Los primeros seis meses de la presidencia de Javier Milei demuestran con claridad que en tiempos de grandes crisis es más fácil ganar una elección a pesar de no contar con estructura partidaria ni figuras con trayectoria política, que gobernar con eficiencia.
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Los primeros seis meses de la presidencia de Javier Milei demuestran con claridad que en tiempos de grandes crisis es más fácil ganar una elección a pesar de no contar con estructura partidaria ni figuras con trayectoria política, que gobernar con eficiencia.
Un país es, en primer lugar, una sociedad integrada por seres humanos cuya calidad de vida y sus perspectivas de futuro configuran la razón de ser de la política.
Por ese motivo, cada decisión de gobierno debe contemplar a la totalidad de esa sociedad compleja. Muy especialmente, cuando veinte años de improvisaciones, oportunismos y demagogia han generado una pobreza inédita en los últimos 150 años, y han convertido a las necesidades sociales en un negocio de oportunistas.
La radiografía social, laboral y educativa del país demuestra que, además de las políticas financieras para frenar la inflación, es imprescindible crear con urgencia las condiciones de seguridad para alentar inversiones externas. Esa seguridad nace de un sistema tributario progresivo, del equilibrio social y de la transparencia jurídica. Y nada de eso se logra sin gestión política y administrativa.
Por cierto, la lentitud de la cobertura en los cargos, muchos todavía vacantes, y la cantidad de funcionarios desplazados en tiempo récord durante estos seis meses habla de un déficit muy severo en la selección de postulantes.
El despido en malos términos del jefe de Gabinete Nicolás Posse, es decir, de quien estaba llamado a ser el ejecutor de las decisiones presidenciales, no solo habla de la ineptitud del ex funcionario para ese cargo sino que exhibe el costo que paga un gobernante por confundir la amistad personal, ahora rota, con la selección de personas capaces y experimentadas.
El escándalo producido, casi en simultáneo, en el ministerio de Capital Humano, muestra un cúmulo de contradicciones y fragilidades en la cartera administrada por Sandra Pettovello, una economista de total confianza del presidente, pero, además, encargada de las áreas más sensibles de esta sociedad en crisis: las secretarías de Niñez, Adolescencia y Familia; Trabajo, Empleo y Seguridad Social y Cultura.
Ese mismo ministerio había puesto en blanco sobre negro, la semana anterior, las irregularidades y abusos de poder de las organizaciones sociales que hacían política y, probablemente, negocios personales, con los comedores y los planes sociales.
Sin embargo, Pettovello debió expulsar al secretario de Niñez y Familia, Pablo De la Torre, por no haber investigado el volumen y el estado de vencimiento de alimentos destinados a comedores comunitarios y acusado, a la vez, por supuestos hechos de corrupción.
A simple vista, resulta inadmisible que los funcionarios de las áreas informen incorrectamente a la ministra y, por eso, la lleven a cometer errores, justamente, cuando dirigentes de las organizaciones denunciadas en la Justicia contraatacaban denunciando, a su vez, que había miles de toneladas de alimentos vencidos o a punto de vencer.
La desinformación al respecto dejó en evidencia la inexistencia de rendiciones de cuentas de la gestión precedente, pero también la nula eficiencia de la actual. Incluso, el asesoramiento erróneo de la abogada Leila Gianni, recién llegada al oficialismo, llevó a la ministra a un conflicto rayano en la rebeldía frente al juez Sebastián Cassanello, quien había ordenado la inmediata distribución de los alimentos almacenados entre sus destinatarios.
Los problemas de la pobreza, la violencia de género, la familia, el desempleo, el empleo en negro, el sistema previsional, entre otros son puntos esenciales en la crisis argentina. Es imposible que un solo ministerio se haga cargo de afrontar y resolver ese entramado de problemas que configuran, justamente, el nudo de la crisis que llevó a la sociedad a descreer de la política y a confiar la presidencia a un candidato con ideas innovadoras, como es el actual presidente.