Jonathan Picardi y su esposa Yasmín Sorani son nacidos y criados en Tartagal. Cuando eran adolescentes se conocieron y se enamoraron como cualquier otra parejita. La diferencia es que ahora que van a ser papás, el bebé nacerá en Yamato, una ciudad ubicada a 40 kilómetros de Tokio, porque esa lejana tierra con una cultura tan distinta se transformó en su lugar en el mundo.
Al otro lado del planeta. Doce horas de vuelo separan a Japón de nuestro país y por eso la comunicación vía skype con El Tribuno se hizo a las 9 de la mañana, un horario cómodo para Jhony, quien a esa hora tiene que necesariamente irse a descansar, porque al día siguiente le espera una dura jornada de trabajo.
Jonathan Picardi tiene 27 años pero no es un "improvisado" en esto de vivir en distintas partes del mundo. Cuando cumplió 20 vivió un tiempo en Santa Cruz de la Sierra (Bolivia) y años más tarde eligió la ciudad de Torreón, en México -considerada como una de las ciudades más peligrosas del América Latina- para trabajar junto a uno de sus hermanos en el campo de la informática y la electrónica. Esa ciudad tiene más de 600.000 habitantes y está ubicada en el norte del país azteca. Ese lugar está asolado por las acciones que se ven en las series de narcos en televisión, pero que son brutalmente reales. "Estuve poco tiempo porque era muy peligroso; ahí viví cuatro meses y después nos fuimos al D.F. (Distrito Federal), donde estuve un año y medio", rememora Jonathan.
Cuando comenzó a buscar "su lugar en el mundo" ya estaba de novio con Yasmín Sorani, una adolescente de ojos cristalinos miembro de una conocida y tradicional familia de Tartagal. "Cuando yo me fui a México ella se vino a Japón, donde hacía algunos años ya vivían sus papás. Durante todo ese tiempo estuvimos separados. Un día regresé a Tartagal, hablé con ella, que estaba en Yamato, y decidí venir tres meses, pero con la intención de volver a Tartagal", recuerda Jhony.
Es que como lo explica este tartagalense "muchos extranjeros vienen a Japón para estar un tiempo, hacer plata y volver, porque lo que se gana acá es mucho para cualquier latino. Pero yo tenía a Yasmín y cuando comencé a conocer cómo se vivía en este lugar, las costumbres, las creencias, estudiando y aprendiendo el idioma, comenzó a gustarme, regresé a Tartagal y luego de un tiempo me vine a quedar".
La unión
Jhonatan y Yasmín se casaron hace un tiempo y nada hace pensar que regresen a su pueblo natal, aunque el contacto con los amigos y la familia de ambos es permanente.
Transcurridos dos años y medio que llegó a Yamato, Jhony recuerda los primeros y lo difícil que fue vivir en una cultura tan diferente. "Era un desastre; los escuchaba hablar a los japoneses, me agarraba la cabeza y decía 'no entiendo nada, no voy a aprender nunca'".
Ni qué pensar que iba a escribir algún día; eso parecía imposible. "Pero de a poquito comencé a entender, no solo las palabras, sino la forma de vida que es tan diferente a la nuestra. Ni qué hablar de las comidas, que tienen al arroz como ingrediente principal y que es como el pan para los argentinos. Es gracioso porque hasta el ruido que hacen con la boca para comer me parecía diferente", cuenta.
La difícil tarea de escalar
Jonathan y Jazmín serán padres dentro de cuatro meses, se casaron en Yamato -la ciudad donde residen y que pertenece a la provincia de Kanagawa- y eso les genera toda la felicidad, pero también la responsabilidad que significa ser padres en una sociedad tan diferente. “Acá todas las personas, incluidos los extranjeros que obtienen la visa, tenemos seguro de salud, inclusive los que están desocupados, que pagan el equivalente a 10 dólares mensuales por ese seguro. En Japón no existen los trabajadores en negro, la evasión de impuestos ni todo eso que en nuestro país es tan habitual”, recordó Jonathan.
Y agregó: “Hace unos días veía por televisión a un funcionario público de Yamato que lloraba y pedía perdón porque había realizado un gasto extra, algo así como 100 dólares más del presupuesto (la hora de trabajo de un obrero se abona un promedio de 10 dólares ) que le había sido asignado para hacer un viaje hasta Tokio. Este hombre presentaba la renuncia y en su llanto se veía que estaba tan arrepentido a pesar que era una suma de dinero insignificante”.
En este momento el tartagalense trabaja en una empresa que fabrica galletas “y ahora ascendí porque ya puedo escribir y hablar bastante bien. Ahora soy encargado de recoger los pedidos. Conforme vas adquiriendo más habilidades podés ir escalando en tu condición laboral, de manera que acá mucho depende de las ganas y el interés que se le pongan a las cosas para ir mejorando la condición laboral”, dijo.
Jhony agregó que “acá, al menos en los espacios públicos, todo está en su lugar, limpio y ordenado. Quizá en las casas los japoneses no son tan ordenados como lo son con los espacios públicos. Al contrario de los que nos pasa a nosotros, que tenemos la casa impecable pero tiramos la basura en la calle. La gente es amable y en cualquier local comercial, por más pequeño que sea, la cordialidad es lo principal. Las reglas se respetan, lo ajeno no se toca y por ejemplo en el tren no se puede hablar por teléfono; está muy mal visto dejar una propina y el tránsito es ordenado”.