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Desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, impera en el planeta un estricto orden internacional; la «Pax Americana".
Tras la Guerra y gracias a las ingentes cantidades de dinero enviadas a Europa para su reconstrucción -el famoso "Plan Marshall"-; el mundo comenzó un largo y fructífero proceso de reparación y de prosperidad. El plan incluyó la financiación de la seguridad europea a través de la OTAN; mientras que la Guerra Fría impuso un alineamiento que ayudó a diferenciar a amigos de enemigos.
En 1972, cuando Richard Nixon anunció el abandono del exigente "patrón oro", se verificó una expansión monetaria global sin parangón que, a su vez, motorizó una era de crecimiento -también global- inédito en la historia de la humanidad. El "Orden" prosperó tanto que, Bill Clinton, se animó a reprender a su par chino -Jiang Zemin- diciéndole que su negativa a abrir su economía y a liberalizar su política "lo colocaba en el «lado equivocado" de la historia".
Pero el orden y la paz no son el estado natural de las cosas, y la anarquía es uno de los pilares básicos en cualquier teoría sobre relaciones internacionales. La existencia de relaciones asimétricas en términos políticos, económicos y/o militares se traducen en jerarquías de hecho. Ya lo había dictaminado Tucídides ante la guerra del Peloponeso entre Esparta y Atenas: "los poderosos dominan, y los débiles ceden". Los ecos de esa guerra hoy vuelven a resonar en el enfrentamiento comercial y político entre Estados Unidos y China; la Atenas y la Esparta del mundo moderno. Enfrentamiento que, a todas luces, recrudecerá con renovados bríos.
Hubo señales en el tiempo advirtiendo que el sistema no podría mantener la expansión monetaria y el crecimiento económico de por vida. Sin embargo, la caída del Muro de Berlín; el "Fin de la Historia" de Francis Fukuyama; y la instalación del "triunfo" de la «idea occidental" como forma de vida; permitieron una nueva inyección de optimismo y de renovado crecimiento cuando los países del ex mundo soviético entraron en "La Era de la Imitación"; una época donde los ideales liberales y los valores occidentales se impusieron de hecho y era la "obligación" del mundo libre adherir "libremente" a ellos.
Pero, sin la «Pax americana", ¿el sistema puede sostenerse y prosperar?
Un sistema vulnerable
La globalización sólo es posible gracias a la extensa conexión marítima que ha ido afianzándose y creciendo con el correr de las décadas. De no existir un estricto orden internacional el transporte marítimo de larga distancia como lo conocemos sería inviable.
Esto es así para todos los envíos marítimos de largo alcance de energía (gas y petróleo), manufactura, granos y alimentos. O los insumos necesarios para mantener los sistemas de fabricación modernos -una interminable lista de materiales que van desde el silicio de alta calidad hasta el cobalto, el níquel, las tierras raras y la bauxita-; entre muchos otros.
Pensemos en los colosales buques petroleros o gasíferos; los inmensos portacontenedores y graneleros en general; los enormes RORO (Roll-on/roll-off por sus siglas en inglés, que sirven para transportar todo tipo de vehículos); o los buques cerealeros. Este tipo de transporte -lento- no sólo requiere de paz en las zonas que atraviesa sino que, en realidad, necesita de una paz casi absoluta en todas las regiones del globo.
Y, a pesar de lo extenso de nuestros océanos y mares, existe una cantidad muy pequeña de lugares que concentran puntos de muy alta densidad de tránsito marítimo mundial. Gibraltar y el Estrecho del Bósforo para acceder al Mar Mediterráneo; el Estrecho de Ormuz (por donde pasa el 35 % del petróleo comercializado por mar); el histórico Canal de Suez; el estrecho Bab el-Mandeb que separa el Cuerno de África de la Península Arábiga; el Estrecho de Málaca y el Estrecho de Taiwán.
Ante una eventual caída del "Orden", podrían preverse distintos escenarios; uno más complejo que el anterior.
Agentes del desorden
Ante cualquier restricción a circular libremente por alguno de esos lugares haría que los flujos de petróleo y de gas natural pudieran quedar restringidos o interrumpidos. El mundo conoció las consecuencias de la crisis del petróleo provocada por la OPEP en 1973; crisis relativamente corta en el tiempo, pero cuyos efectos se hicieron sentir durante décadas en muchos países.
Si los estadounidenses renunciaran a su papel de "garantes del orden global", el mundo debería adaptarse a una situación extraña a una extrema velocidad. Peor, Estados Unidos podría transformarse en un activo agente del desorden; imponiendo sólo el orden que ellos necesitan para defender o asegurar sus intereses o los de sus aliados. Lo paradójico es que no sólo no tendrían mucho que perder, sino que hasta podrían tener bastante por ganar en un mundo tan volátil y que se deberá reconfigurar a una velocidad superlativa en condiciones de extrema fragilidad.
Ante esta falta de "orden" internacional, podría "ponerse de moda" -por ejemplo - la "piratería estatal"; práctica que sería mucho más barata y fácil de implementar que el retorno a una ola de colonización. Turquía e Israel podrían asaltar o "dejar asaltar" barcos destinados a enviar crudo a través del canal de Suez y el Mediterráneo oriental si no pagaran antes "la protección" que Ankara y Jerusalén consideraran apropiada. Hoy, los ataques hutíes en el Mar Arábigo, redujeron a la mitad el tráfico marítimo en la región y se sospecha que podrían estar ganando hasta 180 millones de dólares al mes a cambio del pasaje seguro de la embarcación por el área.
En el Océano Índico, el subcontinente es la primera parada obligada para cualquier envío que logre salir del golfo Pérsico. Dado que la armada india no tiene rival a nivel regional, las empresas navieras podrían no tener otra opción más que pagar el «peaje» que Nueva Delhi demande.
El hemisferio oriental en su conjunto es un importador neto de alimentos. Los japoneses podrían, por ejemplo, descubrir que el cobro de "peaje" a los envíos de alimentos del hemisferio occidental al continente asiático es un buen negocio y una excelente ventaja estratégica y, con la descomunal flota naval que poseen, imponerlo.
Estados Unidos, con dos océanos de por medio y enormes capacidades de auto sustentación en casi todo lo que se necesita para mantener una tasa de crecimiento económico -aún modesta-, podría exacerbar la mezcla de proteccionismo y aislacionismo; quizás buscando armar un "bloque americano" desde Alaska a Tierra del Fuego con distintos grados y niveles de subordinación y sumisión al poder central norteamericano. Argentina podría revivir su historia de sumisión económica ante el Imperio Británico tras la Primera Revolución Industrial; pero, esta vez, bajo el signo americano.
Donald Trump -reciente presidente electo-, no es belicista. Puede ser proteccionista, aislacionista, negacionista del cambio climático y hasta se podría radicalizar. Pero de seguro le conviene un escenario de encierro continental antes que seguir pagando los enormes costos que impone mantener la «Pax Americana» actual. Y, ahora, tiene el poder de fuego electoral y el poder del Senado para hacerlo si así lo quisiera.
Un escenario así podría ser conveniente para su doctrina "Make America Great Again". Y, si durante su primera presidencia cambió el curso de la política exterior norteamericana -alentando la Guerra comercial con China y abandonando compromisos históricos con instituciones internacionales- ahora promete "revivir el lema América Primero" e, incluso, "llevarlo más allá".
Deconstrucción estatal
Si cambia el mapa del transporte, de las finanzas, de la energía y de los materiales industriales; el mundo se reconfigurará. Aquellos países que pierdan el acceso a los componentes básicos de la sociedad industrial moderna perderán la capacidad de participar en el juego. Si la globalización se detiene o se reversa, toda la economía sufrirá y el fin del libre flujo de energía podría marcar el fin de la modernidad como la conocemos.
Si, además, ocurriera algo con los flujos de alimentos, la deriva de la civilización hacia la anarquía podría ser una inquietante probabilidad. Al fin y al cabo, un gobierno que no puede alimentar a su población es un Estado que cae. La desintegración de varios Estados en múltiples Ciudades-Estados en pugna podría ser otro escenario plausible.
Si alguien duda sobre la factibilidad de estos escenarios lo invito a leer el reporte "Global Risks Report 2024". Hay, incluso, más de los que menciono. Envejecimiento de las sociedades y despoblación. Vulnerabilidades económicas y financieras. Migraciones forzadas. Cambio climático. Posibilidad de nuevas pandemias. Un giro hacia autoritarismos fuertes e, incluso, hacia la anarquía. Riesgo de colapsos estatales. El panorama se ve poliédrico y de extrema complejidad. El horizonte luce sombrío y no se avizoran líderes mundiales capaces de guiar a la humanidad a través de la tormenta que se podría estar formando.
Mucho antes de la finalización del escrutinio, Donald Trump se autoproclamó presidente asegurando el "inicio de la Era Dorada de Estados Unidos". Ojalá que esta Era Dorada norteamericana no implique el inicio de una Era Oscura para el resto de la Humanidad.