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A diferencia del FMI, China no busca que le devuelvan los fondos que presta. Se cobra con activos de sus deudores o ejerce presión diplomática a su favor.
Si una persona tiene ingresos por 10, pero gasta 20, en algún momento terminará en un banco para pedir fondos. Se sentará frente a un gerente, firmará papeles, y conocerá de antemano las cláusulas del contrato y la tasa de interés que se aplicará. Pero si no cambia su forma de vida ni ajusta sus gastos, el banco dejará de prestarle. Esta persona puede caer entonces en las garras de un usurero que no pedirá ni papeles ni garantías, pero que, si no cobra, es capaz de entrar a su casa por la fuerza para llevarse los muebles o el automóvil.
Lo mismo pasa en el mundo con los países con crónicos déficit fiscales. El primer recurso es recurrir a alguna organización de crédito multilateral como el Fondo Monetario Internacional (FMI), que como con en el ejemplo del banco, otorga préstamos luego del voto público de sus miembros y establece de forma clara las condiciones. Y como el FMI quiere que le devuelvan lo prestado, propone recetas de ajuste fiscal que, a la mayoría de los gobiernos, sobre todo lo populistas, no les gusta.
Cuando esta puerta se cierra, o incluso se entorna, aparece China que, como en el ejemplo, jugaría el rol del usurero.
Nulos requisitos
Cuando Pekín procede como prestamista alternativo de último recurso y rescata a un país en dificultades nunca le pedirá disciplina en la política económica ni se interesará por la legitimidad del gobernante de turno. Las condiciones del préstamo muy pocas veces serán públicas, claras y detalladas.
De acuerdo con una investigación de Sebastián Horn y Carmen M. Reinhart publicada en la Harvard Business Review, "en las últimas dos décadas, China se ha convertido en un importante prestamista mundial, con reclamaciones pendientes que ahora superan más del 5% del PIB mundial. Casi todos estos empréstitos provienen del gobierno y de entidades controladas de Pekín".
Asimismo, desde el lanzamiento de la Iniciativa Nueva Ruta de la Seda (BRI) en 2013, China gatilló préstamos por US$ 838.000 millones, situación que la llevó a ser la mayor financiadora de obras públicas del mundo, ensombreciendo al mismísimo Banco Mundial. Estos fondos provienen principalmente del Nuevo Banco de Desarrollo, del Fondo de la Ruta de la Seda y del Banco Asiático de Inversión en Infraestructuras (BAII). Cuando finalicen los desembolsos, el monto destinado por la República Popular equivaldrá, en moneda constante, a tres planes Marshall de posguerra. El 60% de los países incluidos en este programa tienen una calificación crediticia internacional de "basura" o no tienen calificación alguna. Esto es así porque China nunca considera la capacidad de reembolso del país al que le presta, un requisito imprescindible para organismos como el FMI.
Sin seguimiento
Bajo la excusa de no interferir en las decisiones soberanas de otros Estados, Pekín jamás efectúa seguimiento de las inversiones que realiza en los países de la BRI. Desembolsos millonarios y sin cuestionamientos son el abono ideal para potenciar la corrupción y para que los países pobres sean aún más pobres después de ingresar al sueño que ofrece esa iniciativa.
Pakistán, Sri Lanka y Argentina figuran entre los principales destinatarios de los empréstitos de rescate de China. Esos países recibieron en conjunto más de US$ 62.830 millones desde 2017, según datos recopilados por AidData, un laboratorio de investigación de la universidad estadounidense William & Mary.
Misterio en Neuquén
A diferencia del FMI, China no busca que le devuelvan los fondos que presta. Se cobra con activos de sus deudores o influye en los votos, por ejemplo, en Naciones Unidas en su favor.
En mi libro "El hambre del dragón. El plan de China para comerse al mundo", se citan más de 300 casos concretos de este tipo en los cinco continentes.
Argentina ya padece este manejo; cedió soberanía en las 200 hectáreas situadas en Neuquén, las que fueron cedidas por 50 años renovables al Ejército Popular de Liberación para una base espacial. Allí funciona una antena de 35 metros de diámetro, la altura de un edificio de 16 pisos y 450 toneladas de peso. Esta estructura le otorga a China la capacidad de monitorear la ubicación y trayectoria de los satélites que recorren el hemisferio sur, interceptar sus comunicaciones sensibles e incluso enviar mensajes encriptados. Como argentinos, si queremos saber lo que ocurre dentro de esta base, debemos pedir autorización al gobierno chino por escrito y con tres meses de anticipación para que nos permitan estar solo una hora y 40 minutos.
Pesca ilegal
La presión de Pekín también ayuda a comprender por qué el Gobierno argentino combate poco y nada la pesca ilegal en su Zona Económica Exclusiva del Atlántico Sur.
Son pocos los lugares del planeta que se pueden distinguir desde el espacio. Uno de ellos es Las Vegas. La famosa "ciudad del pecado" se muestra como una luminosa marca en medio del oscuro desierto de Nevada, Estados Unidos. La gran cantidad de luces que la engalanan es tal, que puede divisarse desde los 400 kilómetros de altura en los que se encuentra orbitando la Estación Espacial Internacional.
Otro de los sitios visibles se encuentra en el límite del Mar Argentino, en una región donde no hay asentamientos ni plataformas petroleras. Esta "ciudad de las luces" está formada por buques extranjeros, sobre todo chinos, que depredan el calamar, que es el recurso pesquero más preciado que tienen las aguas del Atlántico Sur.
En esta zona próspera, uno de los caladeros más importantes del mundo, el 70% de los buques que se encuentran en el límite de las 200 millas náuticas son chinos.
Sustentado principalmente por subsidios gubernamentales, su crecimiento y actividades no son controladas, en parte porque la propia China históricamente tuvo pocas reglas que rijan las operaciones de pesca. El dominio y la ubicuidad global de esta flota plantea interrogantes más amplios sobre cómo China logró situar tantos barcos en el agua y qué significa esto para los océanos del mundo.
Con una población de más de 1.380 millones de habitantes, China es el mayor consumidor mundial de productos del mar y sus capturas globales han crecido en más del 20% en los últimos cinco años. Muchas de las poblaciones pesqueras más cercanas a las costas de China se derrumbaron debido a la sobrepesca y la industrialización, por lo que el Gobierno chino subsidia en gran medida a sus pescadores, que navegan por el mundo.
Las flotas pesqueras de China se llevaron del 50 al 70% de los calamares capturados en altamar en los últimos años, según una estimación del Gobierno chino.
El Gobierno chino dice que tiene aproximadamente 2.600 embarcaciones pesqueras de aguas distantes, lo que, según un informe reciente del Stimson Center, grupo de investigación en seguridad, la hace tres veces más grande que las flotas de Taiwán, Japón, Corea del Sur y España juntas.
En 2018, se estimó que las subvenciones totales a la pesca mundial eran de US$ 35.400 millones, y China representaba US$ 7.200 millones. Esto incluye las ayudas para combustible y construcción de buques nuevos con el fin de aumentar el tamaño de su flota.
La República Popular también subsidia el costo para adquirir nuevos motores y cascos de acero más duraderos para los buques arrastreros.
Comisarías clandestinas
"En el último año, hemos convencido a 210.000 compatriotas para que vuelvan", afirmó el viceministro de Seguridad Pública de China Du Hangwei.
Visto así, pareciera que son tantas las bondades del régimen de Xi Jinping, que aquellos ciudadanos que decidieron irse de China regresan por su voluntad cuando en realidad fueron traídos por la fuerza.
Se estima que 540 millones de cámaras de vigilancia están instaladas en China. Esto equivale a una por cada tres o cuatro ciudadanos. Un Gran Hermano de dimensiones colosales.
Su ojo controlador se extiende sin embargo más allá de sus fronteras. Según la organización internacional Safeguard Defenders, China opera más de 100 estaciones policiales secretas distribuidas en 53 países para vigilar a sus ciudadanos en el exilio.
En Sudamérica, se relevaron dependencias en Quito, Guayaquil, Viña del Mar, Río de Janeiro, San Pablo y Buenos Aires.
Para conseguir que los exiliados regresen a China se los amenaza con suprimir los subsidios a sus familiares, prohibir el ingreso de sus hijos en escuelas y hasta se intentó obligar al círculo íntimo a desalojar sus viviendas para ser subastadas o demolidas. Otras advertencias incluyen controles, restricciones y congelamiento de las cuentas bancarias de sus allegados, y hasta la identificación con aerosol de sus hogares con la inscripción "Casa de Fraude".
* El libro "El Hambre del dragón. El plan de China para comerse al mundo" (Gárgola Ediciones, 352 páginas), de Agustín Barletti, va por su segunda edición. En octubre de 2023 se lanzaron al mercado internacional las versiones impresas en papel y en e-book en idioma inglés y francés.