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Laberintos humanos. Sonrisa incierta
Pero cuando bajaba la cuesta, Carla Cruz sintió un chistido que la llamaba. Delante de ella, cruzando el huayco, estaba la casa, y tras la espalda de la casa se veía la columna negra de humo que se alzaba sobre el valle. Niña, niña, llamó el chistido pero no se veía quien pudiera estar hablando.
Carla Cruz se escondió tras un árbol para consultar con el Abuelo Virtual en su teléfono celular, pero al abrir la tapa del aparato, una mano la tocó en el hombro. Se volvió sobresaltada para ver a un hombre gordito que la miraba sonriente. No le quedaba claro si se trataba de una sonrisa confiable, pero no había caso, ya estaba allí.
No se acerque a esa casa, niña, aléjese de esa casa que le han de mentir, le dijo el hombre gordo que, además, era bajo. Ella esperó que dijera algo más, pero el otro calló como si eso fuera suficiente para que Carla se fuera. ¿Y por qué me va a mentir a mi?, le preguntó la muchacha y el gordo petacón le dijo que no era a ella, era que le mentía a todo el mundo.
¿A usted le mintió?, le preguntó Carla. Yo fui su segunda víctima, y me tuvo trabajando varios meses con la promesa de darme a cambio puestos en el gobierno de vaya uno a acordarse qué lugar, y yo lo seguí confiado dejando en casa a mi mujer y a mis hijos y mi tenencia, y al fin todo era una ilusión.
¿Y no se dio cuenta con ser la segunda víctima de ese mentiroso?, quiso saber la muchacha cuando el hombre gordo y bajito le dijo que la primera víctima de sus mentiras era el mismo hombre que mentía, ¿cómo cree que me lo iría a advertir?