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Laberintos humanos. Sabiduría y compasión | La ficción, opinion

Viernes, 15 de mayo de 2015 22:30
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Laberintos humanos. Sabiduría y compasión

Carla y el hombre que la había mirado con desprecio se volvieron al escuchar el grito de dolor del cóndor, porque la serpiente que llevaba entre sus garras le había mordido la pata. El espectáculo era tremendo allá por sobre el abra del cerro, a 5.000 metros de altura, cuando la serpiente quedó colgando de la garra del cóndor sólo agarrada de sus dientes.

El cóndor quiso volar planeando y aleteaba para arrancársela hasta que la serpiente cayó hacia el abismo, pero ya el ave tenía el veneno en su sangre y empezaba a perder fuerzas. La serpiente ya había caído perdida entre las altas montañas coronadas de nubes, mucho más abajo de donde estaban ellos.

Y el cóndor, debilitado su vuelo, también empezó a caer. Entonces el hombre alto, de bigote encorvado sobre sus labios, empezó a reír con ganas, y como si no le hablara a Carla sino a la inmensidad dijo que allá van los dos mejores amigos que he tenido. ¿Y entonces de qué se ríe?, le preguntó la muchacha.

Acaba de perder a los dos amigos que tenía y se ríe como si fuera un chiste, le dijo Carla Cruz al hombre solitario en las alturas que, le había dicho el Abuelo Virtual, era un hombre sabio. Cuando ya ni el cóndor ni la serpiente se vieron en su caída, el hombre le respondió que la sabiduría enseña a desechar la compasión.

El hombre sabio no debe sentir compasión por sus amigos, le dijo el hombre sabio a Carla Cruz y agregó que ni siquiera debe sentirla por sí mismo. Por eso puedo reírme al ver que mis mejores amigos mueren combatiendo entre si, dijo.

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