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¿En camino hacia una civilización planetaria?

Domingo, 12 de noviembre de 2023 02:42

Vladimir Nabokov dijo que la vida humana era "un breve resquicio de luz entre dos eternidades de oscuridad". Ninguna imagen podría ser más consistente con la que provee la física que conocemos: una eternidad de oscuridad desde el Big-Bang hasta el instante fugaz en el que aparece el "resquicio de luz" de la vida; y otra eternidad hasta el fin del universo. Un final que la física imagina como una vastedad despojada y fría; con electrones, neutrinos y fotones sueltos, casi quietos. En la escala cósmica, la vida es un evento raro y transitorio. Puedo sentir en la piel las palabras de Jorge Luis Borges cuando habla del "horror de Pascal" tanto como puedo sentir en cada gramo de mi consciencia las palabras del propio Pascal cuando dice: "el silencio eterno de los espacios infinitos me aterra".

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Vladimir Nabokov dijo que la vida humana era "un breve resquicio de luz entre dos eternidades de oscuridad". Ninguna imagen podría ser más consistente con la que provee la física que conocemos: una eternidad de oscuridad desde el Big-Bang hasta el instante fugaz en el que aparece el "resquicio de luz" de la vida; y otra eternidad hasta el fin del universo. Un final que la física imagina como una vastedad despojada y fría; con electrones, neutrinos y fotones sueltos, casi quietos. En la escala cósmica, la vida es un evento raro y transitorio. Puedo sentir en la piel las palabras de Jorge Luis Borges cuando habla del "horror de Pascal" tanto como puedo sentir en cada gramo de mi consciencia las palabras del propio Pascal cuando dice: "el silencio eterno de los espacios infinitos me aterra".

Para la física parece imposible que la vida continúe cuando el universo se enfríe. Las leyes de la termodinámica son claras: si la expansión del universo continúa acelerando a ritmo exponencial, la inteligencia tal como la conocemos no podrá sobrevivir. Cualquier forma de vida que podamos imaginar se cocinaría en el calor generado por su propio pensamiento. Pero, mientras la temperatura del universo siga decreciendo durante eones, ¿podría una civilización avanzada salvarse a sí misma? Una civilización avanzada; ¿podría escapar de la inevitabilidad de este gran congelamiento? Como el ritmo al que evolucionan las distintas fases del universo se mide en billones de años, una civilización inteligente y aplicada tendría tiempo suficiente para enfrentarse al desafío de evitar esta fría extinción.

Pero, por muy divertido que pueda ser imaginar qué tecnologías podría diseñar una civilización así para prolongar su existencia, estos saltos intelectuales bajo ritmos de crecimiento tecnológico exponencial y con eones por delante, es algo que bordea lo imposible al intelecto de hoy. Sin embargo, si hay ejercicios más inmediatos que debemos hacer y que van a definir nuestro legado; permitiéndoles a esas generaciones futuras el poder llegar a ese ejercicio de imaginación; o no.

Civilizaciones de tipo I, II y III

Los físicos suelen clasificar a las civilizaciones según las leyes de la termodinámica por su consumo de energía. Cuando exploran el firmamento en busca de vida inteligente, no buscan hombrecitos verdes, sino rastros de la energía que emiten. Para esto se usa una categorización introducida por el físico ruso Nikolai Kardashev en los años sesenta.

Una civilización de tipo I, por definición, es capaz de utilizar toda la cantidad de energía solar que llega a su planeta, es decir, 1016 vatios (un uno seguido de 16 ceros). Con esta energía, podría controlar o modificar el clima, cambiar el curso de los huracanes o construir ciudades en el océano. Estas civilizaciones dominan su planeta y crean una civilización planetaria.

Una civilización de tipo II ha agotado la energía de su planeta y es capaz de consumir la producción de energía de su estrella entera, es decir, 1026 vatios. Se espera que pueda controlar los destellos solares e inflamar otras estrellas.

Una civilización de tipo III aprovecha la energía de todo su sistema solar y podría colonizar grandes porciones de su propia galaxia. Esta civilización puede utilizar la energía de 10.000 millones de estrellas, es decir, 1036 vatios.

Cada tipo de civilización difiere de la anterior en un factor de 10.000 millones. Así, una civilización de tipo III, aprovechando la energía de miles de millones de sistemas estelares, puede utilizar 10.000 millones de veces la producción de energía de una civilización de tipo II, la que a su vez aprovecha 10.000 millones de veces la producción de una de tipo I.

Para describir la civilización de nuestros días, el astrónomo Carl Sagan subdividió cada categoría en diez subtipos más pequeños. En esta escala, nuestra civilización actual es de tipo 0,7; a relativamente poca distancia de ser una civilización Tipo I. Todavía obtenemos nuestra energía de combustibles fósiles (petróleo y carbón) y el control de un huracán -que puede liberar la energía de una decena de armas nucleares- supera nuestra capacidad tecnológica actual.

Asumiendo que hay una correlación directa entre el PBI global y la producción de energía y, asumiendo un modesto ritmo de crecimiento económico del 2% anual, aún a este penoso ritmo, nuestra civilización se encuentra a una distancia de algo entre 100 a 200 años para alcanzar el estatus de tipo I. Nos podría llevar otros 1.000 a 5.000 años el poder alcanzar el estatus de tipo II y, quizás, algo entre 100.000 a un millón de años el alcanzar el tipo III.

Una civilización planetaria

Nuestra civilización es todavía bastante primitiva. Sin embargo, se comienzan a ver señales de una transición. Por ejemplo, la contaminación debe ser abordada a una escala planetaria; no hay otra manera de afrontarla. Los gases de invernadero, la lluvia ácida, la quema de selvas tropicales y todo este tipo de agresiones al planeta no respetan las fronteras nacionales. Los problemas ambientales globales deberían ayudar a acelerar la implementación de soluciones globales. También, a medida que los recursos como la pesca, las cosechas de granos y el agua comiencen a dar muestras de agotamiento, aumentará la presión para que estas reservas sean gestionadas a escala global, buscando evitar enfrentarnos al colapso.

A medida que resurja una tercera ola globalizadora, la economía será dominada no por naciones, sino por grandes bloques comerciales como la Unión Europea o el NAFTA, tratado que une a los países norteamericanos. Las naciones, aunque de seguro existirán durante algunos siglos más, irán perdiendo importancia a medida que caigan barreras comerciales y el mundo se vuelva más y más entrelazado en términos económicos y logísticos; haciendo que las fronteras nacionales sean menos relevantes. La lengua podría ser el inglés, que es la segunda lengua dominante en la Tierra. En muchos países, las clases superiores y universitarias tienden a hablar tanto en inglés como en la lengua local. Son pequeños ejemplos entre varios otros que podrían estar indicando una tendencia hacia una civilización planetaria.

Pero la transición al Tipo I es también peligrosa. El avance de nuestra civilización es una carrera contra el tiempo. Por un lado, esta marcha puede prometer una era de paz y prosperidad sin parangón alguno. Por otro lado, las fuerzas de la entropía -el efecto invernadero, la contaminación, la guerra nuclear, el fundamentalismo y las epidemias-, todavía pueden destruirnos. Todas estas amenazas, así como otras debidas al terrorismo, la inequidad, patógenos producto de la biotecnología u otras pesadillas tecnológicas, son algunos de los grandes desafíos a los que se enfrentará la humanidad en un futuro nada lejano.

Danza planetaria

Unos años antes de que Leonardo Da Vinci hiciera su famoso dibujo "El Hombre de Vitruvio", el filósofo neoplatónico Pico della Mirandola había sugerido en su obra más importante, "La dignidad del hombre", que el ser humano era el centro del universo y que tenía la libertad y la capacidad tanto de elevarse hacia las cosas superiores -y por lo tanto divinas- como de degenerarse hacia las cosas inferiores y bajar al nivel del bruto.

Estamos entrando en una nueva era; una era de tecnologías hiper exponenciales; una era marcada por profundos cambios tecnológicos; climáticos y ambientales; laborales; sociales; políticos y económicos. Una era de grandes volatilidades, ergo, una era de profundas incertidumbres y de grandes miedos. Una era donde el hombre se va a adueñar de su propia evolución y podrá dirigirla hacia donde él decida encaminarla. Comenzamos a tener la capacidad tecnológica para dejar de ser meros observadores pasivos de la danza de la naturaleza y convertirnos en coreógrafos de esa danza al poder manipular la vida, la materia y la inteligencia.

Poseemos ahora tanto los medios para construir un Paraíso en la Tierra como para destruir el planeta entero. Si evitamos que nuestro brutal instinto de autodestrucción nos consuma, nuestros nietos podrían vivir en los albores de la primera civilización planetaria de la Tierra. ¿Qué haremos? ¿Aspiraremos a parecernos a dioses o degeneraremos hacia abajo, hacia los brutos, a los que tanto nos parecemos; por cierto?

En el segundo acto de la obra de teatro de Anton Chejov, "Las tres hermanas", el coronel Vershinin proclama: "Dentro de un par de siglos, o dentro de un milenio, la gente vivirá de una manera nueva, mejor. No estaremos aquí para verlo, pero para eso vivimos, para eso trabajamos. Nosotros lo estamos creando. Es el objetivo de nuestra existencia. La única felicidad que podemos conocer es trabajar con un objetivo".

Tenemos en nuestras manos el destino de nuestra especie, tanto si nos elevamos hasta cumplir nuestra promesa como civilización de Tipo I como si caemos en el abismo del caos, la contaminación y la guerra. Las decisiones que tomemos hoy resonarán por toda la eternidad en el eco de tiempos futuros. Cómo elijamos resolver las guerras actuales, la proliferación de armas nucleares y los conflictos sectarios y étnicos, establecerán o destruirán las bases de todo avance siguiente.

Quizás el propósito y el significado de nuestra generación sea asegurar que la transición a una civilización de Tipo I exista. Que ocurra; que suceda. Quizás este deba ser nuestro propósito; nuestro legado y nuestro destino. ¿Lo comprenderemos? ¿Lo conseguiremos?

 

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