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“Me considero un laburante, trato de ver al ritmo que pueda, y compartir”

El dairio habló con el director Pablo Solarz
Lunes, 12 de febrero de 2018 15:05
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Pablo Solarz es el hacedor de “El último traje”, un film conmovedor que marcó el regreso de Miguel Ángel Sola a la gran pantalla nacional. En la trama Abraham, un sastre judío de 88 años cruza literalmente medio mundo para hallar a un viejo amigo que le salvó hace más de siete décadas durante el holocausto, hacia el final de la ocupación Nazi. En diálogo con el Tribuno, el también guionista de “Un novio para mi mujer”, “Me casé con un boludo” o “Historias mínimas” reflexiona sobre el sentido del arte, la dicotomía cine versus series y el trabajo de su colega salteña Lucrecia Martel . 

¿Cómo surgió el guión?

Es difícil de determinar, porque se juntaron múltiples cosas. Mis abuelos paternos son polacos, judíos, inmigrantes. Y cargaban con toda esa historia de haber nacido en Polonia. Ellos vinieron antes de la ocupación nazi, entre las guerras, pero había una sensación muy áspera, de mucho rechazo a la idea de ser polaco, no se podía decir la palabra Polonia en su casa. Esas anécdotas que fui escuchando en la infancia, me habrán predispuesto a captar todo lo que se refería a ese contexto. Siempre me sentí muy interesado y un día me senté a escribir.

¿Te basaste en personas reales para crear a los personajes?

Seguramente a alguien se parecerán, pero son invenciones, si es que inventamos algo. El protagonista se parece físicamente a mi abuelo materno, pero carga con una historia mucho más parecida a la de mi abuelo paterno. A veces me preguntan en quién está basada la Tana Ferro, tal vez en mí, pero la verdad es que no lo sé muy bien.

¿Creés que la película trasciende el tema judío?

Sin duda. La universalidad está en haber atravesado situaciones de lesa humanidad u horrorosas porque así lo hizo el protagonista. Si vamos a la pantalla, la película cuenta una historia de hoy, porque en la actualidad también están sucediendo cosas horrorosas en todos los continentes. La memoria no es solo de lo que sucedió en la primera mitad del siglo pasado, sino que también nos sirve para pensar en cosas que están ocurriendo hoy. Acá se habla mucho en términos que a mí me dan miedo, porque decir “mataron a un mapuche” es como decir “mataron a un judío”. Mataron a un pibe, a una persona, a un laburante. No tenemos que permitirnos eso ni que ninguna etnia se sienta superior a otra, porque ahí es donde pasan las peores atrocidades.

¿Considerás que el cine debe, de algún modo, generar conciencia en el espectador?

Yo no me siento por encima del espectador, no genero conciencia en otro. Voy tomando conciencia mientras hago, comparto y trato de encontrar resonancia, voy viendo a la par. Mi maestro, Mauricio Kartún, me enseñó que el trabajo de la dramaturgia se trata de ver antes para que otros vean después, pero yo creo que esos son los poetas. Yo me considero un laburante, trato de ver al ritmo que pueda, y compartir. Mi mayor ilusión es que resuene, que a otros les pasen las cosas, que lloren o rían donde yo lo hice, el contagio emocional, que es la gran ilusión de la dramaturgia. También el arte abre preguntas. Convocarte a pagar una entrada para mover algo. Si te sentás en una butaca una hora y media y no te muevo nada, para qué te traje.

Hablabas de resonancia, ¿te sentís así, cercano, respecto de algún cineasta salteño?

Bárbara Sarassola Day y Lucrecia Martel son amigas y las conozco mucho. Bárbara asistió a un taller de guión que coordino y estoy en contacto con ella. Con Lucrecia también, y la admiro. Sin elogios estúpidos, la siento como una gran maestra de cine, más allá de mí. Y uno piensa en los maestros cuando trabaja. Son referentes, modelos. En Argentina, en el mundo, en Iberoamérica, Lucrecia se transformó en alguien que tiene quizás uno de los proyectos más ambiciosos y serios. Y lo va profundizando, dobla la apuesta en cada trabajo. Entonces, cómo no pensar en ella.

Recientemente ella declaró que las series son un retroceso ¿cuál es tu postura al respecto?

Hay una tristeza en eso, porque las series han crecido en calidad y en la habilidad para atrapar, en hacer materiales adictivos que uno no puede dejar de ver. A mí me pasa que pienso dos veces antes de mirar una serie que dicen que no podés dejar de ver. Porque además, en un alto porcentaje, siento que dejo ahí un montón de tiempo y no me llevo algo a cambio, equivalente al tiempo que dejé, más que entretenimiento. Es como si fueran puro guión. Por supuesto hay excepciones y hay grandes obras, pero creo que sí se podría hablar de una involución, por momentos se vuelve consumo compulsivo y me da pena.

En El último traje, Miguel Ángel Solá, volvió a la pantalla nacional, tras veinte años ¿eso implicó algún tipo de desafío extra?

El desafío es dirigir a Miguel Ángel Solá, un actor con mucho talento, despliegue y personalidad. Es un grande de la actuación. No fue fácil trabajar con él, pero fue maravilloso. Es un gran maestro. Con él aprendí a parar un poco la imagen fantaseada, el exacto tono, la exacta pausa y a observar con un poco más de paciencia la propuesta. Aprendí que hay una forma de trabajar muy interna del actor, que tiene que ver consigo mismo y con sus emociones, que puede ser mucho más válida de la que yo pensaba. Aprendí mucho con él.
 

 

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