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Somos la misma esencia, un cúmulo de historias dan vuelta por la tierra en busca del origen. El hombre, estructura carnal, piensa y trepa con el viento. En las alturas, junto a los amigos, y tiro sobre la mesa estrellas para recoger palabras llenas de colores. Veo el río y pienso en la sangre, que recorre mi tierra, alimentando sus orillas. ¿Esta sangre antigua de dónde viene, dónde estuvo en el ayer de quién era su química? ¿Cómo es el viaje de la anterioridad, para llegar al destino del origen? ¿Dónde está el punto exacto del inicio? ¿Dónde empezó a girar la rueda, este río tan anchuroso de vida? ¿Qué color tendrá ese instante, cuál su fragancia? ¿Cómo se organizará la agenda de una persona para toda la vida? Pasan los abuelos, las razas, las geografías, se borran los límites y las deidades se desvanecen. ¿Cuál ha sido el barro primario? ¿Cómo se fundó la vida de la carne y sus funciones? ¿El pensamiento forma parte de la anatomía? ¿O es como el sabor? Qué lindo sería descubrir la fragancia del alfa de los griegos, el principio del todo, el principio de cada uno, el principio de uno mismo, cuando las sangres se suman y producen el explosivo milagro de la vida. La luz sobre el mundo mejora la visión y la vista anda lejos admirando los colores de lo vivo. Sabores y fragancias vuelven con el viento y la naturaleza se expresa en un canto ancestral donde se incluyen los animales, las aves y los peces; la nieve pinta y la lluvia danza con su música alimentaria. Una sensación circundante aflora por los dedos cuando hago tacto en la compleja dimensión del universo que en sus formas y medidas guarda lo llano, lo convexo, lo plano. El hombre con su fatiga trata de comprender los límites de lo perfecto con lo tangible, y escarba en su microespacio, ese íntimo rincón perceptivo, donde el sueño y la esperanza afloran como una tristeza milenaria. Las cumbres nevadas predominan en el paisaje, los ríos bajan por los valles con su música de siempre, los árboles se ofrecen mansos para teatro de los pájaros. Una variedad armoniosa con exacta policromía pinta la vida. El crepitar de los ríos informa el paso del cardumen. Lleno el ser de nuevas energías que producen deleite y el gozo indescriptible de sentirme parte de esta maravilla. El desfile es incesante. Con los ojos del alma miro, un lujurioso juego que ofrecen una perfumada flor y una ínfima avecilla, con pico más largo que su cuerpo, en un ritual amoroso, donde cada cual realiza su tarea. La flor su néctar entrega y el pequeño picaflor con su paleta de colores sale a esparcir la semilla para que continúe la vida su ciclo productivo y milagroso. Que desafío los contrastes. El hombre nace con destino cierto, cruza por el patio de la vida, recorre los tiempos de su tiempo hasta llegar omega, la soledad definitiva, cuando entrega las aguas de su cuerpo al oscuro océano del misterio, dejando de ser un inquilino de la vida. El silencio testigo del nacimiento y de la partida, cuando el hombre se queda indiferente, como lo sentían los incas. La característica humana es ser imperfecto y errar una constante. Pero, a pesar de todo, el hombre produce maravillas asombrosas. Se mete con sus ciencias en los temas de la vida, construye ambiciosos puentes, y eleva sus casas hasta límites increíbles. Pero sigue errando, lo que cruza por su mente es relativo y al final del camino se disuelve, como una fórmula química agotada. Cuántos secretos sugieren las ausencias y las distancias en este viaje astral. Un remolino de ideas es cada hombre. Una historia finita que converge con lo infinito. Una herencia que traspasa los límites de los espacios y de los tiempos. Una cadena de historias personales va tejiendo la alfombra humana que sirve como espejo.