inicia sesión o regístrate.
Marina Cavalletti
El Tribuno
En la historia que titula la obra aparece una intimidad casi microscópica, al límite del detalle y eso se repite en las nueve postales que la forman, ¿qué te atrae entonces de los vínculos cotidianos, de cierta oscuridad, en declive?
Las propagandas de mayonesas o electrodomésticos te solían mostrar la familia perfecta, el matrimonio exitoso, los hijos inmaculados. Siempre mi narrativa intentó registrar el revés de la vida cotidiana, y para hacerlo fue necesario acercarse y observar. Hoy en día, nuestros hijos tienen el entrenamiento incorporado de sonreír cuando estás a punto de sacarle una foto. Y aunque todos sepamos que la mayoría de las publicaciones en las redes sociales son meras imposturas, nos terminan resultando lindas y simpáticas, y mientras tanto, la simulación de nuestras emociones sigue. Esta “era” será recordada como el momento preciso donde la humanidad fue colonizada por una empresa. Por eso creo que es necesario contar la oscuridad y la luz, la velocidad y el declive. Al menos a mí me gusta trabajar con esa mirada microscópica y telescópica, como la luz que es onda y partícula a la vez.
Esta obra fue reconocida con una mención en Casa de la Américas el año pasado, ¿cómo te vinculás con los premios?, ¿creés que favorecen la visibilización en el enorme universo de los libros o no es así necesariamente?
Como la mayoría de mis colegas, salvo algunos iluminados, llevé mis manuscritos a editoriales que jamás lo leyeron, o mandé a revistas que nunca contestaron. En algún punto me di cuenta de que el camino no era por ahí, que tenía que cambiar de estrategia. Empecé a concursar, y el Casa de las Américas fue la constatación de esa estrategia. Desde ese momento hubo cinco editoriales que me escribieron. Veo a los concursos literarios como una herramienta, no como un fin en sí mismo, aunque en cuanto a lo económico, siempre es gratificante, no puedo negarlo, siempre ayuda. Con la plata de los premios me saqué varias deudas de encima, arreglé mi casa y esas cosas. Lo importante es nunca perder de vista que los concursos son una herramienta más a la hora de intentar que el libro llegue a un mayor número de lectores. No me interesa acumular premios para alimentar el ego, lo que busco es darle cierto empuje al libro. Hay que utilizar los concursos serios y transparentes que premian buena narrativa, buena poesía, que premian calidad, sin distinción de géneros, sin agachadas, no esos concursos que son estrategias de ventas para el escritor de la casa editorial, o las distinciones narrativas porque es una gran persona, eso me parece una falta de respeto a los libros y a los lectores.
Naciste en Tucumán, pero residís en Buenos Aires, ¿estás al tanto del panorama narrativo del NOA?, ¿hay colegas que despierten tu atención?
El NOA es tierra de narradores, de poetas, de músicos; la poesía, la narrativa y la música son minerales de la tierra misma, están en su llanura, en sus montañas y en sus ríos torrentosos, en su gente. El NOA tiene su fascinación por contar, da narradores y poetas de muy buena cepa, como Sofía de la Vega, Luciana García Barraza, Fabián Soberón, Néstor Mendoza, Paula Rivero, Natalia Sánchez, Pilar Carranza, Andrés Navarro, Fabián Dorigo y Gabriel Guanca Cosa, entre otros.
¿Qué le aporta a tu propia literatura el diálogo con otros autores, a quiénes detectás como tus influencias más grandes?
Por sobre todas las cosas, la literatura es una tradición, me parece que no podés hacer un libro que valga la pena si no dialogás con otros autores. No creo en los escritores que dicen que no leen para no contaminarse, no me interesan para nada, no tienen nada para darme. Prefiero los escritores que podés rastrear su ADN, me son más confiables, creo que de ahí nace la mejor literatura, las influencias máximas de lo que escribo están a la vista. Hay cantidad de lecturas fundamentales que están en esa línea, muchos de esos escritores ya pasaron por donde vos estás pasando, y uno tiene que tener la humildad de reconocer eso. No entiendo cuando escucho a alguien decir que ahora no hay buenos escritores. Podemos estar hablando toda la tarde y la lista no se acabará.
Aseguraste en una entrevista que El último cuento del Pabellón te sirvió para atravesar la crisis de los 40. Entonces, ¿creés en cierto dote curativo del arte? y, por otro lado, ¿la edad repercute en los procesos de escritura?
La narrativa es música, y la música cura, el arte cura, claro que sí, te ayuda a soportar, a sobrevivir, te da los elementos para no naufragar, o naufragar con gusto, creo en eso, en esa faceta del arte. Creo que el hecho de haber publicado de grande, me sirvió para tener el libro que quiero, estoy contento con eso, porque las historias están en su plenitud. No me apuré a publicar, y creo que eso fue un gran beneficio. Me parece que la edad sirve para eso, para darte cuenta de que son pocos los libros que le vas a dejar al mundo, libros que valgan la pena, por más que puedas escribir cantidad de libros, siempre serán pocos los que van a quedar. En ese proceso es donde tenés que dar lo mejor de vos. Hay algo muy lindo que me dijeron en una entrevista, algo así como que mi escritura se acercaba a cierta estética de la fotografía social de Sebastião Salgado, que retrataba las minas de oro de Brasil, donde la gente se metía en grandes canteras y tenían el derecho de llevarse un pedazo de tierra, de barro, que cargaban en sus espaldas y subían y bajaban por esas canteras escarpadas, por escaleras precarias, de madera, y arriba zarandeaban ese pedazo de tierra y si encontraban oro podían quedárselo. En ese punto, los escritores somos buscadores de oro, aunque hay muchos que hacen el viaje y solo se quedan con el barro o con la tierra, otros siguen buscando, vuelven a bajar, esta vez se adentran más en la cantera, en lo profundo de las historias, y en eso se les va la vida, y a veces, salen con algo de polvo de oro en las manos, y otras veces, traen una piedra dorada del tamaño de un corazón humano.