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Laberintos humanos. Locura y verdad
Al alba, el hombre solitario llevó a Carla Cruz hasta la vera de una pendiente y le señaló una casa que se alzaba más abajo. Allá vive el más inteligente de los hombres, le dijo, pero su verdad no es tan fuerte como la mía. El hombre que vive en esa casa leyó demasiados libros, tantos que se le secaron los sesos.
Cuando enloqueció, creyó que su locura era la verdad y salió al mundo para arreglar los problemas que tenía la gente. Ese hombre creía que su caballo flaco era un corcel guerrero, y que el palo de su escoba era una lanza invencible, pero sobre todo creyó que tenía la misión de salvar a la gente.
Sólo hacía macanas de las que los otros se reían, le dijo el hombre a Carla Cruz. Si rescataba a un muchacho apaleado por el patrón, en cuanto se iba el patrón lo castigaba el doble. Si liberaba a los presos, esos presos libres cometían el doble de delitos que antes. Ese loco no sabía que la compasión es mala consejera.
Si hubiera conquistado su verdad en vez de haber leído tanto, viviría acá en lo alto de la montaña, donde ni se atreve a llegar el viento, pero la de ese hombre no es sabiduría sino locura. Aún hoy sigue creyendo que los molinos de viento son gigantes, y que la campesina de la que está enamorado es una bella princesa, pero ni los molinos lo enfrentan no la pastorera le corresponde.
Y sufre porque espera que la gente lo respete, cuando en cambio se ríen de su triste estampa, le dijo el hombre a Carla Cruz, cuando el héroe que merece ser respetado es aquel que conquista el respeto de la gente.