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Orígenes de la historiografía argentina: Ruy Díaz de Guzmán

Martes, 08 de octubre de 2024 01:31
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El proceso historiográfico en nuestro país ha tenido en sus orígenes formas elementales, rústicas, emparentadas con formas literarias que develan la intención recordatoria. Así encontramos cartas, crónicas y relaciones del descubrimiento y la conquista.

Las obras de esta prosa narrativa asumen el carácter de relato autobiográfico y memorialístico, con un argumento histórico que recurre a exposiciones justificativas de conductas que, directa o indirectamente, tuvieron a sus autores como protagonistas de los hechos históricos en esta apartada región del mundo. Entre los pioneros en arrojar luz sobre los acontecimientos primeros, cabe mencionar a Ruy Díaz de Guzmán, nacido en el año de 1559 en la ciudad de Asunción, capital de la tenencia de gobierno homónima, y de la gobernación del Río de la Plata y del Paraguay que formaba parte en aquel momento del Virreinato del Perú, perteneciente al Imperio español.

Asunción, poseía un magnífico pasado que enorgullecía a sus habitantes: había sido centro de la conquista del Río de la Plata, y luego fundadora de ocho ciudades, esparcidas hacia todos los ámbitos. Obtuvo los títulos de "Amparo y reparo de la Conquista" y luego "Madre de todos", algunos de los calificativos que con altiva jactancia se dirigían a ella sus moradores. En 1618, la Corona le concedió el título de "Muy Ilustre", por sus importantes servicios, pero también procedió a su división, segregando, primero Santa Cruz de la Sierra, y luego Santa Fe, posteriormente Corrientes, finalmente, Concepción del Bermejo y Buenos Aires.

Así, Asunción quedó enclaustrada geográficamente en el corazón del continente, ajena al contralor de la Corona, del Virrey del Perú y de la Audiencia de Charcas, sujeta bajo el predominio de los "mancebos de la tierra", fruto brioso del cruce de los españoles con las guaraníes, que pronto se convirtieron en los verdaderos dueños de la tierra.

Ese confinamiento generó en la escasa clase intelectual una conciencia histórica de la que luego Ruy, se constituirá en su intérprete. Sus padres Alonso Riquelme de Guzmán y Úrsula de Irala, una hija mestiza del gobernador Domingo Martínez de Irala y de Leonor, una de sus concubinas indígenas, de origen guaraní o bien jarayé. Estaba emparentado con el adelantado y viajero Álvar Núñez Cabeza de Vaca, a quien menciona elogiosamente en su obra.

Desde los dieciséis años se dedicó a las armas y acompañó a Ruy Díaz de Melgarejo en la fundación de Villa Rica del Espíritu Santo, en 1575. En 1580 contribuyó a sofocar el levantamiento de Santa Fe, después de lo cual pasó al Tucumán. Más tarde, en Santiago del Estero asiste y es protagonista en los preparativos que preceden a la fundación de Salta. Ruy Díaz de Guzmán, figura en la reseña de soldados que vinieron con Hernando de Lerma a Salta. Al respecto, Roberto Levillier, en su obra "Nueva Crónica de la Conquista del Tucumán" Tomo III, da cuenta del suceso.

En un documento se registran los nombres de los pobladores comprometidos a participar de la instancia fundacional, y en él se menciona a Ruy Díaz de Guzmán. Consta en acta con estas palabras: "Luego parecio Rui díaz de guzman e dixo que a del socorro que lleua de su señoría lleua lo siguiente.a Vn arcabuz con sus aderezos y espada vna cuera de anta e juro en forma de derecho ser verdad e yo el escribano doy fee de todo". Firman el testimonio de lista y reseña de la jornada de Salta, el licenciado Hernando de Lerma y Francisco de Torres, escribano público.

Concluida la fundación de la ciudad, Lerma le confió el cargo de alguacil mayor. Al año siguiente, acompañó al gobernador en la campaña contra los cochinocas y casabindos y también en la jornada contra los choromoros y guachipas, y cuyo objetivo era la pacificación del Tucumán. También se le designó alférez de guerra en todas las correrías. Figuran como testigos de estos hechos, vecinos de la Asunción y otros de Charcas como Juan de Torres de Vera y Aragón y Don Hernando de Zarate.

Más tarde, de regreso al Paraguay, fue funcionario en la Guayrá, en la segunda fundación de de Santiago de Jerez del Igureyny en el traslado de la ciudad de Villa Rica. Designado teniente de gobernador del Guayrá, una intriga política logró que lo encerraran en prisión durante tres meses. Liberado y absuelto, fue confirmado en el cargo. Durante cuatro años cumplió funciones en Santa Fe y Buenos Aires.

En 1604 pasó a la gobernación del Tucumán y años más tarde, a la provincia de Charcas, donde probablemente se entregó a la lectura de los cronistas de la conquista del Perú. Años después, en esta ciudad, comenzaría a trabajar en su obra "Anales del Descubrimiento, Población y Conquista del Río de la Plata"- más tarde conocida sencillamente como "La Argentina"- obra que terminó de escribir el 25 de junio de 1612. Posteriormente, fue denominada La Argentina o Historia del Descubrimiento, Conquista y Población del Río de la Plata, y, actualmente conocida como La Argentina manuscrita, considerada la primera obra histórica de nuestra patria. Si hubo una disciplina cultivada con ahínco, pese a la falta de institutos universitarios, en la región de Asunción, fue la historia. Los conquistadores del  siglo XVI trajeron el afán de perduración. De ello dan cuenta los numerosos memoriales producidos por ellos, donde se esbozaron los primeros rudimentos de la historiografía paraguaya. Aparecieron luego los cronistas Alvar Nuñez Cabeza de Vaca y su secretario Hernández, quien reflejó en su obra "Comentarios" (1555) la actitud y las gestas de los jefes de la conquista. Más tarde, Ulrico Otz Schmidl (1567) que en su "Vera Historia" interpretó la mentalidad del pueblo y alcanzó pronto, amplia difusión y fue traducido a varios idiomas.

El siglo XVII se inició con "La Argentina", del Arcediano Martín Barco Centenera (1602), que, aunque malograda como empresa poética, perdura hasta nuestros días como un monumento historiográfico. En los descendientes de los conquistadores, prendió con fuerza el impulso que había animado a los memorialistas y cronistas del siglo XVI.

El primer intelectual nacido en la tierra, el más connotado y característico que no vistió hábitos, fue Ruy Díaz de Guzmán, un laico. Fruto de su largo peregrinaje por Paraguay, Santa Fe, Buenos Aires, Tucumán, Córdoba y el Alto Perú.

En Asunción, entregó un ejemplar al Cabildo, y otra copia dedicada, la envió a su pariente lejano, Alonso Pérez de Guzmán el Bueno y Zúñiga, duque de Medina- Sidonia, conde de Niebla y señor de Gibraleón, con la esperanza, quizás, de su protección para imprimir la obra. Recordemos que no había imprenta en estos territorios.

Ruy Díaz de Guzmán, al igual que Herodoto y Tucídides, escribió en el destierro para calmar con el recuerdo de sus glorias el dolor de la ausencia de la patria lejana. Cuando terminó su libro en 1612, esa patria aún no tenía un siglo de vida, vida breve, pero intensamente dramática. Y fue ese dramatismo el motivo que le indujo a colgar la espada y tomar la pluma. Escribió la historia del descubrimiento, conquista y población, en que "sucedieron a las personas cosas dignas de memoria, por el amor que se debe a la patria". Entre las personas de su historia estuvieron sus abuelos, sus padres y él mismo.

Su obra tiene el valor de todo trabajo primigenio, pero también al esfuerzo realizado a principios del siglo XVII en un apartado lugar de las selváticas Indias, privado de todo intercambio intelectual con el orbe civilizado, sin maestros, sin modelos, con el sólo estímulo que la actividad de su genio, ni más guía que su razón despejada.

La Argentina manuscrita nos deja un legado relacionado con diversas ciencias. Pone a nuestra disposición, información histórica, geográfica, genealógica, sociológica, antropológica y biológica. Además de relacionar los hechos con sucesos religiosos.

En esos primeros años, sus copias de La Argentina suplieron la falta de impresión, y pusieron la obra a disposición de cuantos quisieran conocer las épicas jornadas de las fundaciones y el poblamiento, sirviendo de invalorable fuente para los historiadores hasta nuestros días.

Ruy Díaz de Guzmán, mancebo de la tierra, fue profundamente cristiano, despejado y valiente, estudioso y político, gobernante y militar. En sus venas confluyeron las dos sangres y en él entroncaron las dos pendencias principales de la conquista: "comuneros" y "leales". Su genealogía abarcaba, por sí sola, toda la historia de la épica y turbulenta provincia. Su vida misma era un acto de historia. Su lema, estampado en el Prólogo fue: "el alma de la historia es la verdad". Presumiendo saber más que todos según sus adversarios, no aplicó su talento natural a disquisiciones filosóficas o teológicas, como los mestizos inteligentes de otras provincias, sino a escribir esa historia que sentía vibrar en su sangre, como la luz y el sonido vibran en el espacio, y que quiso que vibrara eternamente en el tiempo.

Ruy Díaz de Guzmán falleció el 17 de junio de 1629, mientras ejercía el cargo de alcalde de primer voto en el Cabildo de Asunción. Se había casado con Juana de Oviedo, y tuvo numerosa descendencia.

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