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27 de Junio,  Salta, Centro, Argentina
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Unidos solo por la quimera de 2023

Viernes, 08 de julio de 2022 01:37
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La renuncia de Martín Guzmán al Ministerio de Economía, disparada el sábado 2 de julio por la tarde a la hora exacta en que Cristina Kirchner desgranaba en Ensenada un nuevo discurso destinado a perfeccionar la corrosión del gobierno de Alberto Fernández, fue una nueva señal apremiante del colapso que sobrelleva no solo la gestión del Presidente, sino el conjunto del sistema de poder que rige desde 2019.

Muchos de los aliados con los que Fernández contaba para edificar un poder propio venían tomando distancia y se preparaban para otras combinaciones, más prometedoras. Los gobernadores, que según Fernández serían socios principales de su gobierno, no dan la impresión de haber recibido ese trato y ya se conjuran en una liga para hacer sentir su influencia en una reestructuración de gobierno que reclaman y dan por descontada. Hasta la CGT y los movimientos sociales amigos de Fernández se muestran desilusionados. Ellos no son, ciertamente, cristinistas, pero admiten que la vicepresidenta ejerce efectivamente el mando en un sector del oficialismo y lamentan que el Presidente haya dilapidado las posibilidades de hacer lo propio con la ventaja que su posición institucional le otorga.

En rigor, la materia "hacer" del Gobierno no cosecha las mejores calificaciones. La crisis del combustible lo tomó desprevenido. Su administración, presionada por el anterior jefe de la bancada oficialista en Diputados y por las provincias petroleras, no reaccionó adecuadamente para habilitar a tiempo un aumento importante (y razonable) en la llamada tasa de corte de los combustibles, de modo que los bíocombustibles contribuyan a incrementar la oferta de los fósiles, hoy insuficiente.

La batalla contra la inflación lucía perdida, al iniciarse el segundo semestre las previsiones de Guzmán para 2022 parecian inviables, mientras se ensanchaba la brecha cambiaria, el Banco Central se veía forzado a levantar las tasas y crecían las dudas sobre la capacidad del Estado, sea para cumplir sin apelar a la maquinita con la monumental obligación en pesos que vence a fin de mes.

Lo que revelaron las largas horas del sábado y el domingo hasta que se conoció el nombre de la sucesora de Guzmán -Silvina Batakis- fue la enorme dificultad del vértice del oficialismo (cuyos personeros han sido la señora de Kirchner, el Presidente que ella nominó y el jefe del Frente Renovador, Sergio Massa) para tomar decisiones viables y sostenibles.

Lo que Massa requería para tomar "la papa caliente" que Guzmán había soltado y Fernández no conseguía entregar a nadie resultaba abrumador para el Presidente. Massa se perfilaba como un jefe de gobierno que, en los hechos, convertiría la figura presidencial en una mera decoración (aunque seguramente tratada con la máxima cortesía), encarnando una voluntad de poder a la que ha sido fiel a trancas y barrancas.

Probablemente para evitar la perspectiva de esa supeditación a Massa, Fernández aceptó finalmente dialogar con Cristina Kirchner. La ambición del jefe del Frente Renovador lo intimidó y seguramente previno también a la señora. Martín Redrado, uno de los alfiles con que Massa contaba, había reclamado "un acuerdo político con la oposición" para sancionar varias leyes fundamentales que dieran confianza a los mercados por su apoyo en todo el sistema político. En rigor, dada la crisis que afecta al país y la impotencia que exhibe el sistema de poder que triunfó en 2019, la salida solo podía venir trascendiendo los límites del actual oficialismo.

Detrás de los diferentes aspectos de la crisis argentina (inflación, inseguridad, indefensión, problemas de crecimiento, decaimiento educativo) hay una cuestión política básica: la ausencia de consensos de Estado que le ofrezcan a las autoridades electas los acuerdos y las bases de sustentación necesarias para las grandes reformas que la Argentina requiere si busca impulsar su formidable potencial, acuerdos capaces de dar continuidad a las líneas fundamentales más allá de los cambios de gobierno.

Así como un truco de gallo, Fernández y CFK acordaron que no habría reconstrucción del gabinete, que solo se llenaría la vacante de Economía y que el nombre sería el de Silvina Batakis. No fue elegido por la señora de Kirchner, pero sí bendecido por ella. Parece evidente que el nombramiento no clausura la crisis, solo abre un nuevo capítulo de la ingobernabilidad.

Sin duda las tensiones internas del oficialismo han contribuido significativamente a este crepúsculo. El Frente de Todos es una casa dividida que solo mantiene su apariencia de unidad merced al quimérico incentivo de una victoria electoral en octubre de 2023. Pero ya hasta ese estímulo va perdiendo su magnetismo. En otros tiempos, Perón bromeaba sobre las disputas internas de su movimiento: "Los peronistas somos como los gatos. Cuando nos oyen gritar creen que nos estamos peleando, pero en realidad nos estamos reproduciendo". Hoy solo se oyen los maullidos airados o quejumbrosos, pero la población gatuna está disminuyendo o hibernando.

El colapso del sistema de gobierno que los últimos acontecimientos han transparentado con elocuencia empezó a manifestarse en las primarias del año último, cuando el oficialismo salió segundo. Es cierto que nuevamente la gobernabilidad está comprometida: la figura presidencial ya venía perdiendo autoridad antes de las PASO y esa elección operó como un plebiscito que lo golpeó ferozmente (no solo a él, sino a todo el sistema de poder que lo llevó a la Casa Rosada).

De lo que se trata es de reformular un sistema de poder que ha llegado a un límite peligroso y que ha dejado de garantizar la gobernabilidad del país. Un sistema de poder en el que el propio oficialismo ha dejado de creer. Hacerlo requiere un contenido, un rumbo y una base ampliada de poder. La Argentina está hundiéndose paulatinamente, esclava de sucesivas miradas de corto plazo.

* Centro para la reflexión política Segundo Centenario

 

 

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