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En 1917, Marcel Duchamp compró un urinario blanco de porcelana, lo tituló "La fuente", lo firmó con el seudónimo de "R. Mutt" y lo mandó a la Sociedad de Artistas Independientes para ser expuesto en su exposición anual.
El mingitorio fue rechazado a pesar de que todo aquel que pagara los seis dólares de la cuota de inscripción, adquiría el derecho a exponer su obra. Más irónico; el propio Duchamp formaba parte del jurado del evento ese año.
Hay múltiples -y extrañas- interpretaciones de la obra por parte de artistas y de críticos de arte; aun cuando Duchamp lo dejó bien claro: "Les arrojé a la cabeza un urinario como provocación y ahora resulta que admiran su belleza estética." A pesar de la provocación y del velado insulto que pretendió ser esta obra; en 2004 la "Fuente" fue votada como "la obra de arte más influyente del siglo XX" por quinientos reputados críticos y artistas. Tal vez, lo sea.
Así, buscando provocar y sin habérselo imaginado, Duchamp creó la primera "obra de arte conceptual" de la historia y, de allí en más, instaló en el imaginario colectivo la idea de que todo lo que está dentro de un museo es -per se- arte.
En 2019, el artista italiano Maurizio Cattelan despertó sorpresa y enojo cuando su obra "Comediante" debutó en el Art Basel Miami. Mientras los asistentes a la muestra intentaban descifrar si la banana amarilla pegada a la pared blanca con una cinta adhesiva plateada era una broma o una crítica a los cuestionables estándares entre los coleccionistas y críticos de arte; otro artista tomó la banana de la pared y se la comió.
La pieza tuvo dos versiones que, para sorpresa de todo el mundo, se vendieron en 120.000 y 150.000 dólares cada una. Cattelan aseguró que la obra no era una broma. "Fue una reflexión sobre lo que valoramos" dijo, en 2021, a The Art Newspaper; y aclaró "que buscaba abrir un debate sobre lo que realmente importa". La obra quiso ser una ironía explícita sobre situaciones absurdas que se viven en el mundo del arte y, por sus resultados, parece que logró cuestionar qué es lo que valoramos y cómo se valora. También logró dejar flotando en el aire la pregunta sobre qué constituye una obra de arte y con qué criterio -o falta de criterio- se la valúa.
El tema siguió su curso estrambótico. Pocas semanas atrás, la obra se subastó en Sotheby's de Nueva York y el empresario chino, Justin Sun, hizo la oferta ganadora después de ofrecer 6,24 millones de dólares. En realidad, lo que obtuvo a cambio de ese dinero, fue un certificado de autenticidad y un manual de instrucciones que lo autoriza a pegar con cinta adhesiva un plátano a una pared y llamarlo "Comediante" y "replicar" la obra cuando quiera y donde quiera; así como una explícita autorización para cambiar la fruta cada vez que se pudra. Días más tarde, en Hong Kong y frente a las cámaras, Sun despegó la banana de la pared y cumplió su promesa de comerse la fruta "haciéndose parte de la experiencia artística"; según sus propias palabras.
"Esto no es sólo una obra de arte" -dijo Sun, fundador de la plataforma de criptomonedas TRON-. "Se trata de un fenómeno cultural que une los mundos del arte, los memes y la comunidad de las criptomonedas. Creo que esta pieza inspirará más pensamiento y discusión en el futuro y se convertirá en parte de la historia".
Como el mingitorio de Duchamp, es probable que genere discusión. Lo espero. Respecto a que sea un fenómeno cultural "que une el arte, los memes y la comunidad de las criptomonedas" me suena más a otra gran pavada del puñado de mega millonarios estrafalarios y dementes que estamos convirtiendo en "héroes de la sociedad"; los cuales suelen no tener la menor idea sobre lo que hablan.
Quedan preguntas por hacer. Primero, una banana pegada con cinta adhesiva a una pared; ¿Vale 6,24 millones de dólares? ¿Hasta cuánto sería lógico pagar por una obra así? ¿Un certificado de autenticidad y el permiso para poder "recrear" la obra vale eso? Si separamos la obra de Cattelan de la maniobra de marketing de Sun; ¿es correcto que por una campaña de marketing un empresario se "coma" 6,24 millones de dólares?
Por supuesto que Sun tiene el derecho de hacer lo que quiera con su dinero, pero, en un mundo atormentado por varias guerras; por una pobreza e inequidad tan marcadas y crecientes; por enormes crisis de refugiados; -como sociedad- ¿de veras podemos ser permeables a estos actos y a naturalizarlos? No quiero ponerle ninguna carga moral ni ningún juicio de valor al acto en sí; sólo me parece que vale la pena hacernos las preguntas.
La banana costó 35 centavos de dólar. El frutero -Shah Alam; de 74 años- quien vendió la fruta, se puso a llorar cuando supo el precio de la subasta. Alam es un inmigrante de Dhaka, Bangladesh; trabaja doce horas por día en un puesto de frutas justo frente a Sotheby's y comparte un sótano con otros cinco hombres en el Bronx, por el cual paga 500 dólares al mes de alquiler. Los turnos en el puesto de frutas donde trabaja son de 12 horas, cuatro días a la semana: por cada hora que pasa ahí parado, llueva o truene, el dueño del puesto le paga 12 dólares.
"Honestamente, estoy contentísimo", escribió Cattelan. "Algo que empezó en Basel como una especie de declaración de principios, con esta subasta se convirtió en un espectáculo global más absurdo todavía. En cierto sentido, la obra se vuelve autorreflexiva: cuanto más aumenta su precio, más se refuerza su concepto original".
Hoy Sun se comió la obra. Alam sigue viviendo exactamente de la misma manera que antes de la subasta y, en el puesto de frutas, las cuatro unidades siguen costando un dólar, o sea que, por los 6,24 millones de dólares que se pagó, se podrían haber comprado 24,96 millones de bananas o ese dinero se podría haber gastado en formas tanto más útiles. "Este mundo se vuelve cada vez más estúpido y vacío" afirmó, un siglo atrás, Osamu Dazai. Cuánta verdad entonces; cuánta más razón hoy.
* Osamu Dazai, nacido bajo el nombre de Sh ji Tsushima, fue un novelista japonés, considerado uno de los escritores del siglo XX más apreciados de Japón.