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"La grieta nueva, la grieta vieja; una se queda, la otra no nos deja ..."
Ya es un lugar común hablar de "la grieta", entendida como la distancia que media entre la República consagrada por la Constitución de 1853 y enmiendas posteriores, que propone la división de poderes (y el respeto de unos a los demás), el federalismo, las libertades de todo tipo (haciendo hincapié en la de prensa), por una parte, y el populismo que se concentra más en buscar todos los atajos posibles para burlar esa Constitución, que para ofrecer soluciones a las propias tragedias que ese populismo crea.
Sin embargo, poco o nada se habla de esa otra grieta, mucho más antigua, que divide a la Argentina (y antes a las Provincias Unidas del Río de la Plata y la Confederación Argentina) entre provincias (incluida la Ciudad de Buenos Aires, CABA) que se atienen aceptablemente bien a la Constitución nacional y las correspondientes provinciales, por una parte, y aquellas otras que, o bien han conformado una Constitución a la medida del poder feudal que se mantiene secularmente, o bien transgreden impunemente esa Constitución, sin que se manifiesten contrapesos internos que tuerzan ese estado de cosas.
La grieta nueva
La grieta "nueva" no hace falta presentarla.
Se la vive todos los días con las agresiones, cada vez más fuertes y explícitas del presidente y la vicepresidente de la Nación hacia los pilares de la República, que son la libertad de prensa y la independencia de la Justicia, cuando el Congreso no tiene los suficientes contrapesos (mayoría oficialista en el Senado) para evitar los asomos de desbordes que el binomio presidencial insinúa o directamente amenaza concretar.
El sustrato de esta grieta se basa en una dualidad ideológica, difícilmente reconciliable, que comprende, de un lado, a la Argentina que podría llamarse "tradicional" a partir de la Organización Nacional, la cual adhiere a la Constitución de 1853 y sus enmiendas posteriores, aun con matices de interpretación, y del otro lado, a la que surgió desde el primer golpe de estado, en 1930 y específicamente a partir del segundo golpe, en junio de 1943, que dio partida de nacimiento al peronismo "clásico" que representa hoy muy bien el presidente Fernández y que abjura de la economía de mercado y de las libertades tal cual las ampara nuestra Constitución.
Por cierto, no cabría poner en un pie de igualdad a las respuestas que una amplia porción de la sociedad (incluida la oposición y la prensa independiente), probablemente hoy mayoritaria, ofrece a estas diatribas; de no hacerlo no existiría justamente esta grieta. Y está llamando la atención que la artillería pesada verbal del Gobierno se dirige específicamente a la Justicia en momentos en que esta tiene en la mira a numerosos exfuncionarios de la administración de la expresidente Fernández de Kirchner, y a ella misma.
Por otra parte, y como cuestión no menor, llama también la atención el enojo presidencial (muy parecido a las batallas contra los molinos de viento) porque una parte del objeto de sus críticas la constituye la propia fuerza política a la que él pertenece, como puede ser el caso de los empresarios concentradores de precios, nacidos y crecidos al calor del cierre hermético de la economía practicado por Juan Domingo Perón en sus dos primeras presidencias. También debe destacarse como un hilo conductor común con el creador del peronismo, el tono confrontativo del presidente en línea con los discursos de su mentor cuando ofrecía "a los amigos todo y a los enemigos, ni justicia"; empero, hay que señalar también que Perón rectificó su conducta en su tercera presidencia, ofreciendo un abrazo a la oposición de entonces, lo que podría ser también (en este caso) un saludable ejemplo a imitar por parte del presidente.
La grieta vieja
La "vieja" grieta, por su parte, es, como la palabra lo indica, de más antigua data, y tiene que ver con la otra dualidad que separa la Argentina, esta vez geográficamente, en dos; una parte, nuevamente respetuosa de la Constitución Nacional, y la otra, representada por numerosas provincias en las que las constituciones provinciales se han adaptado al nuevo feudalismo, heredero de los viejos caudillos que eran dueños y señores de sus "feudos" (las provincias), aunque con un tinte moderno: esta vez no son líderes autoproclamados, sino elegidos "democráticamente" por infinitos pe ríodos.
Desafortunadamente, y a diferencia de la "nueva" grieta, en este caso no existe una "oposición" que permita imaginar un contrapeso a las provincias feudales, porque los espacios "no contaminados" de feudalismo no tienen forma de cambiar a los que mantienen rémoras, a la vez que la propia población de esas provincias, por múltiples razones, entre las que se incluyen los sistemas electorales (listas sábanas), las prebendas que otorgan los "señores feudales" y la anomia de los partidos políticos de oposición, casi inexistentes en muchos casos, en poco o nada reacciona ante este fenómeno. A todo esto, la prensa libre, si bien toma nota de los excesos y deformaciones de las "provincias feudales", como está mayoritariamente concentrada en CABA y atenta a la performance del gobierno nacional que muchas veces, por estar copado por el populismo, repite hasta donde puede las pautas de las "provincias feudales".