. 

La palabra cancha es de origen quechua y designa un patio, lugar cercado o corral y de allí derivó para un campo deportivo como cancha de fútbol, de rugby, etc., así como para el lugar donde se colocan los minerales a la salida de los socavones, esto es las canchaminas.

En cambio canchal parece derivar de cancho (bloque rocoso) y este a su vez de cascajo. Como sea, lo cierto es que la palabra está difundida en la región andina y es un término de uso común entre los montañistas. El origen de los canchales está relacionado con varios factores geológicos, fisiográficos y climáticos. Se forman normalmente en laderas de fuerte pendiente, con presencia de afloramientos de rocas de tipo lajosas y en donde el clima es semiárido hasta árido. Las montañas desnudas del norte argentino son ideales para la formación de estos canchales y como tal se los ve ampliamente distribuidos especialmente en los ambientes de valles y quebradas de la Cordillera Oriental.

Entre las unidades rocosas que forman los núcleos de las montañas se tienen a la Formación Puncoviscana que es una secuencia de lajas grises del Precámbrico superior muy bien expuestas en las quebradas del Toro y Humahuaca. En la Quebrada del Toro forman ambas laderas entre Campo Quijano y Mauri. 

Están presentes en las cumbreras de numerosas sierras (Palermo, Chañi, Lesser, etc.) y son las que dan esa tonalidad violácea que hizo que a Salta se la conozca en las viejas guías turísticas por sus “cerros azules”. Dichas rocas tienden a fragmentarse en trozos filosos y cortantes que, en los caminos, son un peligro para los neumáticos. Algo similar sucede con las rocas del periodo Cámbrico (Grupo Mesón) y las del Ordovícico, que se agrupan generalizadamente bajo el nombre de Grupo Santa Victoria, por estar en aquella región salteña las mejores exposiciones. También abundan en las altas sierras que bordean a la Quebrada de Humahuaca. 

Las rocas cámbricas son de colores rosados, cuarcíticas y duras, pero tienen una unidad intermedia rojiza conocida como Formación Campanario que se presta al lajeamiento fácil. Las del periodo Ordovícico son de colores verdosos a grises y tienen gran facilidad para destruirse dando lugar a fragmentos angulosos. O sea que tenemos suficientes rocas precámbricas, cámbricas y ordovícicas formando montañas enteras o el núcleo de la mayoría de ellas, en los grandes filos cordilleranos del norte argentino.
 

Muchos de esos afloramientos rocosos están separados por fuertes desniveles entre el fondo de los valles y la cima de las serranías. Y no estamos hablando de unas pocas decenas o centenas de metros sino de kilómetros, tal como fuera desarrollado en mi reciente libro “Geografía física del norte argentino”. A los desniveles hay que sumarles las fuertes pendientes. Y el clima, que juega además un papel fundamental en la meteorización, o sea en la preparación de los materiales pétreos. La desintegración de las rocas ocurre por una serie de fenómenos físicos y en mucha menor medida por medios químicos y biológicos.

Entre ellos se tiene el termoclastismo que consiste en la fragmentación de las rocas por los cambios de temperatura diurnos y nocturnos. Las rocas desnudas se calientan de día y se enfrían de noche con lo cual esta dilatación y contracción térmica acaba por afectarlas. El fenómeno va a ser más intenso cuanto más intensa sea la amplitud térmica diaria. En las partes altas de las montañas, las temperaturas bajan por debajo de cero en las noches y suben durante el día.

Este enfriamiento y calentamiento, que va a ser mayor o menor según el rango de la amplitud térmica por un lado y el albedo de la superficie reflectante por el otro, terminan por hacer estallar la roca. Lo mismo ocurre con el fenómeno del crioclastismo o gelifracción, en el que el agua en las fisuras y poros de la roca se congela durante la noche y descongela durante el día.

Al congelar aumenta el volumen y ejerce una presión que termina fragmentando la roca expuesta y da lugar a los gelifractos. Las escasas raíces de las plantas, los insectos y algunos roedores tienen una gran capacidad para aflojar, liberar y movilizar materiales en los afloramientos rocosos. 

Todos estos fenómenos de termoclastismo, crioclastismo y bioclastismo, en los que clastismo deriva de la palabra griega “clastos” que significa roto, originan fragmentos de distintos tamaños que se movilizan pendiente abajo por la acción de la gravedad.

La acumulación

Comienzan a acumularse en las laderas dando lugar a faldas o faldones de escombros que son precisamente los canchales. Cuando alcanzan la forma de un cono, tales como los que se ven comúnmente en la orilla de las rutas que cruzan las grandes quebradas del NOA (o el ferrocarril en el caso del C-14, o el ramal de Humahuaca), reciben el nombre de conos de deyección. 

La característica es que los materiales están sueltos y guardan un delicado equilibrio conservando un ángulo de unos 35 grados que corresponde a los materiales sueltos en reposo.

Generalmente los escombros más grandes y pesados se desplazan hasta la base de los conos, mientras que los más finos quedan en la parte apical. 
Dicho desplazamiento puede ser por rodadura, fluencia lenta, reptación o pequeños deslizamientos, algo parecido a lo que ocurre en la cara de sotavento de algunas dunas.

Es común ver cómo, cada tanto, se produce el desplazamiento en vivo de materiales en función de la pendiente y la gravedad. Algunos conos de deyección en los bordes de carreteras o ferrocarriles son tan activos que precisan de una limpieza diaria de los materiales desprendidos. También se pueden observar una serie de delicados lóbulos longitudinales producto del arrastre diferencial de los materiales clásticos que dan la impresión de dejar entre ellos canaletas delgadas.

Los canchales se reconocen entonces por los materiales fragmentarios angulosos que los forman, por la fuente de origen que corresponde a rocas de naturaleza lajosa, porque dichos materiales se encuentran sueltos con un determinado ángulo de reposo, porque en su origen no intervino el agua como en el caso de los conos aluviales que salen al pie de las quebradas sino simplemente la gravedad, por estar adosados a las laderas de las montañas formando faldas, entre los aspectos más relevantes. Los montañistas, en nuestro caso andinistas (y no alpinistas), adoran los canchales porque les facilita grandemente el descenso en ciertos tramos de la montaña.

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