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Laberintos humanos. Te exquisito

Domingo, 11 de octubre de 2015 11:47
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Laberintos humanos. Te exquisito

El Varela se vio ridículamente de pie tras del ser verde fosforescente sobre quien se había abalanzado. Su cuerpo, acabábamos de comprenderlo, era tan inmaterial como el vacío y esa sala de la nave de paredes metalizadas en la que no parecía haber nada. El ser verde fosforescente nos preguntó si ese era el problema.
No lo comprendimos al instante, pero como por arte de magia el espacio se llenó de cosas: pavas de porcelana, dragones de terracota, colgantes de perla y rosarios de cuentas jujú, una heladera de tres puertas, un televisor en el que se veía la final de la copa América entre Argentina y Chile y una colección de revistas Billiken.
El ser verde fosforescente nos dijo que si necesitábamos que hubiera cosas, las habría, mientras agarraba la pava de porcelana con una de sus tres manos de dos dedos para servir té humeante en tazas que repentinamente aparecieron sobre una mesa que antes no estaba. Tomamos de ese té exquisito, cuando todo volvió a desaparecer como si nunca estuviera.
Volvimos a quedar el Varela, Carla Cruz, Armando, yo y el ser verde fosforescente en medio de la sala vacía, y el extraño continuó diciendo que nada de eso era necesario para decirnos lo que tenía que decirnos. Recién entonces comprendimos que había atravesado miles de años luz para entregarnos un mensaje.
¿De dónde venía? ¿Cuál era su mundo?, me pregunté, y como si lo oyera me respondió que siempre había estado en el mismo lugar. La distancia no existe, dijo, y eso es algo que sólo se sabe al final de la evolución.

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