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"¿Habrá comenzado la "Guerra del cerdo?"

Miércoles, 22 de abril de 2020 02:45
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La mayoría de las concepciones en torno al derecho del trabajo considera al trabajador como a un menor de edad, incapaz de protegerse a sí mismo en el ámbito de una relación laboral.

Es por eso que la ley le impone, aún contra su propia voluntad, la prohibición de renunciar a sus derechos, a los mínimos inderogables que establece la legislación laboral.

Igual que un niño, cualquier contratación que realice es sospechosa de haberse realizado en inferioridad de condiciones.

Se cuida que tanto el menor como el trabajador se hagan daño a sí mismos. De tal manera, un trabajador no puede válidamente renunciar a su jornada limitada o a una parte del salario (aun cuando supere los mínimos legales) sino es autorizado por un "tutor" asignado por el Estado, en este caso el Ministerio de Trabajo, quien evaluará si existe una "justa composición de los intereses de las partes" y no afecta derechos esenciales del menor-trabajador.

Un Estado autoritario

La reciente decisión del gobierno de la Ciudad de Buenos Aires de prohibirle a los mayores de 70 años salir de sus domicilios (bajo amenazas de severas multas), para comprar comida o medicamentos, sin requerir la autorización de sus funcionarios, aparentemente están inspirados en la misma filosofía: son "niños", incapaces de razonar o de valerse por sus propios medios.

Pero solo "aparentemente" se parecen, las diferencias son abismales. Históricamente los adultos mayores no son (como los trabajadores) sujetos de abusos o explotación, ni tienen sus facultades mentales disminuidas (como los niños).

Tampoco sufren, particularmente, el flagelo de desempleo, que actúa como factor disciplinante y de temor para con los trabajadores que se someten -muchas veces- a iniquidades para mantener su ingreso alimentario.

¿Habrá comenzado la "guerra del cerdo"? Aquella novela de Adolfo Bioy Casares donde presagiaba una guerra donde los jóvenes buscaban aniquilar a los que ahora se ha dado en llamar "adultos mayores".

­En vez de decretar esta especie de prisión domiciliaria ¿no hubiera sido mejor -directamente- ponerles una tobillera electrónica o implantarles un chip para controlar sus movimientos?

Epidemia y plaga de filósofos

Esta mezcla de paternalismo y autoritarismo del Estado preocupa a muchos pensadores contemporáneos, no solo en cuanto a discriminación de un determinado grupo etáreo específico si no como avance sobre las libertades individuales de todos los ciudadanos.

Hannah Arendt, en su libro Los orígenes del totalitarismo, considera a los regímenes autoritarios como producto de la configuración de acontecimientos históricos extraordinarios. Pero eso lo escribía en 1951.

Hoy, junto con la epidemia, los filósofos han florecido como la peste y en todas las latitudes (los italianos Giorgio Agamben, Roberto Espósito y Franco "Bifo" Berardi, el surcoreano Byung Chul-Han, la norteamericana Judith Butler, el francés Jean-Luc Nancy y el esloveno Slavoj Zizek), dan sus opiniones sobre la actitud de los gobiernos frente a la pandemia.

El primero en poner el grito de alarma sobre el avance del Estado fue Giorgio Agamben, al advertir que "se manifiesta una vez más la tendencia a utilizar un estado de excepción como paradigma normal para el gobierno", agregando que "otro factor no menos perturbador es el estado de miedo que en los últimos años se ha extendido evidentemente entre las conciencias individuales y que se traduce en una auténtica necesidad de situaciones de pánico colectivo para las cuales la epidemia proporciona una vez más el pretexto ideal. Por lo tanto, en un círculo vicioso perverso, las limitaciones de libertad impuestas por los gobiernos se aceptan en nombre de un deseo de seguridad creado por los mismos gobiernos que ahora están interviniendo para satisfacerlo".

 

 

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