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Un balance doloroso pero ineludible

Jueves, 15 de julio de 2021 02:34
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Cien mil muertos no es una cifra simbólica. Es, simplemente, una tragedia impensable antes de 2020. Impensable porque aunque hubo augurios, incluso con fundamento científico, nadie adelantó la particular capacidad de contagio de este virus, ni su resistencia a cualquier medicación conocida.

Es irresponsable acusar sin más al gobierno actual por esas cien mil vidas perdidas, pero es inevitable que quede asociado con el fracaso sanitario.

El Gobierno nacional, principal responsable de la campaña, fue incapaz de diseñarla y conducirla con criterio científico. Y fue incapaz porque no pudo asumir un liderazgo sensato y careció de ministros competentes.

El caso de Ginés González García, sus errores de diagnóstico, su vacunatorio VIP, su paseo en ojotas por Madrid y su retorno en avión con 45 mil compatriotas varados por capricho, es casi un símbolo, y no solo de la pandemia. La trayectoria previa del exministro merecía otro epílogo, pero tuvo este porque lo que fracasó es una forma de hacer política a la que se aferra el oficialismo. Ginés estuvo al frente del ministerio casi once meses después de haber minimizado al virus.

El presidente Alberto Fernández tuvo muchos gestos impropios de un jefe de Estado de quien se espera sea consciente de la gravedad de la situación. El diagnóstico de "un sistema de salud desmantelado", los ataques a la Ciudad de Buenos Aires y las acusaciones a diestra y siniestra parecieron querer disimular la ausencia de lineamientos claros, lo mismo que las abundantes incoherencias en conductas públicas de funcionarios nacionales y de varios gobernadores.

Nadie puede saber cuántos muertos por COVID tendríamos hoy con otro gobierno. Eso se llama "análisis contrafáctico" y no sirve de nada.

Pero es claro que el actual nunca subordinó la estrategia política a la urgencia sanitaria, sino al revés, indicio elocuente de la persistencia de criterios políticos enmohecidos, aferrados a la exaltación de la campaña militante, al uso de la cuarentena como una cruzada y a la búsqueda de un enemigo a quien responsabilizar.

Alberto Fernández no podrá responder con evasivas a algunos interrogantes. Dos, son ineludibles. Una: ¿Se cumplió meticulosamente el programa de vacunación aprobado por la OMS y por el ministerio argentino en noviembre?

El programa trazaba franjas estratégicas por edad y riesgo para lograr la inmunidad de rebaño y detener las mutaciones y variantes del virus en el territorio nacional. Se respetó a medias y muy lentamente con la primera dosis. Y con un gran déficit para la segunda.

Dos: ¿Por qué no cumplió su promesa de tener veinte millones de vacunados con dos dosis en febrero?

La vacunación se demoró en forma exasperante porque por un capricho geopolítico, postergaron ocho meses la adquisición de vacunas de cualquier origen, con la única condición de que fueran buenas.

Cuesta imaginar que muchos argentinos aprueben la decisión de postergar el plan de inmunizaciones para cumplir con los presidentes chino Xi Jinping y ruso Vladimir Putin.

La pandemia ha hecho estragos. Nada es peor que los cien mil muertos, pero es necesario -ineludible- evaluar la totalidad de los daños. En primer lugar, conocer la situación de los pacientes de otras patologías graves y crónicas postergadas por la emergencia.

Es imprescindible que el sistema educativo evalúe seriamente el deterioro del nivel de aprendizaje de los alumnos de todos los niveles. Es probable que se haya perdido un año lectivo y que muchos adolescentes hayan desertado definitivamente de la escolaridad.

La economía argentina es una de las más castigadas por la pandemia; la caída de casi el 10% del PBI en 2020, junto con la inflación galopante han generado una crisis social cuyo diagnóstico debe ser meticuloso e inequívoco.

Todas van a ser malas noticias, pero habrá que darlas. Aunque para la cultura política dominante resulte imposible asimilar el principio acuñado en el escudo de José Gervasio de Artigas: "Con la verdad, ni ofendo ni temo".

 

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