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Por Cynthia Molinari
Psicóloga
Los hijos de inmigrantes tenemos grabada a fuego la idea de que el pasado no condiciona al futuro; que las personas podemos dejar atrás el infortunio, la miseria, el hambre o la guerra y plantearnos un nuevo horizonte de vida.
Esta idea que algunos la llaman “el gen” de la resiliencia, es la capacidad humana de transformar nuestras vidas y la de nuestro entorno, pese a otras variables y condicionamientos imposibles de modificar. Crear y reinventarse, suele ser el talento y la disposición indeclinable de muchos individuos y de sociedades que han sido capaces de reconstruir sus vidas y levantar ciudades en ruinas.
Tras la Segunda Guerra Mundial, el único de ocho hermanos que pudo estudiar y obtener un título terciario, llegó en barco desde Italia con lo puesto y luchó hasta convertirse en empresario de obras viales: era mi padre, y creía más en la educación y en el trabajo que en Dios.
A esta transformación quiero referirme el día de hoy, al cumplirse el 30 aniversario del fallecimiento de don Roberto Romero, primer Gobernador de Salta, desde el retorno de la democracia, en los comicios del 30 de octubre de 1983.
Cursaba entonces el último año del colegio secundario cuando el Gobierno militar comienza a desmoronarse tras la rendición de Malvinas, lo que conduciría al país a la transición hacia la recuperación definitiva e innegociable de un sistema de gobierno democrático y republicano.
Él era la muestra viviente de la capacidad de sobreponerse a la adversidad, de soñar con un futuro mejor y perseguirlo hasta obtenerlo.
Mis compañeras de colegio, mis amigos y toda mi generación pasamos buena parte de nuestra infancia y toda la adolescencia bajo la dictadura militar y digo bajo, porque a cualquier edad se siente y se sabe que el autoritarismo aplasta. Crecimos sin hablar de política, de partidos, de candidatos, de libertad -en ningún ámbito- porque hasta en las casas se convenía no hablar de “esos temas”. Perdimos, seguramente, la posibilidad de desarrollar lo que es vital para todo adolescente: formar su propio juicio, que nace del análisis y de una necesaria confrontación con la realidad. Había que ser obedientes, pero por suerte, no todos lo fuimos.
Los vientos de libertad se agigantaban a medida que se acercaban los comicios: la gente se afiliaba en las calles, los partidos abrieron las puertas de sus sedes donde resurgieron las escuelas de dirigentes y miles de mujeres y jóvenes volvieron a la militancia. El poder del voto, la libertad de opinar y el derecho de elegir, tanto tiempo reprimidos, se instaló como una especie de verborragia en todas las reuniones y en los bares de la ciudad. La gente hablaba -como lo hace siempre- de cada uno de los candidatos, los conocieran o no, con alguna certeza o ninguna, repitiendo lo que otros dijeron o exagerando también para ganar un poco de atención.
Los candidatos aparecían en todos los medios; en la radio, en la TV y en éste diario, hablando de sí mismos, de sus promesas y sus proyectos. En medio de ésa vorágine, conocí a don Roberto Romero; se destacaba del resto por tener la visión de una provincia más pujante, convertir a Salta en el faro del corredor bioceánico, pensaba una provincia liderando una región y extendida a los países vecinos, a través de la puesta en valor de todo el potencial y su capacidad productiva y hacer de Salta capital una ciudad más atractiva para el turismo.
Conocí sus orígenes, su historia personal, su crecimiento en el mundo empresarial y con eso me bastó para reconocer en su persona lo que me enseñó el ser hija de inmigrantes: el pasado no condiciona el futuro. Él era la muestra viviente de la capacidad de sobreponerse a la adversidad, de soñar con un futuro mejor y perseguirlo hasta obtenerlo; la certeza de que con buena salud y sobre todo con educación se puede dejar el infortunio atrás. El 30 de octubre elegí a Roberto Romero gobernador de Salta y a Raúl Alfonsín, presidente de la Nación. Y los volvería a elegir.
Tiempo después, lo conocí realizando el primero de una serie de spots publicitarios que hicimos durante su gestión, a lo largo y ancho de la provincia. Aquél grupo de jóvenes que trabajábamos en la agencia de publicidad, admirábamos su capacidad para el trabajo y el buen trato siempre, incluso cuando había que repetir tomas y corregirlas hasta el cansancio, por la lentitud de la tecnología de entonces. Pero lo que más nos asombraba, al volver a verlo, era su capacidad de recordar los nombres y los detalles de la reunión pasada, como si hubiese ocurrido ayer.
No tuve entonces la oportunidad de contarle nada de esto ni de agradecerle por haber hecho de Salta y su gente lo mismo que hizo con su vida: sacarla adelante y transformarla.
Su ejemplo se engrandece, 30 años después, en medio de una pandemia que nos desafía a todos a vencer el infortunio y a trabajar hasta el cansancio para que Salta esté cada día mejor.