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Teilhard de Chardin, el teólogo de la Evolución

Lunes, 10 de abril de 2023 00:00

Hoy se cumplen 68 años del fallecimiento, el 10 de abril de 1955 en Nueva York, del gran paleontólogo Pierre Teilhard de Chardin. Teilhard fue una gran figura de la paleontología mundial en la primera mitad del siglo XX. Se dedicó fundamentalmente a la paleoantropología, esto es el estudio de los orígenes del hombre. Centró sus estudios en Asia, Europa y África.

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Hoy se cumplen 68 años del fallecimiento, el 10 de abril de 1955 en Nueva York, del gran paleontólogo Pierre Teilhard de Chardin. Teilhard fue una gran figura de la paleontología mundial en la primera mitad del siglo XX. Se dedicó fundamentalmente a la paleoantropología, esto es el estudio de los orígenes del hombre. Centró sus estudios en Asia, Europa y África.

Antes, digamos, que Teilhard era jesuita. Esto le valió que siempre fuera mirado con suma desconfianza por sus pares y superiores, que no querían saber nada con ideas heréticas, como la evolución darwiniana. A su vez sufría la desconfianza de los paleontólogos ortodoxos, a los cuales no les caían nada bien las ideas filosóficas y religiosas que acompañaban el pensamiento del sacerdote. Para empantanar más sus ya complicadas relaciones con científicos y religiosos quedó envuelto en el escándalo del "hombre de Piltdown", una estafa paleontológica donde se mezclaron pedazos de neandertales con gorilas modernos.

Teilhard provenía de una familia aristocrática francesa. Su madre era bisnieta de Voltaire. Teilhard nació el 1 de mayo de 1881 en Sarcenat, en la región de Auvernia, en la Francia central. Era el cuarto de 11 hijos. Su madre le inculcó fuertemente la mística desde niño y ello le llevó a abrazar los estudios religiosos. Pero a su vez se despertó en él una fuerte vocación por las rocas y minerales, que los había abundantes en su lugar de origen. A la par de sus estudios religiosos, cursó estudios superiores en geología y paleontología en Inglaterra.

Luego fue profesor en El Cairo donde estudió fósiles de tiburones y uno de ellos recibió su nombre. De allí pasó a estudiar las cuevas de Altamira en España y otras cuevas de Francia y Bélgica, donde descubrió muchos restos óseos del hombre primitivo europeo, así como sus artefactos y pinturas.

Al estallar la Primera Guerra Mundial, Teilhard fue reclutado. Actuó como camillero, auxiliar médico y soporte espiritual de los soldados moribundos. Estuvo en duras batallas como las de Verdún y Marne. Vio de cerca el horror de la guerra y lo describió en algunos de sus libros que se publicaron después de su muerte. Por sus acciones en el frente bélico recibió la Cruz de Guerra, la Medalla Militar y fue nombrado Caballero de la Legión de Honor.

Al terminar la guerra siguió con sus estudios religiosos y en 1918 se convirtió en sacerdote y realizó los votos de pobreza, castidad y obediencia. Fue siempre fiel, leal y obediente a su orden jesuítica a pesar de todos los avatares que le tocó vivir y soportar. También continuó con sus estudios paleontológicos en la Universidad de La Sorbona donde, entre otros, estuvo bajo la tutoría de grandes figuras como Alfred Lacroix, Marcellin Boule y Paul Rivet, este último recordado por haber sido el fundador del Museo del Hombre en París.

Se doctoró en La Sorbona en 1922 con una tesis sobre los mamíferos fósiles del Eoceno de París, un tema que había despertado el interés de George Cuvier, padre del catastrofismo, cuyo nombre está inscripto e inmortalizado en el Arco del Triunfo en París. Precisamente uno de los discípulos de Cuvier, Alcides D'Orbigny vino en la década de 1820 a la Argentina para estudiar la estratigrafía pampeana y ver si efectivamente su maestro tenía razón con las "grandes revoluciones del globo".

En China

Un artículo de Teilhard sobre el pecado original le trajo serías desavenencias con el Vaticano. Los superiores de Teilhard no estaban muy contentos con él y lo castigaron enviándolo a China. Al final le hicieron un enorme favor, ya que con el tiempo se convertiría en uno de los grandes sabios occidentales de China. A pesar de ser un aristócrata, Teilhard no tenía ningún problema en vivir en lugares humildes, viajar por los desiertos, dormir a la intemperie o en una rústica carpa y comer lo que estaba disponible. No se quejaba de nada y siempre le buscaba el lado bueno a las cosas. Pronto se ganó el cariño de los chinos, aprendió a leer y hablar en su lengua y formó un grupo de estudios paleontológicos a través de un Instituto de Geobiología.

Teilhard recorrió en su primer viaje a China varias regiones e incluso hizo un largo viaje a Mongolia, donde se topó con un mafioso degollador y fumador de opio. Regresó a París y de nuevo entró en conflicto con sus pares a raíz de sus revolucionarias ideas religiosas con basamento científico. Volvió de nuevo a China y esto se repitió muchas veces. Cada vez se sumaban más investigadores a los equipos científicos en los que participaba o dirigía, especialmente americanos, suecos y europeos, hasta que finalmente dieron con el famoso hallazgo de Chu-Ku-Tien y el Sinanthropus u "hombre de Pekín".

Teilhard fue un polígrafo, polímata y políglota, autor de cientos de artículos científicos y decenas de libros. Entre ellos destacamos "La aparición del hombre", "La visión del pasado", El grupo zoológico humano", "El concepto del hombre fósil", "El porvenir del hombre", entre muchos otros. Una de sus obras cumbre fue "El fenómeno humano", que disparó encendidos debates luego de su muerte. Lamentablemente no se le permitió publicar en vida y sus votos de obediencia impidieron que se conociera la parte más rica de su pensamiento filosófico. Fue atacado

ferozmente por científicos como Peter Medawar y reivindicado por muchos de sus grandes biógrafos, como Claude Cuénot, Henri de Lubag, Francisco Bravo, Sergio Quinzio, Claude Tresamontant y más recientemente por Leandro Sequeiros y Mercè Prats.

Por nuestra tierra

El filósofo y sacerdote salteño Pedro A. Alonso, que fuera su discípulo, escribió un bellísimo libro: "El hombre en el universo: Nostalgia de Teilhard de Chardin" (Ed. Víctor Hanne, Salta, 1999). Alonso guardaba la mayoría de sus escritos, publicados e inéditos, incluidas copias mimeografiadas anotadas de puño y letra por Teilhard, una de las cuales me fue generosamente obsequiada por él. Lo que poco se sabe es que Teilhard estuvo en Argentina.

Por cartas que envió a sus parientes, y a sus amigos Pierre Leroy y Henri Breuil, sabemos que estuvo dos veces en Argentina, 1951 y 1953. En noviembre de 1951 cruzó el Atlántico desde Sudáfrica a Buenos Aires. Le llamó la atención "la llanura cenagosa y casi sin orillas del Río de la Plata". Se quedó una semana en la ciudad, a la que describe como "una inmensa Marsella en damero" y se queja de no haber podido contemplar ni siquiera "un pequeño rincón de la pampa". Aprovechó la estadía para visitar al doctor Osvaldo Meghin, quien tenía -al decir de Teilhard- importantes colecciones arqueológicas de la "joven prehistoria de Argentina". Joven, y lo aclara, en el sentido de que las colecciones se remontaban a los últimos diez mil años, en contraste con las antiquísimas que venía de estudiar en África.

Teilhard observó y quedó impactado por los grandes carteles de Perón y Evita en las calles de Buenos Aires. Describe que se respira una atmósfera "tensa y ensombrecida" por la enfermedad de Evita. En 1953 retoma el contacto con Menghin con la idea de viajar desde Sudáfrica a Buenos Aires y desde allí a Valparaíso. Dice Teilhard: "Siento la necesidad de formarme una idea clara, esto es de tener una experiencia visual, tanto del suelo de la pampa como de la estructura andina en su parte terminal, e intentar así verificar ciertas ideas que me son muy caras acerca de la génesis de los continentes". Efectivamente había comenzado a reflexionar sobre megatectónica y señala que estaba elaborando algunas ideas que diferían del "hundimiento de los continentes" (Haug, Termier, etc.) y "la deriva de Wegener" a cambio de un "crecimiento continental" por continentalización de las plataformas y una "adición marginal de flexuras granitizadas".

No pudo cumplir su objetivo, ya que un puente ferroviario andino había colapsado y además se encontró con una huelga de portuarios que le impidió regresar por la costa pacífica, como era su deseo. Se queja amargamente de que: "No podré ver ni la pampa, ni los Andes, ni Guayaquil. ¡Qué le vamos a hacer!". Al parecer tuvo un ofrecimiento para quedarse a trabajar en Buenos Aires, que habría declinado amablemente. De regreso a Nueva York volvió a sufrir el destrato de sus pares jesuitas y finalmente falleció, como él deseaba, el día domingo de resurrección. Una humilde lápida de mármol recuerda al sabio francés en donde los visitantes dejan rocas, fósiles y minerales en su memoria.

 

 

 

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