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Una muy común era que el hijo primogénito se armara de una pala y en algún lugar del patio hiciera tres cruces de ceniza, de mayor a menor.
Francisca Vega, sancarleña aquerenciada desde muy joven en el Valle de Lerma, solía aconsejar hacer tres cruces de ceniza para que las interminables lluvias de la cuaresma parasen. Si luego de uno o dos días la lluvia no se sosegaba, entonces decía sentenciosa: "Debe haber por ahí un sapo muerto panza arriba. Por eso no para el agua".
Entonces buscaba voluntarios y de inmediato enviaba una brigada de changos "buscasapos" para que recorran los campitos de los alrededores y traten de ubicar el batracio culpable de los aguaceros.
"Si lo encuentran -gritaba a modo de despedida- ahí nomás "denlón'' vuelta, que quede boca abajo".
Entonces los changos salían tras el sapo fallecido que -según la Pancha- en alguna parte debía estar de cúbito dorsal. Si después de un buen rato y una buena mojada los changos regresaban sin haber dado con el pobre sapo, la Pancha decía sentenciosa: "Changos i'' miesca, si no encuentran el bicho el agua no va a parar y no habrá pelota de trapo, figuritas ni bolillas...".
Y entonces de nuevo la brigada salía con renovados bríos tras el inhallable sapo, yuyo tras yuyo y piedra tras piedra.
Una vez, cuando muy afanados estaban los changos buscando la blanca panza del sapo, de repente la lluvia paró. Entonces uno preguntó a los gritos: "¿Quién ha encontrado el sapo?". Como nadie lo había hallado, uno de los changos acotó: "Miren, lo del sapo es macana de la Pancha. Aquí el único que hace llover es el diosito y nadie más...".