Cierta vez caminaba por la Puna jujeña y llegué agotado a las benéficas aguas termales del volcán Coranzulí, al lado del pueblo homónimo. La extrema sensación de descansar los pies en el agua caliente salobre y recobrar las fuerzas perdidas es inexplicable.
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Cierta vez caminaba por la Puna jujeña y llegué agotado a las benéficas aguas termales del volcán Coranzulí, al lado del pueblo homónimo. La extrema sensación de descansar los pies en el agua caliente salobre y recobrar las fuerzas perdidas es inexplicable.
Los incas tuvieron la misma sensación cuando cruzaban la vialidad imperial andina y alcanzaban esos lugares de relajación. Las proezas de los chasquis son incomparables. No es raro entonces que haya en esos lugares evidencias incaicas. Especialmente en Perú. Y también en el norte argentino. Al punto de que no muy lejos de San Antonio de los Cobres está Incachule, que en lengua quechua viene a significar algo así como los "baños del Inca".
Los incas tuvieron especial predilección por las aguas termales y las aprovecharon sin prejuicios. No les importó el olor a azufre o huevo podrido que emanaban de algunas de ellas. Por el contrario, buscaron allí su rol benéfico. A diferencia de los españoles, a los que el olor a azufre les recordaba el demonio con toda la carga simbólica que le impuso el cristianismo. El azufre, las aguas sulfurosas, los petróleos azufrados y los metales sulfurados tenían reminiscencias demoníacas. El "stercus demonis" o estiércol del demonio como les decían aquellos viejos españoles. Expresiones superficiales del averno.
Los romanos aprovecharon las aguas termales no solo en Italia, una región volcánica por excelencia, sino también en los confines del imperio. Lo que hoy es Turquía fue parte de ese imperio y en cada campo termal han quedado restos de ruinas romanas.
Muchos pueblos de la tierra vieron en esas aguas calientes un poder benéfico. A veces eran usadas para el baño relajante, otras veces como aguas termo- minero- medicinales y otras como bebida. Hasta para usar los barros termales como absorbente de la grasitud de la piel en algo que ahora se denomina peloterapia. Y es un atractivo de salud y turismo en muchos lugares del mundo. Incluso en los volcanes fríos de barro de Totumo (Colombia) que estudiara Alexander von Humboldt. Se puede llegar a la cumbre de los volcanes de barro por una rústica escalera de madera, zambullirse en el fango, luego bajar y secarse al sol y finalmente en una laguna cercana darse un baño de agua dulce para lavar el lodo remanente.
En Salta, nacido en su origen como un complejo médico, se tienen las termas de Rosario de la Frontera. Se dice que los incas las conocían y les llamaron Inti Yaco, o aguas del sol. Lo cierto es que fueron un atractivo para los viajeros que hacían el camino de postas desde Buenos Aires a Potosí. El inglés Edmund Temple y sus compañeros de viaje, entre ellos Juan Scrivener, hicieron un alto en las termas en 1826 y dejaron escritas sus impresiones cuando no existían allí ni las más mínimas comodidades. Hasta que en la década de 1870 llegaron a oídos del médico catalán Antonio Palau que vio su enorme potencial para crear un complejo de salud.
Palau tomó en consideración la variedad en la composición química y las temperaturas. Aguas que salían a temperatura ambiente y otras hirviendo, con muchos rangos termales entre ellas. Y lo mismo en la composición química con aguas cloruradas, sulfatadas, ferruginosas, carbonatadas, bicarbonatadas, silicosas, etcétera. Algunas potables y otras imbebibles. Tan potables que, por su profundidad de origen y su alta temperatura, se envasan hoy como agua de bebida y se encuentran entre las mejores del mundo. Las aguas fueron estudiadas -por su química- ya en el siglo XIX. Dos sabios alemanes, Max Siewert y Federico Schickendantz, hicieron análisis de las aguas de Rosario de la Frontera. Siewert estudió también las aguas de El Sauce o El Paraíso como se llamaban entonces y donde existe en la actualidad un complejo hotelero de jubilados.
Muchos médicos y otros científicos estudiaron las aguas de Rosario de la Frontera. Entre ellos el Dr. Eliseo Cantón, autor de un enjundioso trabajo donde volcó toda su sapiencia producto de muchos años al frente del establecimiento termal. Lo mismo puede decirse del médico tucumano Benigno Elías Vallejo Posse (1864-1932) quien realizó su tesis doctoral en la Facultad de Ciencias Médicas de la Universidad de Buenos Aires y la defendió en 1888. Allí cuenta como el Dr. Palau, médico que ejercía en Tucumán, llegó a las termas en 1879 aquejado de una "laringitis herpética". Dice Vallejo: "Según su propio testimonio, la acción benéfica que estos baños ejercieron sobre él hasta quedar del todo sano, le llevó a fundar allí el plantel de un establecimiento termal que pudiera reportar también a otros los beneficios que él había conseguido". Entre otros conceptos se rescata de Vallejo: "En la aplicación de las aguas termo- minerales debemos tener en cuenta su temperatura y su mineralización, aparte de la acción higiénica incontestable que ejercen el alejamiento, el viaje, el cambio de vida, el clima, la altura, etc., tantas condiciones que no debemos olvidar jamas y que repercuten de una manera tan favorable sobre la salud del individuo". La calidad del clima, el valor de las aguas, la vegetación, la pureza del aire y el silencio, apenas interrumpido por el canto de los pájaros, crearon una combinación perfecta que hizo que llegaran a las termas grandes personalidades en busca de descanso y curación a sus dolencias. La salteña Lola Mora era una habitué, además de tener muy cerca de allí su casa y sus explotaciones de esquistos bituminosos. Pero también visitaron las termas Domingo F. Sarmiento, Nicolás Avellaneda, Ludwig Brackebusch, Bartolomé Mitre, Julio Argentino Roca, Juana Manuela Gorriti, Hipólito Irigoyen, Victoria Ocampo, Arturo Capdevila, Belisario Roldán, Juan Rassmuss, Hércules Corti, entre muchos otros.
En la década de 1910 llegó a las termas el médico y químico francés Maurice de Thierry quien habría estado trabajando en Francia, en los inicios de la radiactividad, con los esposos Curie y Henri Becquerel, entre muchos otros. Vino interesado en la radiactividad de las aguas termales, un tema que estaba ya de moda. Al punto que Marie Curie vino a visitar las termas de las Aguas de Lindoia en el estado de Sao Paulo en Brasil. Curie tenía previsto pasar por Buenos Aires y el viaje fue cancelado por algún motivo que se desconoce tal como lo señala el estudioso Roberto Ferrari. Thierry llegó a ocupar un alto cargo en Buenos Aires: jefe de la sección de Aguas Minerales de la Dirección General de Minas, Geología e Hidrología.
¿Estaba en la cabeza de Marie Curie visitar la Argentina por sus aguas termales y su viejo conocido Maurice de Thierry? ¡Una simple especulación!
Lo cierto es que Thierry se hizo cargo del servicio médico y técnico del establecimiento termal de Rosario de la Frontera. Inició el tratamiento de los baños de barro o peloterapia y avanzó con la aplicación de la emanoterapia a través de la construcción de un "Emanatorium". Dice Thierry: "Esa pieza cerrada en la cual se desprende continuamente gases invisibles radioactivos se llama Emanatorium". Luego añade que: "La estadía en el emanatorium no debe ser prolongada más de ciertos límites que dependen del sujeto. La emanoterapia por inhalaciones es contraindicada en las afecciones tuberculosas y cancerosas".
La radiactividad de las aguas termales existe, pero lo que nunca quedó claro son sus efectos ni benéficos, ni perjudiciales. Al punto que fue una moda y como tal se extinguió. No así todo lo que surgió décadas después con el aprovechamiento de la energía nuclear y la fabricación de isótopos radiactivos para la cura del cáncer. En el caso de las aguas termales se diferenciaba su uso para bebida y para baños en el marco de la llamada crenoterapia.
Cuando se analiza los pacientes que se acercaban a Rosario de la Frontera a fines del siglo XIX, en busca de curar sus dolencias, se tiene a sifilíticos (35%), reumáticos (25%), enfermos de la piel (12%) y el resto anémicos, enfermos del sistema nervioso, asmáticos, tuberculosos. La idea basal era que las aguas curaban todo, pero los tratamientos eran largos y requerían el acompañamiento médico permanente. El avance de la industria farmacéutica fue encontrando fármacos para muchas de esas dolencias con lo cual las termas fueron perdiendo atractivo médico científico y ganaron en cambio un lugar indiscutible para descanso, turismo, recreación y las medicinas tradicional y alternativa.