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El altiplano nos recibió con algunos obstáculos

El mayor de los Benavides hizo historia y desde adentro, cuento un nuevo día en este diario de viaje.
Jueves, 11 de enero de 2018 20:55
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La despedida de Perú fue buenísima. No tenía ganas de irme de ese lindo país. Ahora el altiplano será duro y en la última noche la pasamos tan bien como cuando llegamos. El lugar elegido fue la carpa incaica, dentro del mismo campamento con toda la gastronomía local, bailes típicos, música de la zona y todo lo demás también.

En cucheta fue el sueño final de este Dakar en tierras incaicas y a la mañana  de este jueves, hay que armar todo para salir a La Paz. La ducha está más fría “que el corazón de ella”, dirían en las redes sociales.

El aeropuerto está a la vuelta de la base militar y son todas risas hasta que aparece el Hércules. ¡No de nuevo!

“Yo no viajo, ahí no viajo”, repite hasta el cansancio mi amigo Tincho de EMol y mi otro “pata”, como dicen los peruanos, Christian de El Comercio, también reniega. Me pongo serio y recuerdo los años anteriores. La incomodidad de ese avión es increíble. Todos pegados, de frente, sin distancia. Recuerdo la escena de Forest Gump cuando van a Vietnam y suena Fortunate Son de los Creedence. “Me siento rambo”, dice un periodista que hace redes en Fox y muestra orgulloso su pantalón camuflado. No nos queda otra que reírnos, pero cuando despega, nadie más dice nada. Algunos dicen que a la hora llegamos a La Paz. Para mí pasaron cinco días y medio. Bajamos y el frío golpea como trompada. Nos subimos al micro directo al campamento, pero en el medio tenemos un problema: cientos, miles de bolivianos protestan contra Evo Morales. No contra el Dakar, sino contra una reforma. Saben que hay medios de todo el mundo y es el momento. Esperamos tres horas clavadas en ese colectivo. Me entero que Kevin Benavides se impone en la general y necesito mandar los datos.

Salgo (no corriendo, porque la altura te mata), a comprar un chip. No tengo dinero boliviano, pero otra vez hace de banco este buen amigo que ya nombré. Cargo la tarjeta y cuando apenas agarro intenet mando el adelanto al diario. Seguimos varados. Parece que la sala de prensa va a ser en el micro. Algunos de los bolivianos abajo insultan a su presidente, otros lo defienden. La famosa grieta no es propiedad de Argentina.

Logramos salir cerca de las 16 y cuando entramos al campamento, los pilotos comienzan a llegar. Al bajar del colectivo nos reciben tres niños: "¿Dónde es el Dakar, señor?", preguntan y Gonzalito de El Gráfico chileno saca su gorra y se la regala a uno. Qué lindo gesto (me dan ganas de decirle "Gracias, Gonzalito, gracias", como Germán Daffunchio en el pograma "Encuentro en el Estudio", de Lalo Mir). Yo creo que tengo dos gorras y completamos los regalos para los tres pequeños anfitriones que salen corriendo, como no dando lugar a que nos arrepintamos. Después de esa escena, a buscar a los protagonistas. Es ahora o nunca, porque mañana descansan y no los encontrás más. Aprovechan para hacer noche de hotel, lo tienen permitido.

Me dicen que ya se fue el gran salteño que no deja de hacer historia. Le mando un audio y me dice que vaya a verlo. Hacemos la nota y me siento a escribir. Otra vez el tiempo pasa volando y se va el día. A Luciano no lo ví, pero sé que sigue como líder entre los novatos y es una gran noticia.

Enseguida me voy a dormir, pero veo que algunos colegas como Cristóbal Valencia de El Mercurio siguen redactando (Alejandro Cisternas, su jefe, fue un gran compañero dakariano el año pasado). Tenemos las mismas camas del año pasado y recordamos al colega Stiven Meza, que dormía en uno de los colchones como si fuera el último día de su vida. Es que la altura pega y muchos lo sienten. No puedo decir que juego de local, pero estoy bien. Mañana voy a probar si la pelota dobla.

 

 

 

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