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Vida normal, con barbijo

Jueves, 24 de diciembre de 2020 00:55
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En medio de las contradicciones y la evidente inseguridad de los gobernantes (no solo argentinos) la Nochebuena es una interesante oportunidad para que asumamos una realidad: la paralización de actividades es insostenible, el virus va a seguir acosándonos por más vacunas que traigan y los chicos no pueden seguir perdiendo meses de escolaridad.

La certeza de que el virus va a continuar surge de los rebrotes y oleadas que asuelan a Europa y América, tanto en los países más rígidos, de los cuales Argentina encabeza la lista, a los que aparentemente mostraron más flexibilidad. Aparentemente, porque en México, Brasil y EEUU, por ejemplo, donde los líderes se negaban a organizar cuarentenas, los gobiernos locales sí lo hicieron.

Al COVID-19 y a sus eventuales mutaciones los va a frenar la disciplina de la gente, fundamentalmente. Reuniones al aire libre, tapabocas, mascarillas y alcohol en gel en todas partes y prudencia en todas las conductas. Es absurdo que los nietos no vean a sus abuelos, que los chicos no se reúnan con sus amigos, que las familias no puedan despedir a sus deudos, que los negocios y las fábricas se fundan mientras se impone una cuarentena despareja fundamentada con un discurso épico propio de quien se prepara para una guerra.

También es absurdo que cada distrito, cada municipio tenga un reglamento propio hecho quién sabe por quién. Porque además del coronavirus, la otra pandemia que nos acecha es la de la salud mental.

La economía argentina cayó cerca del 11/12% este año. Con una cuarentena fundamentalista no hay posibilidades del prometido “rebote”. Se perdieron cuatro millones de puestos de trabajo, cerraron infinidad de locales y, no hay que ilusionarse, hay un momento en que la maquinita de emitir pesos estalla.

El primer paso hacia la nueva normalidad, el más seguro para la salud de cada uno, es la prudencia. En las calles se nota que está faltando mucha prudencia y en los registros sanitarios se observa cómo vuelve a subir la curva de contagios.

Ya estamos cambiando los hábitos, y así deberá ser en adelante, porque en adelante, si no es esta, puede haber otras pandemias. Claro que, además, harán falta decisiones estratégicas, de los gobiernos, que están más escasas aún que la prudencia.

En el área educativa, la nueva normalidad requiere una escuela adecuada a nuevos tiempos. El gobierno deberá definir el sistema de recuperación de objetivos (que nadie alcanzó) y los mecanismos para cerrar la enorme grieta que se abrió este año entre los niños que tuvieron clase y los que quedaron afuera. Y el Estado deberá imponer su autoridad, por una vez, a los gremios y a los militantes: acá lo que está en juego es la sociedad. No se debe tolerar, y esto es muy serio, que los gremios decidan cuándo se vuelve a trabajar. Ellos representan a un sector y el Estado debe ocuparse de la sociedad. Claro, con ministros y funcionarios que demuestren claridad de objetivos.

En materia de política sanitaria, la conducta casi procaz de las autoridades nacionales en torno a la búsqueda de vacunas permite entender por qué, con cuarentena y épica, el país lidera las estadísticas de daño sanitario. Será hora de que se pongan a trabajar en inversiones serias para que en todos los puntos estratégicos que sea necesario existan salas suficientes de terapias complejas. 

Y en cuanto a la economía, solo se sabe que “la pandemia nos cayó encima” y que “tenemos que negociar con el FMI”. Pero hay un silencio absoluto acerca de cómo se va a reactivar la producción. Cómo se van a generar exportaciones con valor agregado, cómo se va alentar la inversión, descomprimir la presión tributaria y tratar de recuperar el poder adquisitivo del salario.

En pocas palabras: la nueva normalidad exige estrategias, que los gobiernos no exhiben. Y para esta Nochebuena, por lo menos disciplina de la gente: celebrar en “burbujas familiares”; en lugares abiertos o muy ventilados; con tapabocas y sin compartir copas ni cubiertos.

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