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La trampa de la grieta. En una nota anterior se hizo referencia a los posicionamientos que en materia económica tienen las opciones "blanco y negro", o las "banquinas" de uno y otro lado, como se les ha llamado en varias otras notas de este columnista.
A grandes rasgos, una de ellas, que también se calificaba de "ortodoxa" en materia económica, propone un "ajuste" que reduzca significativamente el gasto público, que supuestamente sería el único responsable de la inflación y demás problemas de la economía.
La "banquina" del otro extremo, por su parte, abomina los ajustes, pero carece de un ideario económico, ignorancia que incluso es motivo de orgullo por parte del presidente Alberto Fernández.
El problema con este esquema de posicionamientos es que, por una parte, resulta claro que ninguna de las dos alternativas que se proponen ante la problemática de la Argentina es viable, pero al mismo tiempo es obvio que la alternativa "no tenemos plan" (que simultáneamente exhibe gruesas y preocupantes propuestas flagrantemente opuestas a nuestra Constitución), no puede menos que provocar el rechazo absoluto de quienes pretenden defender sin concesiones el sistema republicano de gobierno y la democracia tal cual lo consagra la Constitución.
Un camino alternativo
Como se planteaba en la nota anterior, en que se hacía mención justamente a los dos "colores" o banquinas que venimos transitando los argentinos desde largas décadas (banquinas que, como tales, nos impiden avanzar por las conocidas y obvias características que poseen pues están diseñadas para detenerse; no para transitar), es importante esforzarse en proponer una tercera alternativa, justamente imaginada para transitar por la ruta dejando de lado las banquinas, algunas de cuyas ideas fueron justamente deslizadas ya en la nota mencionada.
. Una primera cuestión a ser señalada es que entre los dos principales problemas que enfrenta la economía, la inflación y el desempleo, pobreza-marginalidad, el primero afecta a todos y el segundo solamente a una parte de la sociedad (si bien esta porción ha venido en aumento justamente por el inmovilismo de las banquinas), con lo que podría imaginarse que elegir el combate contra la inflación lograría adhesión total y el segundo, parcial. Sin embargo, es de la mayor importancia tomar nota que también es cierto que la estabilidad perjudica de manera importante a muchos, que son evidentemente lo suficientemente poderosos para haber boicoteado todos los programas antiinflacionarios propuestos desde la aparición de la inflación hasta el presente.
. Un segundo punto a tener en cuenta es que, desafortunadamente, la explicación ortodoxa de la inflación que la reduce en exclusiva a la emisión monetaria que se alimenta del déficit fiscal ha calado tanto entre especialistas y "no iniciados", que se dejan de lado otras causas que generan inflación, amparados en que "si fuera cierto que imprimiendo dinero se resuelven todos los problemas, sería simple resolverlos, pero no es así", lo que por supuesto es inobjetablemente correcto. Sin embargo, no lo es menos que la abrumadora evidencia muestra que la suba de costos, o de los márgenes de ganancia cuando la concentración empresaria así lo permite, también altera los precios, con lo que debería aceptarse que tanto la demanda (dinero-déficit) como la oferta (costos-ganancias) impulsan las subas de precios, y hay que actuar entonces sobre ambas causas de la inflación.
. Una tercera cuestión a considerar es que, aunque se conforme una amplia coincidencia, traducida en consensos en el Congreso en torno a la necesidad de reducir en forma sustancial el déficit fiscal, esto no puede ser logrado instantáneamente por dificultades tanto políticas (produciría un revulsivo gigantesco en la sociedad) como sociales (pérdida de poder de compra de los ingresos de los jubilados y empleados del Estado). Por lo tanto, la disminución del déficit debe efectuarse manteniendo el gasto público constante en términos reales (incrementando ese gasto no más allá de lo que lo hacen los precios), congelando vacantes y reemplazando el desgranamiento vegetativo (los empleados que se jubilan) mediante concursos cerrados. Por otra parte, la corrección del desfasaje de tarifas y combustibles debe efectuarse acompañando la inflación con un pequeño plus adicional, pero sin provocar incrementos agigantados.
Un error de la ortodoxia
Llegados a este punto, es necesario destacar un profundo error de la ortodoxia, al sostener que en tanto financiar el déficit imprimiendo dinero es inflacionario, hacerlo con endeudamiento externo (préstamos en dólares) no lo es. El error consiste en que, en el segundo caso, los dólares deben cambiarse por pesos, ya que el gobierno no paga el gasto que no logra financiar con impuestos con dólares, evidentemente.
Pero al cambiar los dólares por pesos está también imprimiendo dinero!
Por supuesto, el Banco Central puede "esterilizar" esos pesos extras con Lebac, Leliq, etc. que pagan jugosos intereses para que la gente los compre en lugar de adquirir dólares, pero los bancos "forrados" en depósitos que no pueden prestar, justamente por estos intereses elevadísimos, usa esa formidable masa de recursos para... comprar dólares, lo que eleva exponencialmente su precio, como ocurrió en 2018 y 2019: ¿no era que estos dólares en préstamo no son inflacionarios? A todo esto, si bien el Banco Central, o el Tesoro, acumulan reservas gracias a estos préstamos, no es menos cierto que se agranda el endeudamiento externo, el que, al no ceder la inflación, se frena, ante el temor de que la economía no pueda honrar sus compromisos, lo que también vivió la Argentina 2018-2019.
Conforme lo anterior, es evidente que el déficit, que debe procurarse ir reduciendo a la mayor velocidad posible, no debe financiarse con endeudamiento externo y sí con préstamos del Banco Central al Tesoro, debidamente calzados con bonos a largo plazo que rindan intereses variables (que irán disminuyendo conforme la inflación), y a ser honrados por las generaciones futuras que disfrutarán de una economía más saneada y con menos inflación.
La clave es tener un plan
Por último, y sin pretender proporcionar un plan ni mucho menos, debe atacarse también el lado de la oferta en la inflación, lo que supone tener bajo control las tarifas, evitando subas bruscas; el tipo de cambio, con una agresiva política pro-exportadora con reducción importante de retenciones; los salarios, con discusiones paritarias distribuidas a lo largo del año, y control de los márgenes de ganancia por medio de la eliminación de las prohibiciones a la importación y una progresiva reducción de aranceles.
Estas, más otras iniciativas planteadas en la nota anterior y añadidas a otro conjunto de medidas de reformas estructurales que permitan conformar un programa antiinflacionario y de crecimiento deberán ser consensuadas con un amplio espectro de expresiones políticas que le den apoyo parlamentario y haga posible superar las “banquinas” de distintos colores que tienen a la Argentina inmovilizada desde largas décadas y generan pobreza y marginalidad a pasos agigantados.
No basta con ridiculizar las posiciones ingenuas y desprovistas de lógica y aplicabilidad del así llamado populismo, lo que constituye el deporte favorito de la ortodoxia económica, que, por otra parte, como se señaló, comete también ingenuidades no menos peligrosas.
Es necesario, en su lugar, proponer un plan riguroso, pero además, políticamente viable y con fuertes consensos, que hagan posible su cumplimiento para superar “banquinas” y dejar atrás nuestra decadencia.