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Laberintos humanos. Eran demasiados.
Perdido el teléfono celular con que se comunicaba con el Abuelo Virtual, Carla Cruz tomó por su cuenta la decisión de enfrentar a los Varela. Derribó a uno robándole la tacuara de pvc, lanza que le clavó en el pecho. Con ello pareció ganar el respeto del enemigo, que la rodeó con la clara intención de ir entrando de a uno en el combate.
Uno de ellos aceleró su motocicleta para enfrentarla, enarboló su caña y avanzó sumando velocidad con los metros, pero Carla Cruz pudo esquivarlo viéndolo rodar a sus espaldas. El tercero vino desde la izquierda, mientras el resto batía palmas, y corrió la misma suerte que el segundo para desnucarse cayendo entre las piedras.
No sabía cuántos podría resistir, eran demasiados. El cuarto apareció por la derecha y le rasgó la ropa dejándola desnuda. Escuchaba los gritos de júbilo del enemigo, cuando el mismo que le rompió la ropa volvió a atacarla para recibir el filo de la lanza de Carla Cruz en medio del rostro.
El combate era atroz. Tres muertos había ya en el piso y uno de los caídos estaba gravemente herido. El rostro de Carla, por el fervor del combate, por la tierra y por la furia, se hallaba desfigurado cuando vio entrar, de entre el círculo de bárbaros motoqueros que la rodeaban, a uno que llevaba el rostro cubierto con un pasamontañas.
Este jugó con su tacuara de pvc de modo que ella no pudiera ver por donde la atacaba, pudiendo sorprenderla con estos movimientos para clavarle la lanza en el muslo. Carla Cruz sintió un dolor profundo que pareció partirla en dos.