¿Quieres recibir notificaciones de alertas?

Su sesión ha expirado

Iniciar sesión
16°
6 de Julio,  Salta, Centro, Argentina
PUBLICIDAD

Las travesuras del duende de la vieja panadería "El Cañón"

Según dicen, a fines de los años de 1950, este personaje se mudó de la panadería al Mercado San Miguel. 
Domingo, 06 de julio de 2025 02:27
Alcanzaste el límite de notas gratuitas
inicia sesión o regístrate.
Alcanzaste el límite de notas gratuitas
Nota exclusiva debe suscribirse para poder verla

Uno de los duendes más famosos de las panaderías salteñas fue sin duda alguna el que a principios del siglo pasado se aquerenció en la fábrica fundada por el español don Domingo García. Su panificadora se llamaba El Cañón y estaba en la Urquiza al 800, a metros del mercado San Miguel. Ahí, en esa inmensa cuadra de la fábrica, un día echó raíces la criatura que todo el mundo conoció como "El Duende del Cañón". Nunca se supo cuándo tomó posición de ese solar, pero sus fechorías fueron famosas, a punto tal que muchas de ellas llegaron hasta nuestros días.

Como la panadería estaba emplazada en un terreno que se extendía hasta el corazón de la manzana, don Domingo había instalado una zorra que corría sobre rieles desde la vereda de la Urquiza hasta el fondo, donde tenía el depósito de harina. Y así, uno de los entretenimientos predilectos del maldito era mover la zorra a deshora.

En los días feriados, cuando el personal no estaba, hacía correr el vehículo a toda velocidad, de un extremo a otro y, en ese ir y venir, causaba tal ruidaje que enloquecía tanto al dueño de casa como al vecindario.

Los domingos era peor, pues ese día no se contentaba con pechar ida y vuelta la catramina, sino que la hacía chocar de intento y con violencia, contra el portón de madera doble hoja que daba a la calle. Y pese a que una y mil veces García trató de agarrarlo in fraganti, nunca pudo dar con él, pues al primer ruido de pasos, cerradura o tranca, se hacía repelús el infame.

Nunca se supo cuándo tomó posesión de ese solar, pero las fechorías del Duende del Cañón fueron tan famosas que muchas llegaron hasta nuestros días".

García, ya cansado de las hechurías del duende, un sábado a la noche resolvió dejar recargada la zorra con varias bolsas de harina, convencido que el duende nunca la podría mover, ignorando que estas criaturas tienen más fuerza que una yunta de bueyes. Y así fue que ese domingo y, cuando todos creían que la zorra no se movería, esta comenzó a deslizarse como si nada. Al ir a ver qué pasaba, Domingo vio que el canalla no sólo se había dado el gusto de llevar la zorra de un lado para el otro, sino que además había desparramado toda la harina en el corredor.

Pero lo peor no era que se entretenga con la zorra, sino hacerle tomar alcohol al personal nocturno de la panadería. Los hacía emborrachar y después les daba unas terribles pateaduras, siendo el "maistro horniador" el que más seguido cobraba. Al resto del personal, vuelta a vuelta, le hacía lo mismo hasta que uno a uno caían hecho carne logrando que la masa se pasara de punto y fermentara o que el pan en el horno saliera carbón.

Más travesuras

Pero el duende de El Cañón, quizá ya aburrido con sus habituales travesuras panaderiles, se le dio por incursionar en la vecindad. Y así fue que se mal entretenía por ejemplo, atándole al paragolpe de la camioneta Ford de don Oscar Sosa Arias, tres o cuatro tarros con basura que la gente dejaba por la noche en la vereda para que se la lleve el basurero.

"Lo que colmó la paciencia de todos fue cuando el infame trasgo se hizo pasar por cochero y protagonizó una carrera desbocada con dos changos aterrados".

A otro vecino, el bicicletero Camacho, que tenía una sola puerta para ingresar al taller y a su vivienda, solía dejarlo encerrado cada dos por tres. Como esa única puerta se cerraba por dentro con una tranca y por fuera con un robusto candado, de noche el mequetrefe aprovechaba para trabar desde fuera la puerta de Camacho, imposibilitando que al día siguiente el hombre pueda abrir su taller. Muchas veces los vecinos debieron acudir al auxilio policial para poder liberar al bicicletero que desde adentro golpeaba furiosamente la puerta mientras se desgañitaba gritando que alguien le destranque el ingreso. Y así fue que en varias oportunidades la policía tuvo que intervenir para sacar a Camacho del encierro al que lo sometía el sotreta del duende panadero.

Paseo forzado

Pero lo que realmente colmó la paciencia del vecindario y de Domingo García fue cuando el infame trasgo se hizo pasar por cochero. Una noche fría de junio dos changos de la cuadra de Urquiza al 800, salieron atrasados para el Nacional Nocturno. Y tal como en otras oportunidades, ocuparon un coche de plaza para llegar a tiempo a destino. A las apuradas treparon a un coche estacionado a metros de El Cañón y sin mirar al cochero le espetaron: "por favor, rapidito al Nacional". El auriga tomó entonces por Urquiza y a los azotes hizo apurar el paso del zaino. Llegando a La Florida giró para el norte y cuando alcanzaron la avenida Belgrano, en lugar de tomar para el Nacional, el cochero siguió derecho para la estación. Los changos, al advertir el error le gritaron: "no vamos a la Normal, somos del Nacional", pero el hombre, haciendo caso omiso a la advertencia, siguió por Balcarce mientras cada vez exigía más velocidad al caballo. Y así fue que cuando al galope traspusieron la esquina de calle Santiago del Estero, intentaron largarse del carruaje, pero como nunca antes les había pasado, sintieron que algo los paralizaba mientras el equino, ahora a galope tendido, pasaba como una flecha por la plaza Güemes. Fue entonces que para intentar sofrenar la alocada carrera, le tiraron de atrás el saco al cochero lo que hizo que éste, por primera vez, mostrara su rostro, hecho que los dejó aterrorizado. Pero la alocada marcha siguió hasta la estación de trenes donde tomaron por Ameghino hasta 20 de Febrero. Más adelante, pasando la avenida Entre Ríos encarrilaron con la Sarmiento. Y así, en bajada y a gran velocidad, en la esquina de la calle Güemes, dieron vuelta como venía lo que hizo que caballo y carruaje volcaran con gran estrépito. Cuando llegó la policía, los changos del Nacional solo habían sufrido algunos golpes, el zaino estaba ileso y ya de pie mientras que el sabandija del duende, en el entrevero se había hecho humo. Según testigos, el coche había pasado por las esquinas a gran velocidad con el caballo desbocado, sin cochero al comando y con dos changos que iban a los gritos pelados. Después se conocieron solo los nombres de los últimos pasajeros del duende de El Cañón: Domingo y Dardo.

El desalojo

Y así fue que don Domíngo García, cansado de las travesuras del duende, resolvió consultar con un experto para ver cómo podía deshacerse del mequetrefe. En la consulta, el perito preguntó si en la panadería había algún horno abandonado o en desuso, "ya que por lo general –agregó- estos sabandijas los toman por guarida". Y como la respuesta fue positiva, de inmediato el perito en duendes y trasgos aconsejó demoler la bóveda y todo recoveco que tuviese. Y así se hizo, resultando todo un éxito la receta, pues a los pocos días el mequetrefe había desapareció de los lugares que solía frecuentar. La zorra no se volvió a mover de su lugar y los vecinos retornaron a las santas paces.

Al poco tiempo, el vecindario se enteró que el granuja se había aquerenciado en el Mercado San Miguel, pues los puesteros habían comenzado a notar que de noche ocurrían cosas raras en esa histórica feria salteña. Y allí se aquerenció por un tiempo hasta que desalojo tras desalojo, comenzó a rodar tierra, recalando primero en los sótanos de la Legislatura, después en las calderas de las locomotoras abandonadas de la Estación de trenes hasta que finalmente, los nuevos tiempos lo desterraron para siempre.

Temas de la nota

PUBLICIDAD
PUBLICIDAD