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"El zorro sabe muchas cosas, pero el erizo sabe una importante"

Domingo, 12 de mayo de 2024 01:55
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En el monumental ensayo de Isaiah Berlín sobre la obra de Tolstoi, "El erizo y el zorro", destaca un párrafo importante: "Entre los fragmentos del poeta griego Arquíloco hay un verso que reza: «El zorro sabe muchas cosas, pero el erizo sabe una importante". Los estudiosos han discrepado respecto a la interpretación correcta de estas oscuras palabras, que tal vez no signifiquen más que, pese a su astucia, el zorro sucumbe a la única defensa del erizo. Sin embargo, si se toman en sentido figurado, es posible interpretar en dichas palabras una de las diferencias más profundas que separan a escritores y pensadores, y seguramente también a los seres humanos en general".

Sigue Isaiah Berlín; "Pues existe un gran abismo entre, por un lado, quienes lo fían todo a una visión central única, a un sistema más o menos coherente o articulado a partir del cual comprenden, piensan y sienten -un principio organizador singular y universal que es lo único que da sentido a todo cuanto son y expresan- y, por el otro, quienes persiguen múltiples objetivos, a menudo sin relación entre sí o incluso contradictorios, conectados acaso de facto, por alguna causa psicológica o fisiológica, sin relación con ningún principio moral o estético. Estos últimos viven unas vidas, sostienen unas ideas y realizan unas acciones que son centrífugas más que centrípetas; su pensamiento es disperso, difuso, actúa a muchos niveles y aprovecha la esencia de una gran variedad de experiencias y objetos por lo que son en sí mismos, sin tratar, de forma consciente o inconsciente, de que encajen o queden excluidos de una determinada visión interna unitaria, inmutable y exhaustiva, unas veces contradictoria e incompleta, y otras fanáticas.

El primer tipo de personalidad intelectual o artística pertenece a los erizos, la segunda a los zorros. Sin insistir en una clasificación rígida, podemos decir, sin demasiado temor a contradecirnos, que, en este sentido, Dante pertenece a la primera categoría y Shakespeare a la segunda; Platón, Lucrecio, Pascal, Hegel, Dostoievski, Nietzsche, Ibsen o Proust son, en grado distinto, erizos; Herodoto, Aristóteles, Montaigne, Erasmo, MoliÞre, Goethe, Pushkin, Balzac y Joyce son zorros".

La distinción de Berlín es hermosa; fabulosa. Aún a riesgo de sonar reduccionista, sirve para guiarnos en cómo distinguir una visión de «erizo" de una visión de «zorro". Nos ayuda a ver si estamos frente a un monista o a un pluralista; si la concepción de esta persona es singular o múltiple; si su pensamiento está formado por una sustancia única o por un compuesto más complejo e iconoclasta de elementos heterogéneos y, a veces, hasta contradictorios. Por eso asevera que para los «erizos" hay una visión «centrípeta"; una lógica y una visión del mundo que reduce todo lo que ocurre y lo que «es" - "por lo general de manera explícita, aunque a veces pueda hacerlo de manera subrepticia"-, a un núcleo cerrado, consistente, coherente y homogéneo de ideas gracias al cual el caos de la vida se vuelve orden y la confusión de las cosas se hace aparente.

En el bello prólogo a este ensayo escrito por Mario Vargas Llosa, el Premio Nobel de Literatura escribe: "(la del erizo) es una visión que se asienta a veces en la fe, como en San Agustín o en Santo Tomás, y a veces en la razón, como en el Marqués de Sade, en Marx o en Freud, y que, por encima de las grandes diferencias de forma y contenido y propósito (y, claro está, de talento) de sus autores, establece entre ellos un parentesco. Ante todo es totalizadora, dueña de un instrumento universal que permite llegar a la raíz de todas las experiencias, de una llave que permite conocerlas y relacionarlas. Este instrumento, esta llave -la gracia, el inconsciente, el pecado, las relaciones sociales de producción, el deseo- representa la estructura general que sostiene la vida y es al mismo tiempo el marco dentro del cual evolucionan, padecen o gozan los hombres y la explicación de por qué y cómo lo hacen. El azar, lo accidental, lo gratuito desaparecen del mundo (o quedan relegados a un margen tan subalterno que es como si no existieran) en la visión de los erizos".

El «erizo" totaliza. Descarta lo particular y lo ve como una desviación de lo general; "la excepción que confirma la regla". El «zorro", en cambio, se detiene en lo particular; se demora en el detalle. Busca esos meandros; se regodea y se pierde en ellos. Ni Berlín ni Vargas Llosa lo mencionan, pero quizás los más grandes «zorros" de todos los tiempos hayan sido Franz Kafka y Jorge Luis Borges.

Para el «zorro" "lo general" no existe: sólo existe una larga secuencia de casos particulares, tantos y tan diversos unos de otros, que la suma de todos ellos no constituye una unidad significativa sino, más bien, una confusión vertiginosa, un magma de contradicciones. Se me ocurre pensar que, para un verdadero «zorro", ni siquiera se podría sumar esta larga secuencia de eventos particulares. Kafka es la paradoja de Zenón ad-infinitum al punto que, de vivencia en vivencia, nunca llega a donde quiere llegar. La suma de los pequeños tramos individuales no suma el camino a seguir. Borges es una inacabada e infinita exploración filosófica universal.

Disfrazado o explícito, en todo «erizo" siempre hay un fanático: alguien que cree haber encontrado la explicación última del mundo y que termina por encerrarse en ella queriendo evangelizar y encolumnar a todos detrás. Alguien que, alcanzado este punto se niega a ver valor o verdad alguna en ninguna otra visión u explicación del mundo. Alguien que, tras este punto de convencimiento -real o imaginario-, intentará crear un pensamiento hegemónico detrás de su idea. Por el contrario, quien es incapaz de concebir una explicación integral y totalizadora -no por falta de capacidades sino por falta de convicción-, termina, tarde o temprano, por poner en duda que este pensamiento único pueda existir siquiera. Los «zorros» terminan convirtiéndose en escépticos; abrazan un agnosticismo liberador. Esa "otra clase de locura" a la que alude Pascal en su tardía sabiduría que los libera de las ataduras del mundo.

Un «erizo» suelto

Este gobierno es un «erizo» tanto en su visión filosófica como en sus formas. Un «erizo» violento y siempre a la ofensiva focalizado en mantener el conflicto como herramienta de poder y como forma de gobierno. Ezequiel Jiménez habló, en estas páginas del conflicto como entretenimiento y como elemento de distracción; -no hay pan pero al menos hay mucho circo-. Manuel Balbino Rey, también en estas páginas, conceptualizó con brillantez esta visión de "erizo" del gobierno tras la idea totalizadora que busca denostar de la democracia y entronizar una nueva forma de monarquía; la tiranía de la mayoría. Carlos Pagni en La Nación habló del "síndrome de hybris"; una idea que yo mismo exploré en otras columnas.

Para los griegos antiguos, un hombre puede olvidar su condición humana y creerse capaz de realizar actos que caen fuera de sus posibilidades. Este desborde de la "hybris" es el núcleo de toda tragedia griega en la que el "héroe" sólo se acerca a su destino fatal convencido de estar alejándose de él. El desborde de la "hybris" es ceguera; la ceguera propia del «erizo» que cree que él y sólo él blande la espada de la verdad y de la razón. Esta desmesura -concebida como olvido y negación de la limitación humana-, enferma, trastorna. En el extremo, un «erizo» descontrolado es un enfermo psicológico grave que termina por enfermar a la sociedad.

Me pregunto si esta obsesión por el conflicto permanente es sostenible y si la visión reducidora del Estado, alcanza. Mientras el gobierno se vanagloria de seguir bajando el gasto; seguir cortando servicios esenciales; seguir desfinanciando la educación, la investigación científica y la producción; mientras sigue postergando pagos y eliminando obras impostergables sin medir consecuencias; ¿hay un plan de crecimiento; un plan de atracción de inversiones; un plan de desarrollo? ¿Un plan para aumentar los ingresos o sólo vamos a seguir ajustando por el lado de los egresos? ¿Cuál es el grado mínimo hasta el cual puede seguir encogiéndose el Estado sin que entre en un colapso social, filosófico y conceptual?

Quizás la política y los gobiernos necesiten de la mirada omnicomprensiva de los «zorros». Una mirada holística que piense el presente y el futuro del país, y no esta mirada vacía de todo proyecto que vaya más allá de quiméricas metas fiscales numéricas.

La complejidad de las sociedades humanas en general y del mundo en particular; la hermosa y nutriente diversidad de personalidades, de ideas y de pensamientos; la exagerada existencia de diversas experiencias; todo esto hace pensar que el mundo debería ser gobernado por «zorros» y no por «erizos». Lástima que los «zorros» sean tan escasos y tan poco afectos a la conquista y al poder. Lástima también que sobren tantos «erizos trastornados» que tampoco son «erizos» como Dante; San Agustín o Santo Tomás. Lástima que los hombres busquen «erizos totalizadores» para liderarlos por su incapacidad intrínseca para entender la complejidad de pensamiento que plantean los «zorros»; o porque son incapaces de degustar la compleja mezcla de texturas, aromas y sabores que proponen los «zorros». Lástima todo.

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