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La sinrazón del deseo | Laberintos Humanos

Lunes, 20 de abril de 2015 20:01
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La sinrazón del deseo

Carla Cruz escapó del edificio abandonado mientras Pablo, Pedro y Esteban peleaban en la sala con los Varela, que habían entrado montados en sus motocicletas blandiendo sus largas lanzas de PVC.

La muchacha se sentía objeto del deseo de esos guerreros. Unos la defendían y otros querían tenerla, pero aun los que la defendían la deseaban y creyó que huyendo la batalla no tendría ya sentido. Carla corría dejando atrás el asfalto, trepando por los senderos del barranco, y los hombres se desangraban.

Y así como toda guerra pierde su sentido en algún momento, no por ello se acaban los combates sino que se suceden aunque en el seno de la sinrazón. Ya no hay causa ni hay bandera, y los hermanos junto a Esteban Franco mantenían su posición aunque ya no hubiera más por qué.

Carla se sentó al borde del barranco para ver desde lo alto las ventanas de los edificios en las que ardía el reflejo del atardecer. Esperaba, abrazada a sus rodillas, que salgan pero ya no se oían sino los trinos que se despiden del día para afrontar los riesgos de las sombras, y cuando la noche cayó, comenzó a caminar hacia el norte.

Atrás quedaba Huichaira con sus altos edificios de hierro y cristal abandonados, y allí quedaban sus amigos, entre ellos Pablo, con quien se había besado y de quien se creía enamorada. Pero no podía regresar, y se hundió en los huaycos para alcanzar su destino. Lo que sucedía en la batalla de la sala del edificio abandonado era para ella tan imposible de saber cómo poder alcanzar el contenido de un sueño ajeno.

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