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Historias curiosas de volcanes

Domingo, 10 de mayo de 2015 15:59
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Historias curiosas de volcanes

Antoine de Saint-Exupéry (19001944) escribió El Principito, su obra más famosa y uno de los libros icónicos de la literatura del siglo XX. Al punto que fue traducido a más de 250 idiomas y dialectos y se vendieron más de 150 millones de ejemplares. Uno de los diálogos está referido a los volcanes y allí el principito cuenta cómo funcionaban en el pequeño asteroide donde él vivía. Menciona el autor que el principito antes de venir a la Tierra "Deshollinó cuidadosamente los volcanes en actividad. Poseía dos volcanes en actividad. Era muy cómodo para calentar el desayuno de la mañana. Poseía también un volcán extinguido. Pero, como decía el principito, "¡no se sabe nunca!" Deshollinó, pues, igualmente el volcán extinguido. Si se deshollinan bien los volcanes, arden suave y regularmente, sin erupciones. Las erupciones volcánicas son como el fuego de las chimeneas.
Evidentemente, en nuestra tierra, somos demasiados pequeños para deshollinar nuestros volcanes.
"Por eso nos causan tantos disgustos". Texto tomado literalmente de la página 29 de la edición de lujo realizada en 2011 por Emecé Editores para la conmemoración de los 60 años de la edición argentina (1951-2011) y que fuera traducida al español por Bonifacio del Carril (original en francés por la Editorial Gallimard, 1943).
En el hermoso cuento de El Principito, escrito en tiempos de la Segunda Guerra Mundial por el piloto y escritor francés, se encuentra reflejada una profunda filosofía sobre la escala y la fenomenología de la actividad volcánica.
Una de las frases se refiere a un volcán, aparentemente extinguido, donde el imaginario personaje señala y enfatiza que nunca se sabe lo que puede ocurrir.
Hay allí encerrada una extraordinaria advertencia que tiene que ver con la imposibilidad de predecir el comportamiento de un volcán. Y que en estos fenómenos el hombre está absolutamente limitado por un problema de escala.
La historia indica que los volcanes, actúan como se les da la gana y son por naturaleza impredecibles. La erupción del volcán Calbuco, en el sur de Chile y dormido desde 1972, ocurrió el miércoles 22 de abril de 2015 sin que nadie pudiera predecirla, tal como lo reconocieron los vulcanólogos del Servicio Geológico Chileno.
La impredecibilidad de los fenómenos volcánicos era algo que tampoco sabían unos empresarios norteamericanos que se les ocurrió construir un lujoso hotel en El Salvador. Esta es la historia. El volcán Izalco es el más famoso y bello de los volcanes de El Salvador.
El siglo XIX y mitad del siglo XX tuvo una intensa actividad, al punto que de noche parecía un alto horno con sus borbotones de lava roja encendida. Ello hizo que se lo conociera como el "Faro del Pacífico". El espectáculo nocturno era tan impresionante que empresarios norteamericanos se decidieron a construir un hotel de lujo para explotar el atractivo turístico. El hotel se terminó de construir en la década de 1950 y cuando iba a estrenarse, en 1958, el volcán se apagó de golpe y así se mantiene hasta hoy. Nada mejor que este ejemplo para demostrar la impredecibilidad de un volcán y uno de los postulados de la ley urbana de Murphy.
Historias y anécdotas relacionadas con volcanes las hay por doquier y aquí comentaremos solo algunas y por cierto de volcanes de las Américas. El Paricutín en México, no solo es el volcán continental más joven del mundo, sino que además es el único que tiene fecha exacta de nacimiento: 7 de febrero de 1943.
Un campesino mexicano, Dionisio Pulido, fue testigo de este singular parto de la naturaleza. A eso de las cinco de la tarde, estaba trabajando la tierra en su maizal, cuando vio salir humo. El fenómeno le llamó fuertemente la atención, pero le restó importancia. Simplemente puso una piedra para tapar el pequeño agujero y siguió en lo suyo. Sin embargo, al poco rato, la piedra fue despedida violentamente. Don Dionisio se pegó un susto mayúsculo y escapó velozmente para avisar a los vecinos de la comarca, advertencia con la cual salvaría finalmente a todo un pueblo. La erupción fue creciendo en intensidad y al día siguiente el cono volcánico alcanzaba los 400 metros de altura. Lavas ardientes bajaron sobre el pueblo de San Juan, cubriéndolo íntegramente al punto que hoy solo se ve la punta del campanario de la iglesia. Allí y gracias a don Dionisio Pulido y su rápida advertencia la gente se salvó. No tuvieron la misma suerte los habitantes de Saint Pierre en la isla de Martinica. El 8 de mayo de 1902, al despuntar el alba, desde el volcán Mont Pelé que se hallaba a unos 8 km de distancia, bajó una "nube ardiente" formada por gases sobrecalentados y cenizas, con una velocidad de 200 km por hora que en segundos pasó sobre la población matando a 28.000 personas. Lo curioso es que se salvó un solo habitante, más precisamente un preso, que por ser tan malo, ateo e irreverente estaba castigado en un profundo sótano de la cárcel. Aquí se aprecia lo poco que tienen que ver las leyes de la naturaleza con las leyes humanas y divinas. Liberado de todas sus condenas legales, Ludger Sylbaris, (1875-1929), fue contratado por un circo que durante muchos años lo paseó como la atracción de ser el único sobreviviente de aquel infausto episodio. En el mismo sentido de mezclar cuestiones naturales con otras de creencias, veamos lo que pasó en enero de 1600 con el volcán Huaynaputina en el sur del Perú. El cronista Pérez de Torres cuenta cómo se produjo una erupción que durante días tapó todo de cenizas. Los españoles creyeron que era el fin del mundo y suplicaban y daban gracias a Dios por el castigo con que los ponía a prueba. Los indígenas les echaron la culpa a los españoles porque dijeron que zupay (el diablo) se había enojado por la prohibición de sacrificar doncellas. Decidieron que había que volver a las viejas prácticas y partieron con ochenta jóvenes para ser sacrificadas. Ni las doncellas ni ninguno de ellos regresaron. Y hablando del diablo, otro volcán con una historia apasionante es el Masaya en Nicaragua. Allí, cuando llegaron los conquistadores, había un lago de lava en el fondo. Para unos se había dado nada menos que con la puerta de entrada al propio infierno y así lo comunicaron al rey y al papa. Otros, más codiciosos, creyeron que eso de allí abajo era oro puro fundido. Un cura, Blas del Castillo, armó todo un andamiaje para bajar al fondo del cráter y no encontró allí ni oro ni la puerta de entrada al averno. Solo un material fundido que sacó en una olla de fierro y que al enfriarse resultó una negra lava igual que la que formaba gran parte del cono del volcán. Su arrojo, lo convirtió en el primer vulcanólogo del nuevo mundo. Finalmente la curiosa historia de un volcán que no es volcán: el cerro San Bernardo en Salta. El imaginario colectivo prefiere creer que una serranía de rocas antiguas es en realidad un volcán que puede entrar en erupción en cualquier momento y así se convirtió en uno de los más extraños y extendidos mitos urbanos.

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