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Cucharas y arandelas en Marte

Lunes, 30 de enero de 2017 01:30
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Marte es el planeta que está de moda. Muchos de los jóvenes estadounidenses sueñan con ser el primer hombre que pise aquel lejano desierto rojo. Como siempre Hollywood toma la delantera y ya hace ficción sobre la futura terraformación del planeta. Hasta especula en cómo salvar a alguien que se quede allí abandonado. El éxito de la película "Rescate en Marte", con Mat Damon y la comandante geóloga Jessica Chastain, junto a sus múltiples premios, va en esa dirección. Mientras tanto la NASA envía sonda tras sonda, robot tras robot, tratando de descubrir los mejores sitios de aterrizaje (o amartizaje) para futuras misiones espaciales.
Tecnología de punta se está utilizando para filmar y grabar en 3D, obtener firmas espectrales de rocas y minerales, analizar terrenos in situ, realizar estudios geológicos, geoquímicos, estratigráficos, geomorfológicos, meteorológicos, entre otros muchos. Cientos de científicos tratan de develar las imágenes que llegan desde los sofisticados instrumentos a bordo de los Rover. Y así, mientras la ciencia avanza a paso firme pero seguro, por otro lado, abundan las agencias pseudocientíficas que se lanzan a interpretar la presencia de restos o de rastros de supuestas civilizaciones extinguidas. Ya desde las primeras imágenes que se tomaron del planeta rojo, hace varias décadas, hubo quienes creyeron ver ruinas de pirámides y hasta una esfinge, similares a las que se encuentran en Egipto en la región marciana de Cydonia. Hasta se especuló con que las pirámides de la Tierra, entre ellas la de Teotihuacán, Yucatán, Egipto, Perú (Tucume, Caral), Tiahuanaco (Bolivia) y otras, fueron realizadas por los mismos seres extraterrestres que construyeron las de Marte. Incluso el famoso Cono de Arita, en el salar de Arizaro (Salta) ha sido interpretado por algunos como una pirámide artificial, que forma parte del conglomerado de pirámides que se distribuyen en el planeta desde el Sahara hasta la Antártida y desde China hasta las Islas Canarias. No hace falta más que darse una vuelta por internet para encontrar algunos comentarios como el siguiente: "Las pirámides encontradas en todo el mundo demuestran que no son de origen egipcio ni monumentos funerarios. Eran centros energéticos construidos por tele transporte por una civilización desconocida mucho más avanzada que la actual, la civilización de la Atlántida. Los edificios canalizaban una energía psico-atómica, desconocida para nosotros, a través de sus vértices y cúpulas de cristal, formando un circuito energético global en toda la Tierra. Las pirámides obligan a considerar la hipótesis de la presencia alienígena en nuestra prehistoria, ya que entonces, y ni siquiera ahora, existe tecnología para construirlas". ­¿Qué tal?! El famoso arqueólogo argentino Dick Ibarra Grasso (1914-2000) se oponía a estas fantasías diciendo: "Ni Atlántida ni extraterrestres, solo el trabajo del hombre". La primera vez que me interesé en el tema de las pirámides marcianas fue en la Universidad de Cornell (Nueva York) en la década de 1980. Para entonces vivía Carl Sagan y la universidad era un hervidero de estudios comparativos entre rasgos marcianos y rasgos terrestres, especialmente de los Andes Centrales. Dichos estudios se llevaban a cabo ente los departamentos de Astronomía y de Geología, este último representado por el Instoc (Instituto para el Estudio de los Continentes). La híper árida costa chileno-peruana y la Puna argentina se prestaban muy bien para esas investigaciones. Eric Fielding, actualmente en el Jet Propulsion Laboratory (JPL), que trabajaba al lado de grandes maestros como Arthur Bloom, Brian Isacks y Teresa Jordan, vino a Salta para estudiar rasgos comparativos en las novedosas imágenes Landsat-5 TM con las que entonces se tenía de Marte. Encontramos muchos parecidos entre rasgos de deflación eólica en rocas volcánicas, un cráter meteorítico en la región de Antofalla y hasta dunas de polvo rojizas en la costa peruana. Estas últimas pude fotografiarlas en una reseca planicie entre Tacna y Moquegua y a diferencia de las dunas normales que están formadas de arena éstas están formadas de polvo eólico. Igual que en Marte, donde la atmósfera es tan tenue que no tiene capacidad soporte para que el viento transporte arenas y solo se forman dunas de polvo. Finalmente, las pirámides de Cydonia y su esfinge pasaron a la historia cuando se las pudo captar desde un ángulo diferente lo que dejó un sabor amargo en los seguidores de alienígenas con vocación de picapedreros. Pasó el tiempo y nuevos ingenios tecnológicos humanos orbitaron o se posaron sobre la superficie de Marte. El espectrómetro de infrarrojo a bordo de las sondas Mars Global Surveyor y Mars Odyssey de la NASA, en órbita alrededor del planeta, detectó la firma espectrográfica del mineral hematita en varias regiones del planeta y en abundancia en Terra Meridiani, cerca del ecuador marciano.
El Mars Exploration Rover fue enviado hacia esa región denominada Meridiani Planum. En el barrido aparecieron cosas interesantes como unas pequeñas bolitas negras que parecían arándanos. Se trataba de concreciones del óxido de hierro hematita, mineral muy común en nuestro planeta, el que abrió una nueva luz sobre su posible origen en un antiguo cuerpo de agua. Los científicos estaban felices con estos hallazgos del robot Opportunity. Pero hete aquí que una de las concreciones, de aspecto metálico, estaba partida al medio y mostraba un centro hueco. Bastó una fotografía para que en los medios se comenzara a hablar de que se había encontrado una arandela en Marte.
El pensamiento mágico ayudado por una cadena de razonamientos lineales llevó rápidamente a pensar y asociar arandelas con tuercas, tornillos, motores, naves espaciales y de allí en más. Por supuesto, la arandela quedó descartada de plano cuando se explicó su verdadera naturaleza de esférula hematítica. En cambio fue una de las claves, luego vendrían muchas más, para explicar que alguna vez, miles de millones de años atrás, el planeta Marte tuvo atmósfera y océanos activos.
Hoy es un planeta seco, frío y muerto.

“¡Es la naturaleza, amigos!”

Cuando ya nos habíamos olvidado de las pirámides de Cydonia y de las arandelas de Meridiani Planum, un nuevo capítulo se abrió entre los que hacen una lectura libre de las imágenes que vienen desde millones de kilómetros de distancia. Esta vez lo que apareció fue una cuchara con una forma muy parecida a una cuchara sopera. Así se distribuyó en cuanto medio tomó la noticia. Efectivamente, tenía una forma que recordaba una cuchara, pero no metálica sino de piedra. Yacía al pie de un afloramiento rocoso desde donde se había desprendido. Esas formas caprichosas son muy típicas de los ambientes desérticos donde las amplitudes térmicas y otros fenómenos generan la rotura de las rocas por meteorización física. Luego el viento puede pulirlos dando objetos de distintos contornos. Recuérdese que Marte, a diferencia de la Tierra que tiene una dinámica endógena y exógena activas, está inactivo y las rocas han permanecido así por cientos o miles de millones de años, solamente recibiendo cada cierto tiempo el impacto de meteoritos y asteroides.
En la Puna argentina se encuentran formaciones geológicas y paisajes donde abundan ese tipo de rocas lajosas, horadadas y rotas cuyas formas recuerdan por analogía las figuras que queramos imaginar. Uno de esos lugares es, precisamente, el desierto rojo marciano en la ruta a Tolar Grande en la Puna salteña, entre los salares de Pocitos y Arizaro. Hacer turismo en la Puna, especialmente en los llamados “paisajes marcianos”, permite viajar virtualmente unos 60 millones de kilómetros hasta el llamado Planeta Rojo, sin salir de casa.


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